Hemos ganado. Aunque aún no lo sepamos.
Hemos ganado porque desde hace más de una década, el relato es otro. Desde el 2015, si consideramos como referencia la Cumbre del Clima de París, las prioridades sociales han ajustado su jerarquía, porque la conciencia global crece, es palpable en nuestro entorno económico, político y afectivo. El cambio de sentir de los pueblos es la semilla que hace que se pongan en marcha cambios de calado en el plano político y económico.
Hace años que las políticas están girando al verde, las empresas han migrado desde la responsabilidad social corporativa hacia la sostenibilidad, hacia el compromiso con los territorios. Y aunque aún los cambios son lentos, poco contundentes para los que estamos esperándolos, existen desarrollos normativos impensables hace unos años, las empresas están abocadas a ir mucho más allá del greenwashing si quieren que sus clientes las sigan sustentando. El término ecofriendly es un básico. El tráfico aéreo está en cuestión. La cadena de valor alimentaria se está tensionando. Las energías fósiles van caminando hacia la historia. El Papa Francisco escribió Laudato Si. Y todo, porque hemos entendido que ajustar el impacto de la actividad humana a las dinámicas naturales del planeta es la única manera de sobrevivir en el Antropoceno.
La crisis sanitaria del COVID19 fue otra vuelta de rosca al esquema de pensamiento. Se logró una cuestión que el pensamiento marxista considera impensable: Parar la economía global por el bien común. Aprendimos también que de las crisis globales nadie está a salvo y que se sale antes y mejor si las desigualdades son menores y los recursos están más distribuidos.
No se acelera más el paso hacia la llamada, verdadera transición verde, porque la crisis climática es difusa lo que hace que nadie se atreva a tomar decisiones que son política y económicamente impopulares. Llegado el caso en que se visualice la urgencia, existen mecanismos. Se puede activar la premisa básica de que quien contamina paga, y obligar a los ricos a pagar la transición ecológica. En materia financiera, la bancarrota no aplica para los estados, así que se podría utilizar la política monetaria como herramienta.
Con todo ello, el triunfo ya está entre nosotros, la conciencia y preocupación es colectiva, algunos han caído incluso en la ecoansiedad. En sentido estricto, por la frustración de que sabemos que tenemos que hacerlo, pero no lo abordamos de forma decidida. Falta un paso, propiciar que el ciudadano medio urbano esté por la descarbonización efectiva. Con medidas disuasorias ante la contaminación, incentivadoras ante unos hábitos saludables. Es el estado quien tiene la encomienda, impidiendo que se desarrollen movimientos populistas que apelen a las conspiraciones globales, a la supuesta demonización de la agenda totalitaria, de que hagan creer que otros deben cambiar, pero nosotros no. Esa interesada división solo nos lleva a callejones sin salida.
Cierto que el estado, el gobierno, tendría más empuje verde si lo aupara un voto ecologista, pero por obvio, no tiene que ser ese el camino más corto. El ecologismo, como dice Emilio Santiago, antes de llegar a las estructuras tiene que ser la referencia visible en el ámbito cultural, moral e intelectual. Dejar de ser una corriente más, y pasar a ser el esquema de vertebración social, económico y ambiental. Dejar atrás, por fin, el modelo neoliberal que es hoy ya un muerto viviente.
La conciencia ecologista, para una transformación real debe ser colectiva, de los Pueblos. A estas alturas ya no nos sirven Thoreaus que se enfaden con el mundo, apóstoles con un puñado de seguidores, ni tan siquiera grupos que encuentran en las denuncias y las manifestaciones sus únicas posibles líneas de acción para llamar la atención sobre los problemas. Entender la realidad global es reconocer que, como Jonás, vivimos en la ballena y que la supervivencia de ella, es la nuestra. Hace falta colectividad, debe percibirse el ecologismo como una vía de soberanía social. El ecologismo está llamado a jugar un papel, avanzado el siglo XXI similar al que en otros tiempos jugaron procesos emancipatorios como la abolición de la esclavitud, la lucha sindicalista o el sufragio universal.
Un proceso que es, por naturaleza, descentralizador en la medida en que la sostenibilidad se logra en términos de proximidad, en la medida en que se refuerza la democracia mediante proceso de implicación individual y colectiva y, en la medida en que tenemos que estar más cohesionados mediante vínculos afectivos y de pertenencia. La palanca del ecologismo transformador es la generación de confianza en la enunciación de un futuro deseable, esperanzador, factible, en el que no solo quepamos todos, sino que sólo será posible si todos participamos.