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Un cuento para el año nuevo

En los años sesenta del pasado siglo, participé siendo niño de la gran oleada migratoria, un desplazamiento forzado de grandes magnitudes y poco reconocimiento, encaminado a vaciar los pueblos de una clase trabajadora

03 de enero de 2025 a las 16:23h
Un pequeño pueblo en una imagen reciente.
Un pequeño pueblo en una imagen reciente. MAURI BUHIGAS

Soy uno de los pocos vecinos de la aldea que podemos decir sin temor a equivocarnos el lugar exacto de nuestra venida al mundo. El mío fue en el dormitorio de mis padres, hoy en día ocupado por un restaurante para desnortados que viajan a lo rural, como si esto aún existiera, qué inocencia madre mía. Es probable, caso de que uno pueda calibrar con éxito el lugar de su muerte, que diga adiós a esta vida a pocos metros de aquel punto primero, en esta casa donde vivo hoy en 2025. A fin de cuentas, pequeños hechos como estos son proyectos individuales, pero a la vez constituyen decisiones políticas.

Está claro que en relación con mi nacimiento la determinación de mi madre y de la familia fue esencial. Pero probablemente no hubiera sido igual sin la presencia de una matrona y un médico rural que junto a campesinos, agricultores, escasos profesionales y obreros hacían de la vida rural un ecosistema circular y kilómetro 0 antes de que dichas perogrulladas fuesen patentadas en un lugar muy lejano a estos intereses de lo que una vez fuera pueblo y ahora es ya aldea, antes quizás de una descomposición final, no demasiado remota.

En los años sesenta del pasado siglo, participé siendo niño de la gran oleada migratoria, un desplazamiento forzado de grandes magnitudes y poco reconocimiento, encaminado a vaciar los pueblos de una clase trabajadora que ya no era necesaria ante la inminente transformación del campo y la revolución urbana en marcha a la que había que abastecer de mano de obra barata. Decisión política de gran calado que marcó un antes y después de la vida rural y un primer vaciamiento de ese medio tan poblado hasta entonces. Del pueblo salimos en camión, el mismo medio de transporte que llevaba a los jornaleros a las campiñas para la siega de los trigos o la recogida del algodón.

Una diáspora no tan acentuada en cuanto al número total de emigrados, pero de gran impacto en la configuración actual de los pueblos es la que se ha producido desde comienzos de este siglo. En una población ya escasa y envejecida, la salida de la mayoría de los jóvenes, no por casualidad la generación mejor formada de nuestra historia, ha supuesto un desmoronamiento de estas sociedades que una vez más no es inocente.

Este es un extracto de una conversación grabada al inicio de este nuevo proceso de evacuación de excedentes humanos. Te puedes hacer de oro. La que hablaba así era Raquel, elegante directora de una agencia de cazatalentos, a un candidato a una de las ofertas de empleo más atractivas. A cambio deberás conseguir que la gente en edad de procrear se vaya y tras ellos, las escuelas cierren. Tienes que amenazar también, sin dejar huella, a los activistas de todo pelo hasta que huyan atemorizados. En fin, ya sabes, animar con ocultos incentivos la fuga de médicos y cualquier otro profesional que se precie hacia las ciudades o a otros países, que aprendan así idiomas. Los jóvenes salieron en avión y los viejos, casi dos tercios de los resistentes que quedamos, lo hacen cual transporte de ganado en desnutridas ambulancias, según premonitoria descripción hecha por el escritor John Berger, hace ya unas décadas.

Llevada a cabo con éxito la humana desinfección, el gobierno del país publica cada año en medio del barullo de las fiestas navideñas o lo que en esas fechas y con ese mismo nombre se celebra, un listado cada vez más extenso, páginas y páginas de pueblos y aldeas como esta nuestra, felizmente despoblados. En los protocolarios festines organizados por las competentes autoridades nunca falta una nutrida representación de aquellos aliados locales que tan valiosos han sido para el logro de este empeño. Ya saben, algunos alcaldes, representantes de medios de comunicación e influencers amigos, amén de hombres de negocio con capacidad financiera y propiedades estratégicas.

Limpio el campo de gente, despejados pueblos y aldeas, sin nadie que viera ni oyese, el siguiente paso del despliegue, el verdaderamente importante tuvo lugar. Los cultivos definitivamente intensificaron su producción extractiva, el agua fue robada a mantas, el terreno se llenó de macroplantas solares, eólicas, de hidrógeno y otras pomposamente llamadas energías renovables. No quedó uno de estos páramos donde no se instalasen vertederos de todo tipo para la cada vez más extensa y diversa colección de residuos y basuras, aunque ya no se llaman así, sino que ahora se bautizan, cava incluido, como centros integrados de tratamiento medioambiental y otros palabros similares.

En adelante, si se encuentran tierras raras, las más valiosas para el negocio, se abre otro hoyo y a sacarlas, primero en camiones, luego en kilométricas tuberías y cintas de transporte. Incluso si fuera necesario se abre una línea férrea por más que hace ya casi medio siglo que los ferrocarriles desaparecieron de este país callado que es el interior de España salvo que por aquí circule una ruta cultural del Imserso. Y no sabemos dónde irá esto a parar ni siquiera si habrá algún superviviente para contarlo, pues este extractivismo de las élites poderosas nunca duerme.

Pero, por Dios despierten, despierten de esta pesadilla. ¿A qué esperan? Suerte tienen, queridos lectores de este cuento, que este siniestro relato es como tal pura invención y la afortunada situación que disfrutamos en nada se parece a lo dicho. Cuídense y permanezcan atentos a cualquier movimiento tectónico no sea que por una vez la endiablada ficción gane a la realidad mientras dormitamos en este paraíso de fiesta permanente. ¡Feliz Año!

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