Los Pedroches, una comarca en peligro

El último signo de este desastre que parece abocarnos sin remedio a formar parte de la España vacía lo venimos sufriendo desde hace nueve meses

Protesta en Los Pedroches reclamando agua potable.
Protesta en Los Pedroches reclamando agua potable.

Cuando escribí mi libro Ensayo sobre fiestas populares de Los Pedroches (1997), definí la comarca cordobesa de Los Pedroches como una “reserva natural de la antropología”, porque tanto su posición fronteriza entre tres regiones (Andalucía, Extremadura y Castilla- La Mancha) como el aislamiento en las comunicaciones que venía sufriendo desde el siglo XVIII habían permitido el mantenimiento en este territorio de unas formas de celebración festiva y de tradición consuetudinaria que hundían sus raíces en los siglos fundacionales de las villas que la componen. Mientras que en otros lugares ya todo se había perdido, aquí se mantenían aún fiestas de quintos, rituales matanceros, costumbres en las bodas con reminiscencias medievales, celebraciones de exaltación de la naturaleza de origen pagano o técnicas ancestrales en el cultivo de los campos. Luego, el fin de siglo y su globalización arrasó con todo y acabaron imponiéndose también modos foráneos de vivir los sentimientos y el sentido cívico de comunidad. 

Ahora, sin embargo, la comarca de Los Pedroches, en el norte de Córdoba, vuelve a erigirse como territorio representativo, en este caso, de muchos de los males que afectan al mundo rural español, particularmente, la despoblación y el abandono inmisericorde por parte de las administraciones públicas.

Los 17 pueblos que forman Los Pedroches han perdido más de 5.000 habitantes en los últimos 15 años, casi un 10% de su población total. Tan solo en el último año contabilizado (2023) la bajada ha sido de 515 habitantes (un 1%). Este descenso de la población se traduce en un progresivo abandono de los servicios básicos por parte de las administraciones públicas, que tienden a concentrar su gestión en los núcleos más poblados. Asimismo, paulatinamente, se van cerrando bancos (ya hay varios pueblos sin ninguna entidad financiera), cuarteles y farmacias, se van reduciendo los horarios de los centros de salud o servicios asistenciales y eliminando unidades escolares. Proliferan los carteles de “se vende” en las viviendas particulares, que van sufriendo un progresivo deterioro hasta desembocar en su ruina. Desaparecen los pequeños establecimientos comerciales y los bares o tabernas en cuanto sus dueños se jubilan, pues no existe relevo generacional para estos negocios de supervivencia. En Los Pedroches ahora todo el potencial económico se centra en la ganadería, lanar y porcina, pero fundamentalmente en el vacuno de leche, criado en régimen intensivo como consecuencia de un milagro cooperativo nacido en los años 50 del siglo pasado que ha llegado a convertirse en el gigante (con pies de barro) empresarial Covap, donde toda la comarca ha depositado finalmente sus esperanzas.

El último signo de este desastre que parece abocarnos sin remedio a formar parte de la España vacía lo venimos sufriendo desde hace nueve meses, tanto como dura un embarazo. Durante todo este tiempo los habitantes de la comarca no han podido disponer de agua potable en sus grifos, ese fundamento esencial de cualquier sociedad mínimamente desarrollada, un cimiento básico sobre el que se ha construido el bienestar del mundo contemporáneo. Se han recuperado antiguas estampas de hombres y mujeres porteando cántaros y garrafas desde la fuente pública (transmutada en camiones cisterna) para el agua de consumo humano y hasta para cocinar. Una imagen simbólica que nos habla de una regresión que no hubiéramos imaginado hace tan solo un año.

La delicada situación provocada por la falta de agua potable está poniendo a prueba las costuras de una sociedad en muchos aspectos anclada todavía en la tradición y en los usos heredados. Una mera cuestión de supervivencia se ha traducido, sin embargo, en una división política en función del signo de las administraciones, la cual amenaza con perpetuar un problema que hubiera podido resolverse con más celeridad si se hubiera buscado con ahínco el acuerdo y el consenso. Como tantas veces sucede, la maquinaria partidista ha propiciado una situación de polarización que solo podrá resolverse mediante un diálogo profundo entre administraciones dirigida a buscar la mejor solución, si acaso fueran capaces estas de reconocer errores pasados y estar dispuestas a abandonar posiciones maximalistas en favor de acuerdos efectivos. 

Sabemos que el problema del agua y su tratamiento es una circunstancia que afecta cada vez más a todo el territorio nacional, pero en zonas rurales como Los Pedroches sus consecuencias pueden resultar aún más catastróficas, al actuar como elemento acelerador de la despoblación y el abandono de servicios esenciales por parte de administraciones públicas y empresas privadas. La falta de soluciones inmediatas provoca, a su vez, una desafección por parte de la población hacia las instituciones, por sentirlo como un agravio comparativo con respecto a otros territorios, donde los problemas se abordan con mayor eficacia. Y en ese trance se pone de manifiesto la infravaloración general hacia aportes esenciales que proporcionan territorios como Los Pedroches, que no pueden cuantificarse en términos económicos, sino de mera supervivencia humana.

Recientemente, el profesor Valle Buenestado ha puesto de manifiesto la riqueza que supone el mantenimiento de ecosistemas como la dehesa o la pseudo estepa de Los Pedroches, en contraste con otras zonas de la propia provincia de Córdoba que han sufrido un gravísimo proceso de deforestación a causa de una sobrecarga de explotación agrícola. Los Pedroches merecen una protección que no tuvieron cuando constituían una “reserva natural de la antropología” y que tampoco tienen ahora como territorio en peligro de despoblación. La merecen como depósito ecológico y provisión de biodiversidad frente a un futuro cada vez más amenazador en lo que a riqueza natural se refiere. 

Los Pedroches se articulan en torno a dos paisajes diferentes, el olivar y la dehesa. En ambos casos se trata de paisajes artificiales, creados por el hombre a su imagen y semejanza, atendiendo a sus propias necesidades. Es decir, el hombre y la mujer de Los Pedroches han sentido desde sus orígenes la necesidad de transformar su entorno para hacerlo más accesible, embarcándose así en una tarea de siglos solo comprensible en términos de epopeya. 

Por un lado, tenemos la dehesa, que es la domesticación del salvaje bosque mediterráneo convertido rápidamente en jarales si se entrega al abandono. Su dominio arranca al menos desde el siglo XV, pues ya en 1492 los Reyes Católicos impusieron límites al adehesamiento para evitar abusos señoriales. Luego, las dehesas tendrían una importancia capital en la historia de Los Pedroches, particularmente en la zona de realengo, por cuanto en torno al disfrute de las dehesas comunales de la Jara, Ruices y Navas del Emperador se articuló la creación y mantenimiento de la mancomunidad de municipios de las Siete Villas de Los Pedroches, que resistió hasta las desamortizaciones liberales del siglo XIX. Durante su vigencia, las Siete Villas protegieron con mimo sus dehesas y crearon una legislación muy estricta, cercana a lo devocional, para la protección del encinar.

Por otro lado, el olivar de la sierra, ganado también al monte asilvestrado, producto de un trabajo de dimensiones épicas llevado a cabo en muy pocos años por los materos, que ya a finales del siglo XIX y comienzos del XX arrancaron encinas, retamas y juagarzos en las zonas más recónditas de Sierra Morena, en la llamada dehesa de La Concordia, para crear un paisaje inédito hasta entonces y, con él, toda una cultura nueva que, sin embargo, enseguida arraigó en el territorio y sus gentes como propia y ancestral.

Como creaciones artificiales que son, ambos paisajes se hallan en constante riesgo de desaparición, a poco que se abandonen. Son paisajes que requieren esos cuidados de exigencia mitológica, esos castigos cíclicos que –como el de Sísifo— nunca deben abandonarse, pues la consecuencia inevitable sería su pérdida para siempre, en cuanto la naturaleza actuara enseguida según es su cometido y su obligado proceder siglo tras siglo, convirtiendo en naturaleza salvaje lo que el hombre con su esfuerzo ha sido capaz de domesticar durante generaciones. Los Pedroches, como tantas otras comarcas españolas, corre un peligro real de desaparición, en cuanto se pierda su identidad cultural y natural. Alguien debería hacer algo. Y ha de ser pronto. 

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