Leyes, agricultura, ecosistemas

El problema es que no hemos sabido parar, hemos seguido simplificando cada vez un poco más, buscando mayor producción o una obtención más fácil, y, en el último medio siglo, de manera exagerada

Manolo Pajarón

Ingeniero agrónomo

Imagen del campo andaluz. Pepitas de Almendra, albaricoque, paraguayo, melocotón.
Imagen del campo andaluz. Pepitas de Almendra, albaricoque, paraguayo, melocotón.

Hace unos pocos días el Consejo de la Unión Europea ha aprobado definitivamente la Ley de restauración de la naturaleza, tras una larga tramitación ha salido adelante con el apoyo de los gobiernos de estados que, en conjunto, suponen dos tercios de la población de la UE. No es ninguna sorpresa, esta Ley fue propuesta por la Comisión hace dos años, en junio de 2022, y aprobada por el Parlamento, el pasado abril, por 329 votos a favor, 275 en contra y 24 abstenciones. Se puede afirmar, sin regomeyo alguno, que esta ley -como tantas otras- intenta responder a las expectativas de la ciudadanía europea. Esta ley va un paso más allá de lo que hasta ahora había, pasa de la “protección” a la “restauración”, no por capricho, sino por necesidad. No es suficiente -aunque siga siendo necesario- proteger los pocos hábitats que guardan todavía valores naturales importantes.

Muchos colectivos, no sólo los ecologistas radicales, la han celebrado, asumiendo que es una tarea que incumbe a toda la sociedad, que es imprescindible emprender, sin demora, la restauración de los ecosistemas degradados que en Europa son muchos (el 80%, según la Comisión). Iniciar ya su restauración para mejorar nuestra calidad de vida y, muy especialmente, la de las generaciones que nos sigan. Es una exigencia ética, no podemos dejarles este desastre como herencia, mejor dicho: No podemos devolverles, en este lamentable estado, los territorios que nos adelantaron en préstamo.

Muchos colectivos la han celebrado, pero no todos, algunos colectivos del sector agrario han reaccionado mostrando un rechazo frontal, hay quien la ha llegado a calificar la aprobación de la ley como 'una puñalada por la espalda'. Nunca llueve a gusto de todos, se suele decir…

Me llama la atención, mucho, porque aunque la agricultura no sea la principal responsable del deterioro de los ecosistemas -que corresponde mayoritariamente a la industria, al transporte, las aglomeraciones urbanas, las infraestructuras, al consumo desmedido- sí es la actividad económica que tiene mayor dependencia de esa 'naturaleza malherida', porque es su materia de trabajo. Los alfareros trabajan con la arcilla, los agricultores y ganaderos con la naturaleza.

Los agricultores y ganaderos trabajan, y han trabajado siempre, con 'sistemas vivos'. Sus explotaciones, pequeñas o grandes, propias o arrendadas, constituyen desde el punto de vista económico 'empresas', pero no por eso dejan de ser “sistemas vivos”, ecosistemas modificados o agroecosistemas (lo de menos es el nombre). Y como tales, necesitan para funcionar una estructura (una forma de organizarse los componentes) mínima y coherente, y unos procesos activos (flujo de energía y circulación de nutrientes) que son los que mantienen la trama de la vida.

Desde los inicios del Neolítico -hace la friolera de 10.000 años- al Homo sapiens, a la especie humana, para hacer agricultura, no le quedó otra que intervenir en los ecosistemas naturales simplificándolos -eliminando numerosos componentes, aquellos que le hacían competencia (plantas, insectos y otros artrópodos, vertebrados, etc.), del ecosistema original e interrumpiendo las relaciones que mantenían y reduciendo, por tanto, la diversidad-complejidad de su estructura, para que le fuera más fácil extraer los productos que le interesaban (alimento, cobijo y vestido, fundamentalmente). En términos de la ecología clásica, la agricultura representa una regresión en la sucesión ecológica hacia etapas menos maduras, en las que la relación producción / biomasa es más alta, lo que permite una extracción más fácil de los excedentes. Eran listos estos neolíticos…

Hasta entonces no había sido así, sus antepasados del Paleolítico -que también son los nuestros- durante milenios vivieron como un componente más del sistema natural en el que habitaban, sin modificarlo, recolectaban partes comestibles de la vegetación que les rodeaba (frutos, hojas, raíces, tubérculos) como podían hacer las ardillas o los jabalíes, y cazaban en cuadrilla como cazan los lobos u otros depredadores (dicho sea con todo respeto y cariño hacia nuestros retatarabuelos).

La idea de los neolíticos era buena, tanto que la hemos seguido aplicando, en todo el planeta (unos antes y otros más tarde), durante siglos y siglos, generación tras generación, y así seguimos.

El problema es que no hemos sabido parar, hemos seguido simplificando cada vez un poco más, buscando mayor producción o una obtención más fácil, y, en el último medio siglo, de manera exagerada.

Como norma general, a mayor simplificación corresponde mayor producción, pero también mayor caída de la estabilidad. Esta caída de la estabilidad se intenta remediar mediante las aportaciones de energía y materiales de fuera del sistema (trabajo humano y animal, combustibles fósiles, fertilizantes orgánicos o minerales, productos fitosanitarios naturales o de síntesis química), aportaciones que han que ser mayores cuanto mayor sea el estado de regresión, mayor la reducción de la diversidad. Y cuyo efecto es reducir aún más la diversidad, entrando en una espiral creciente de la que es muy difícil salir.

En esas estamos, una agricultura especializada hasta el límite, con la biodiversidad reducida al mínimo, también la fertilidad natural de la tierra que, en definitiva, depende de la diversidad de la vida en el suelo, y, por tanto, con una dependencia absoluta de las grandes corporaciones de la agroindustria, que son las que le proporcionan (tras el correspondiente pago) esa energía y esos materiales que se precisan, cada vez en mayor cantidad.

Parece que -quizás- ha llegado el momento de que sector agrario europeo, en vez de revolverse irritado contra quien le indica que va hacia un callejón sin salida (¿O sería más acertado decir 'hacia un precipicio'?), haga suya aquella frase de Cicerón: "La agricultura es la profesión propia del sabio…", se pare, lea despacio, escuche, reflexione, argumente y escoja un camino adecuado y unos compañeros sensatos con quien hacerlo.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído