Las comunidades rurales que preservan su cultura, mejoran el bienestar y la calidad de vida de la comunidad.
Las comunidades rurales que preservan su cultura, mejoran el bienestar y la calidad de vida de la comunidad.

El campo, sean los cerros, los llanos o las sierras, se quedan sin gente. La "despoblación del mundo rural" es un problema grave y complejo, cuya solución no es simple ni fácil, pero cualquier paso que se pueda dar -por pequeño que pueda parecer- para detener o revertir esta inercia perversa debería ser bienvenido y apoyado.

Les cuento un caso: Un amigo ha comprado una finca situada en el interior de un espacio natural protegido (el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, el más extenso de España con más de doscientas mil hectáreas). La finca hasta su adquisición había estado algunos años abandonada (ya se sabe, herederos que no se ponen de acuerdo, tratos que se alargan en el tiempo, etc.). Mi amigo tiene un proyecto ambicioso y bien trabado (tiene formación, titulación y experiencia adecuadas para hacerlo) pretende crear una explotación modelo en agricultura ecológica, con cultivos diversos, principalmente leñosos (olivar, nogales, cerezos) con cubierta vegetal y aprovechamiento ganadero, y una huerta hermosa con el agua que proporcionan el par de manantiales que dispone. La finca tiene además una importante superficie cubierta de monte mediterráneo, encinas, quejigos (uno de ellos monumental) y su cortejo de acompañamiento de flora y fauna (este es uno de los motivos de mayor satisfacción para su nuevo propietario).

Tiene previsto que, además de funcionar como una explotación agropecuaria optimizada, sirva para la formación y la experimentación en producción ecológica, con el objetivo de difundir y dar apoyo a este sistema de producción, reconocido en todo el mundo por su sostenibilidad. Y, como remate, que sea la base de actividades culturales con carácter rural, empezando por la poesía.

Un plan maravilloso que generará empleo, riqueza, conocimiento, cultura –fijará población– con un planteamiento sostenible. Pero… ¿Cuál es el “pero”? Con la escasa superficie reconocida como cultivable en la actualidad el proyecto no es viable, necesitaría recuperar buena parte de la antigua superficie de cultivo, ahora cubierta de retamas y unas pocas especies herbáceas (las “oportunistas” habituales que tienden a cubrir las tierras de labor abandonadas). Y aquí está el “pero”: La última zonificación del parque natural (aprovechando la enorme capacidad de trabajo que dan los actuales sistemas de información geográfica) ha rebañado los antiguos espacios agrícolas abandonados para incluirlos en la “Zona B, de regulación especial” complicando –casi imposibilitando de hecho– su reversión a tierras de cultivo, a pesar de que tal posibilidad se reconozca teóricamente en la normativa del espacio protegido condicionada a requisitos (compatibilidad ambiental, viabilidad económica) que este proyecto cumple sobradamente.

Todo esto que está reglado, con su lógica y sus contradicciones, en la normativa del parque natural (PORN y PRUG) tiene su base legal en el reglamento que desarrolla la Ley 2/92 Forestal de Andalucía, que establece que se consideran terrenos forestales (“… con la Iglesia hemos topado, Sancho”) “aquellas superficies sobre las que no se haya desarrollado actividad agrícola por espacio superior a 10 años”. Habrá a quien le parezca pertinente esa “recuperación forzosa” hacia lo forestal de los terrenos que hasta hace un tiempo –no demasiado– fueron agrícolas, pero no tiene por qué serlo. No, porque se parte de un supuesto bienintencionado, pero sin fundamento, para el que no hay “evidencia científica” (como se dice ahora). Se da por supuesto que un terreno agrícola abandonado es un paisaje degradado que sólo puede arreglarse dejando que la naturaleza siga su curso, sin intervenir en él, hasta recuperar una (también supuesta) situación de equilibrio -por supuesto- forestal.

Demasiadas suposiciones. El problema está en creer que en la naturaleza todo está previsto y bien programado, y que una vez alcanzado ese estado ideal hacia el que tiende de forma inexorable, este será permanente. No existe, y no ha existido nunca, el tipo de ecosistema en equilibrio con el que los ecólogos han soñado durante muchos años. Los ecólogos actuales han despertado, por fin, de ese bonito sueño y afirman, con contundencia, que si algo está demostrado es que la naturaleza cambia constantemente, y que su evolución está condicionada por multitud de factores.

Esto de que todo cambia no es nuevo, ya lo decía Heráclito ¿No se acuerdan? Aquel filósofo griego, de Éfeso (hoy sería turco), de hace dos mil quinientos años, que afirmaba que la realidad es un incesante fluir: “Todo fluye”; añadía, para explicarlo, que “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. Hoy se sabe, además, que una estrategia de conservación basada en una absoluta no intervención está condenada al fracaso. Y puestos a intervenir no hay razón para decantarse preferentemente por el modelo forestal frente al agrícola o el ganadero, más cuando sabemos que el desarrollo de masas continuas de vegetación, sean de matorral o arboladas, casi coetáneas, además de ser monótonas paisajísticamente, aumentan el riesgo de incendios forestales difíciles de controlar.

Ya que todo cambia, que nada permanece, que en la naturaleza la norma es el cambio, cambiemos las mentalidades obsoletas y, de paso, las normas que suponen “trabas” a proyectos que pueden desacelerar -aunque sea mínimamente- esta inacabable sangría de habitantes del mundo rural.

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Comentarios (1)

Anonimo Hace 2 años
La verdad que la armilla es un lugar que bien trabajado seria productivo sostenible y por tanto fundamento del arraigo de la poblacion al territorio. Otro ejemplo mas de que la burocracia no entiende de buenas ideas
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