Según el Sigpac soy dueño de 351 olivos situados en las Sierras Subbéticas, dentro de un par de parcelas con una pendiente media de 43% y que juntas suman 2,19 hectáreas. Hago producción ecológica desde hace más de 20 años, con producciones medias en torno a 1.500 kilos/Ha. Junto a otros vecinos, nos organizamos para intercambiar ayuda a la hora de hacer algunos trabajos y en especial la recolección. Cuidamos los suelos manteniendo cubiertas verdes todo el año, cortando la hierba con desbrozadoras manuales. Con la ayuda de intrépidos tractoristas picamos los restos de la poda para proteger y enriquecer los suelos. Con mangueras de decenas de metros llegamos a las cumbres para prestar cuidados foliares a nuestros árboles. Con la aceituna vendida y las ayudas públicas recibidas rara vez llegamos a cubrir gastos. La producción en años como 2022, donde la sequía y los golpes de calor son extremos, se llega a reducir a un 10% respecto a una cosecha media. El aceite de nuestros olivos de sierra que llega a los mercados lo hace en igualdad de precio con otros producidos bajo sistemas intensivos y super intensivos cuyos costes son varias veces menores que los que tenemos en el olivar de sierra.
Con todo, estos olivares representan en torno al 25% del olivar andaluz y hacen aportaciones únicas a la sociedad en diferentes aspectos. En especial aquellos que seguimos prácticas ecológicas de cultivo, protegemos suelos, no contaminamos aguas ni los propios suelos, prevenimos los incendios forestales, facilitamos la captura de carbono, mantenemos una diversidad de variedades extraordinaria y claro, producimos aceites saludables, ricos en polifenoles y sumamente complejos sensorialmente lo que los hace únicos en nuestra gastronomía. Como resultado de este manejo y estos cuidados, su paisaje constituye la piedra angular de lo que está llamado a ser, porque en si ya lo es desde hace siglos, Patrimonio de la Humanidad. Unos servicios que prestamos desde el compromiso pero que requieren una recompensa justa si queremos prolongar esta relación.
Los miles de aceituneros que cuidamos de estas pequeñas y fragmentadas parcelas, estamos en su mayoría en torno a los sesenta años, hemos heredado estos olivares y nos une a ellos el compromiso con ese legado familiar, el vínculo con unas prácticas tradicionales, el disfrute de una actividad saludable que prestamos al aire libre mientras contribuimos a cuidar el paisaje de las sierras, transmitiendo esta cultura a nuestras familias y amigos, consumiendo el zumo natural de esas aceitunas durante todo el año. Una suma de apegos explican la pervivencia de estos olivos, sin embargo deficitarios en términos de rentabilidad.
Esta atracción se extiende en las últimas décadas aquí y allá, en cualquier lugar donde encontremos personas, profesionales, entidades e instituciones que conocen y aprecian estos valores. He tenido la suerte de conocer investigadores entregados al conocimiento y reconocimiento de estos olivares de sierra, entidades públicas como la Asociación Española de
Municipios del Olivo (AEMO) que ha aprobado un decálogo en defensa de estos olivares, modestas asociaciones como el Centro de Estudios Rurales (Arume) que acaba de editar un libro que ofrece propuestas generadoras de resiliencia para este olivar o más recientemente el Proyecto Moving coordinado por la Universidad de Córdoba, centrado también en ofrecer recomendaciones políticas que hagan más sostenibles a las cadenas de valor de las montañas europeas. En el marco de este proyecto la Asociación para el Desarrollo del Guadajoz y Campiña Este de Córdoba (Adegua) está llevando a cabo diferentes actividades que soporten el análisis del olivar ecológico de las Cordilleras Béticas, estudien aquellos aspectos que lo hacen vulnerable y propongan medidas de adaptación que aseguren su futuro.
Como aceitunero de montaña agradezco estos esfuerzos más que necesarios porque nuestro olivar de sierra está enfermo como bien alertaba recientemente Manuel Pajarón desde la Sierra de Segura.
Algunas amenazas ya impactan con fuerza sobre este frágil agrosistema. La sequía y las repetidas olas de calor ya han hecho estragos en la pasada cosecha y la actual situación meteorológica no invita al optimismo. Tampoco ayudan las oscilaciones de precios donde los pequeños productores no tenemos margen de decisión ni reparto de beneficios cuando los hay. El envejecimiento de los propietarios de estos olivares, las dificultades de mecanizar las tareas o de encontrar mano de obra disponible son algunos de los efectos que en cadena no dejamos de percibir.
Es cierto que tenemos en nuestras manos tomar decisiones en el campo, en nuestra articulación interna como relevante subsector del olivar andaluz, apostando por prácticas regenerativas y mejorando nuestra organización, así como nuestra interacción con otras etapas de la cadena de valor.
Pero necesitamos un marco de políticas públicas que nos aporten estabilidad, compromiso y un conjunto de actuaciones planificadas que orienten la dirección y sostengan el esfuerzo de la base productiva que representamos los pequeños productores de sierra. Ese marco bien debiera ser incorporado con nombre propio y la atención que merece dentro de la Estrategia del Olivar que ha anunciado hace escasos días la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía.
Esa es nuestra esperanza y esa es la petición que desde las sierras andaluzas lanzamos también a la sociedad y a los consumidores que siempre tienen la puerta abierta y la invitación a disfrutar de un producto tan diferenciado como el que desde estos olivares serranos brindamos.
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