A grandes pinceladas, la población española se puede dividir entre un 80% que vive en ámbitos urbanos y un 20% que vive en ámbitos rurales. Si consideramos que existe un número aproximadamente igual de hombres y de mujeres, nos encontramos con que las mujeres rurales suponen el 10% de la población española. Una minoría.
Esta minoría ha conseguido ser vista por iniciativas tan interesantes y necesarias como la de Ganaderas en Red y alguna otra similar, que no dejan de ser mirlos blancos dentro de nube de información, que nos llega continuamente, de la situación que se vive en muchos de los pueblos españoles. Pero limitar a las mujeres que habitan en los pueblos a las escasas apariciones que estas ganaderas tienen en el plantel de la actualidad, es mantener la herencia rancia del siglo XX, que se empeñaba en reducir a las mujeres, en general, a ciudadanas de segunda, y a las mujeres rurales, en particular a personajes invisibles con escaso margen de maniobra, así como reducir a los pueblos a la producción agraria.
Ni las ciudades son lo que la gente de pueblo se cree, y por supuesto, ni los pueblos son lo que la gente de ciudad se empeña en convertir.
Existe una incultura sorprendente, por parte de la gente de ciudad, de la vida en los pueblos. Unos de los grandes responsables de que la imagen que se tiene de los pueblos, por parte de propios y extraños, son los medios de comunicación. El cuarto poder reduce la aparición de la vida rural a dramáticas escenas de la “España vaciada” así como simplifica el ámbito rural al sector primario. Evidentemente el sector primario se desarrolla en el ámbito rural, pero limitar el mosaico de actividad que recorren los pueblos a la agricultura o la ganadería, es una visión simplista e injusta de cada uno de los territorios rurales que se encuentran en la piel de toro.
Hago alusión a la perspectiva simplista que las personas que viven en ciudades tienen de lo que pasa en los pueblos, porque esta visión miope y estrecha es aplicable a la labor que realizan las mujeres rurales por sus pueblos y para la sociedad en general.
En los pueblos encontramos pocas mujeres que se dedican al sector primario, pero encontramos mujeres luchadoras, que crean sus negocios y apuestan por mantener vivas sus localidades. Encontramos mujeres que trabajan en el sector de la trasformación, así como hay mujeres que se dedican a los servicios, desde una pescadera, una peluquera hasta una abogada, pasando por el más variado panorama de profesiones. Todas ellas son mujeres rurales, todas viven en sus pueblos, trabajan para ellos, los mantienen vivos y realizan las mismas actividades que se pueden encontrar en las ciudades.
Pero, además, hacen más por el planeta de lo que se cree, mantienen los pueblos activso, crean familias, cuidan a sus mayores y a sus descendientes, junto con sus compañeros, sí, pero, en muchos casos cargando aún con pesadas mochilas de reglas sociales decimonónicas, que aún siguen latentes. Hay muchas manifestaciones de que las mujeres rurales están más activas que nunca, datos que se arrojan de las estadísticas de emprendimiento en ámbitos rurales femeninos, incremento de la participación femenina en los ayuntamientos e instituciones públicas, mujeres preparadas que buscan su nicho laboral en su pueblo, datos que alientan a pensar que se está produciendo una verdadera revolución y que esa minoría del 10% de la población española, por fin se levanta y pide el papel que le corresponde.
Aunque aún nos queda mucho por recorrer. Aún seguimos observando como los consejos rectores de las cooperativas, siguen estando copados por hombres, como el número de alcaldesas aún es mucho menor que el de alcaldes, como la mayoría de las Hermandades, entidades sociales representativas y otras agrupaciones, siguen estando en manos masculinas, cuando, realmente las que las mantienen vivas y las que trabajan en ellas son las mujeres.
Aún nos queda mucho para que se frene esta “huida ilustrada femenina rural”, en la que observamos como los pueblos se van desangrando de mujeres con preparación porque no encuentran su hueco o no sienten que puedan aportar nada a su pueblo. Aún nos queda por recorrer el camino, donde el vivir en la ciudad no sea el culmen del éxito profesional y se instaure una conciencia real de que, la calidad de vida de cada persona depende de la perspectiva que esa persona tenga de su realidad, y no de si su dirección postal pertenece a un municipio con más de 20.000 habitantes.
Aún nos queda camino por recorrer, pero es cierto, que se pueden apreciar brotes verdes.
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