Debo confesar que tras tanto manoseo del concepto, le he cogido cierta animadversión al término de medio ambiente. Con esa interesada y manipuladora utilización que hacemos del lenguaje y las palabras, se ha logrado que eso del medioambiente parezca un cuestión lejana, abstracta, del otro. Aplicamos un prisma demasiado antropocéntrico a la percepción de las cosas lo que nos hace pensar que las causas y efectos, los orígenes y destinos están en las personas, y por defecto, todo gira alrededor nuestro. Y como una estrella más, el medio ambiente y su salud está fuera de nuestro alcance.
Esta idea mil veces repetida de forma subliminal ha conseguido que, cuando alguien se preocupa por el tema, acabe preguntándose, ¿y qué puedo hacer yo para cambiar todo esto? Es la conclusión a la que llega gran parte de la ciudadanía cuando se le abruma con la constatación de la crisis climática provocada por la actividad económica.
Gran parte de la inacción colectiva que hay hacia el gran reto de la crisis climática está en esa sugestión interesada ligada al interés de continuar un modelo de crecimiento económico que tiene en el consumo su permanente objetivo: sigue viviendo, sigue disfrutando, “porque tú lo vales”, ya vendrá un avance tecnológico o un acuerdo mundial cuando de verdad haga falta.
Llegan, muchas de las personas preocupadas por el presente y futuro colectivo, integrador, inclusivo, justo, sostenible, al callejón sin salida de la impotencia que muere por desgracia en la inacción o la frustración. Y eso del medio ambiente, de la salud del planeta se convierte en una utopía, que como el horizonte, siempre se aleja si tratamos de acercarnos. La crisis climática la convertimos en una huérfana apátrida de la que nadie quiere hacerse cargo, como un inmigrante sin papeles al que ningún gobierno quiere darle asilo.
Cuando en verdad, si tenemos la valentía de ser honestos con nosotros mismos, todo ese retrato es una completa falacia: el medio ambiente, en verdad, somos nosotros. Lo que ocurre es que reconocerlo supone desmontar gran parte del sistema capitalista global y descalabrar la actual estructura de poder financiero y fáctico. Y, sí. En todo este proceso de deterioro, los realmente perjudicados somos nosotros.
Según Intermon Oxfam, 263 millones de personas más caerán en la pobreza extrema en 2022. El Banco Mundial afirma que más de 140 millones de personas serán expulsadas de sus hogares en los próximos años. Un fenómeno, que como la reciente y triste crisis sanitaria, no conoce de geografías, edades o religiones.
Esta inquietud la veo muy plasmada en el lema que Naciones Unidas ha elegido para esta —no sé bien si celebración o reivindicación— del 5 de junio de 2022. La titula “Una sola Tierra”. No media, ni dos, sino una. Podrá haber miles de millones de galaxias. Solo en la nuestra, miles de millones de planetas, pero hay una sola Tierra. Que funciona y nos da la vida si cuenta con todas las piezas y se mantienen los equilibrios necesarios, gracias a eso que algunos llaman naturaleza y en la que todos somos esenciales. Todos.
Para apalancar la idea, estaría bien volver a ver la película Avatar. Releer a Rachel Carson y su Primavera. Recordar lo que decía Martin Luther King: “Estamos atrapados en una red de mutualidad de la que no podemos escapar, enlazados por un mismo hilo del destino. Lo que a uno afecta directamente, nos afecta a todos indirectamente”. La salud del planeta, que es la nuestra, necesita de un prisma holístico para que tenga éxito.
Es tiempo de entender y asumir la responsabilidad que nosotros mismos nos hemos generado. Es cierto, la acción del hombre gracias a la ciencia y la tecnología tiene un alcance global, hemos alcanzado la capacidad de dirigir los destinos del planeta, estamos en el Antropoceno y cada pequeña acción suma o resta en lograr el éxito de esta travesía en la que todos estamos embarcados. Caminar siempre que sea posible en lugar del coche. Mirar la etiqueta de los productos y comprar en comercios locales productos de cercanía. No sucumbir a la permanente renovación de armario… Tan sencillo como aumentar nuestro grado de conciencia, lo que nos permitirá también ser más felices. Probadlo.
En esta complejísima, maravillosa, deslumbrante amalgama que forma una sola Tierra, somos los humanos los que debemos tomar de forma consciente partido, y decidir si somos parte del problema o de la solución. Porque, no olvidemos cada vez que veamos un pájaro, una flor, un árbol, un pez, una araña… ellos ya han tomado partido. Son la solución.
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