El cambio climático es, de lejos, el reto más importante al que se ha enfrentado la humanidad en su historia. Hemos avanzado y evolucionado tecnológicamente tanto que hemos sido capaces de modificar el clima, el problema es que este hecho ha sido una consecuencia fortuita, no buscada, con efectos catastróficos.
El CO2 es el protagonista indiscutible de este evento, para lo malo, pues sus emisiones son las responsables del efecto invernadero, pero a la par, en torno a estas emisiones han surgido oportunidades, y es que ante la imposibilidad de eliminar las emisiones al 100%, se ha creado un mercado de emisiones y compensaciones.
Este mercado responde actualmente a la lógica de valorar las reducciones sobre los niveles de emisión actuales, esto es, si usted emite hoy en día 15 toneladas de CO2 y emprende las acciones necesarias para reducir sus emisiones a 10 toneladas, pues podrá vender esas 5 toneladas al mercado para que sean usadas por otro agente de la cadena que esté emitiendo por encima de lo permitido y necesite comprar derechos de emisión.
El estudio de Producción Ecológica Mediterránea y Cambio Climático realizado por la Cátedra de Producción Ecológica Ecovalia – Clemente Mata de la Universidad de Córdoba (2018) dejó evidencias científicas patentes que todos los cultivos ecológicos tienen una huella de carbono inferior a los cultivos convencionales. Estando en el pódium, el cultivo de olivar ecológico, que con un adecuado uso de cubiertas vegetales presenta un balance negativo, es un sumidero de carbono. Llegados a este punto, si usted gestiona unas hectáreas de olivar ecológico habrá pensado en que tiene ante sí una posible vía de ingresos adicionales por hacer las cosas bien hechas, pues sepa que no, que para los mercados de reducción de emisiones de carbono, en base a la legislación de nuestro Ministerio de Transición Ecológica (Miteco), usted no cuenta para el sistema.
Sin embargo, imagine que su vecino, cambia de un terreno de herbáceos extensivos de secano a un olivar superintensivo, podría acogerse al mercado voluntario, o si un fondo de inversión o una gran compañía emisora compra una gran finca y hace una plantación forestal de eucaliptos, puede percibir ingresos del mercado de emisiones regulado.
El sistema actual en España viene a ser una especie de interpretación de la parábola del hijo pródigo, premia a quien vuelve en vez de al que contribuye día a día. Es un sistema perverso, pues deja fuera a quienes llevan absorbiendo el CO2 que otros han emitido en exceso desde hace decenas de años. El sector agrario ecológico de España aporta 2,7 millones de hectáreas con una huella de carbono notablemente inferior al convencional, y si nos centramos en el olivar, estamos poniendo encima de la mesa más de 250.000 hectáreas de sumideros de carbono, sin que esta labor se vea compensada en este mercado. Prácticas como el manejo de cubiertas verdes o la fertilización orgánica se basan en la mejor estrategia contra el efecto invernadero, que es la de poner el carbono donde tiene que estar, en el suelo, en vez de en la atmósfera.
Se hace necesaria y justa una reformulación de este mercado, que incluya en él a cientos de agricultores y ganaderos ecológicos que con sus prácticas contribuyen de forma notable a la lucha contra el cambio climático. Productores que no pueden demostrar reducciones de un año para otro, pero de los que no se puede obviar que, gracias a ellos, el balance de emisiones del sector agrario no aumenta. El Miteco, para hacer honor al nombre de dicho ministerio, no puede ignorar el valor de la producción ecológica en la contribución a la lucha contra el cambio climático y por ende en la reducción de emisiones y debe tener en cuenta al sector agrario ecológico y a las aportaciones continuas de este.
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