"No hay más agua que la que llueve", esto nos decía, hace algo más de cincuenta años, en la escuela de agrónomos de Madrid, el profesor de edafología (es la ciencia que estudia los suelos) uno de los mejores profesores que tuvimos en la carrera. Y, si se piensa detenidamente, se acaba concluyendo que tenía razón.
Los embalses se llenan con el agua de lluvia, y los acuíferos subterráneos también. Es cierto que tanto unos como otros sirven para acumularla en los años buenos y guardar alguna para los menos buenos. Pero no la generan, solo la guardan, y nos permiten compensar la escasez de unos años con los excedentes de otros, nada más. Si gastamos más de la que entra acaban por vaciarse. Esta es en la situación en la que nos encontramos hoy, con los embalses casi vacíos – si hubiera más estarían igual – y los acuíferos agotados.
Está lloviendo, empezó hace uso días y sigue, unas veces de forma torrencial y otras más calmada. No ocurría desde hace dos o tres meses, ni una gota en toda la primavera, parecía que se le hubiera olvidado llover. Vivimos un periodo de sequía fuerte, de “pertinaz sequía”, como decían en el “NODO”, aquel noticiario cinematográfico obligatorio, en blanco y negro, con los que empezaban todas las sesiones de cine “in illo tempore”, en los que, entre otras noticias, siempre salía el dictador inaugurando algún pantano, uno de esos que ahora están casi vacíos.
Sequías ha habido siempre, es verdad, es una de las características de lo que se conocía como clima mediterráneo. Digo que se conocía, porque ya no, aunque haya quien no se quiera enterar, el clima – las rutinas meteorológicas que lo definían – están cambiando en todo el planeta. Se conoce la causa: el incremento progresivo de la temperatura del aire debido al incremento de la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera; y – aunque con un grado notable de incertidumbre – se conocen las consecuencias, que no se están haciendo esperar, ya estamos viviendo las primicias. En la Península Ibérica, nos toca más calor, menos lluvia y mayor frecuencia de los fenómenos extremos (sequías, lluvias torrenciales). De algo nos suena ¿No?
Pues, en esta situación, embalses sin agua, acuíferos exprimidos, lluvia escasa y mal repartida, la solución que se plantea para el campo es incrementar el regadío. Como no llueve y los cultivos se secan lo que hay que hacer es regarlos. Estaría muy bien si hubiera agua, pero no la hay. No hay más agua que la que llueve (¡Ay, Don Carlos Roquero, cuánta razón tenía!) y no ha llovido, y además hemos dilapidado el agua que estaba almacenada.
En España están de regadío, actualmente, un poco más del 23% de las superficies de cultivos agrícolas (unos cuatro millones de hectáreas, no llega), y esta -ni siquiera- cuarta parte de las superficies de cultivo consume el 80% del agua dulce del país. Si le dedicásemos toda el agua (renunciando a beber, lavarnos, y dejando desabastecida la industria) se podrían poner en riego un millón más de hectáreas y alcanzar casi el 30% de la superficie cultivada en riego. Me temo que la sociedad española no está dispuesta a semejante sacrificio.
Siempre me ha llamado la atención que, ante la escasez de agua de lluvia, se plantee como solución el incremento de la superficie de riego. Comprendo que lo desee el agricultor de secano a la vista de las parcelas de sus colegas de regadío, pero no comprendo que le sigan la corriente los técnicos y las autoridades del ramo.
Y me llama más la atención, cuando sabiendo que algo más de las tres cuartas partes de las superficies de cultivo son de secano, no haya otra preocupación que el incremento fantasioso e irresponsable del regadío (no sé por qué me viene a la cabeza, ahora, Doñana) en vez de mejorar técnicamente los secanos como tales.
Se conoce la forma de incrementar la capacidad de infiltración y de retención de agua en los suelos de cultivo: Incrementando el contenido en materia orgánica, que no será barato, pero sí más económico que la inversión para la transformación en riego. Y también las técnicas de “cosecha de agua”, para evitar o disminuir las pérdidas por escorrentía.
Hay mucho por hacer para mejorar las condiciones hídricas de nuestros secanos. Todo es ponerse. Y, de paso, tomarnos en serio la mitigación y adaptación al cambio climático. Ojalá lo hagamos pronto.
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