En los últimos años se han producido una serie de trágicos episodios que han causado evidentes estragos sociales, invadiendo nuestros días de temores e inseguridades. Vivimos con una sensación permanente de fragilidad en nuestra situación financiera que nos lleva persiguiendo durante la última década y que afecta drásticamente a nuestro bienestar personal. Un bienestar que se ha visto tambaleado y que nos obliga a hacer un alto en la vorágine rutinaria de nuestro día a día, a reflexionar y a tomar medidas reales y concretas.
Medidas sobre nuestros hábitos de vida, el consumismo desmesurado, los efectos del cambio climático, la deslocalización del mercado... factores que han promovido que en estos dos últimos años se hayan producido imágenes grotescas que sin duda serán difíciles de olvidar para todos. Hemos presenciado estanterías vacías de los supermercados, colas interminables en las gasolineras y precios encarecidos en respuesta a una de las mayores crisis de abastecimiento de las últimas décadas.
Ese famoso "cuello de botella" consecuencia del confinamiento, que lejos de estar solucionado se ha visto incrementado por otros episodios acontecidos en los últimos meses, dejando a las empresas, las mayores perjudicadas por la cantidad de materias primas que demandan, con graves problemas de suministro, obligándolas en determinados momentos a parar su producción, sobre todo aquellas empresas que dependen del transporte marítimo, lo que ha afectado directamente al consumidor con un encarecimiento de los precios estimado entre el 20 y 40%.
Esta crisis de desabastecimiento también ha provocado que el ciudadano tenga la necesidad de establecer un compromiso con su entorno, con sus vecinos, con su cultura, en busca de un escenario de seguridad, de cercanía y de calidad, por lo que no debemos dejar pasar la oportunidad que nos brinda la difícil crisis actual de oferta para posibilitar un acercamiento al mercado de proximidad, a los supermercados de barrios y concretamente al producto local.
El producto local define a los agricultores, ganaderos y artesanos de una región, en definitiva, la entidad de una comarca. Su adquisición fortalece el compromiso con los productores locales, la economía de un municipio, su desarrollo y su entorno. Su demanda por parte del consumidor implica una incidencia en el valor del producto que fomenta la diferenciación, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad.
En definitiva crea un impacto positivo en la economía de nuestros municipios y en nuestro entorno. Algunos de los grandes supermercados que encontramos en nuestro país se replantearon su dependencia del sistema actual de distribución reaccionado a esta crisis de suministro incrementando el número de productos locales en sus lineales, realizando una apuesta por el producto local, introduciendo productos regionales. Obteniendo como resultado unos beneficios gracias a la reducción del transporte y el tiempo de suministro. La introducción de este producto es un acto estratégico que garantiza la frescura y calidad, factores que junto a la responsabilidad medioambiental atraen al consumidor.
Esta política de ventas que nos ofrece un escenario de cercanía entre el producto local y el consumidor, de una manera ágil y eficaz, se ha traducido en una solución real en los momentos más difíciles de esta crisis de suministro, como es el caso de Canarias y Valencia, donde sus huertas posibilitaron que el producto no escaseara en su mercado. Este contexto nos posibilita que esta medida no sea simplemente un recurso para paliar un problema puntual en el tiempo sino que sea el motivo de llegada y de permanencia de estos productos a las grandes superficies de la ciudad de origen. No se trata de un camino fácil ni rápido pero si un compromiso que todos debemos emprender.
Este gesto que están realizando algunas empresas es solo el comienzo de una ruta de cambio donde en el consumidor adopta un papel principal siendo este el responsable de crear una demanda del producto cercano, siendo consciente de que el consumo de estos productos inciden en el valor del mismo, creando un impacto positivo en la economía local y en muchas ocasiones con especial relevancia en relación con aquellos alimentos con etiquetas de calidad como es el caso de las certificaciones de origen.
El consumo de los productos locales conlleva beneficios generalizados como es la disminución del impacto medioambiental, reduciendo el gasto de transporte, el uso de plástico, al reducir la necesidad de conservación por la cercanía, fomenta la calidad del producto y posibilita diferentes alternativas al desarrollo local como es el caso del turismo gastronómico.
El turismo gastronómico es una tipología turística donde los visitantes y turistas se adentran en la cultura y la naturaleza de un lugar a través de su gastronomía y patrimonio culinario. Entre las distintas posibilidades que ofrecen las prácticas de turismo gastronómico se abre un magnífico escaparate para este producto.
Su oferta en los establecimientos hosteleros y de restauración de un municipio, su disponibilidad en el mercado local, acerca al visitante a conocer su cultura, la tradición y los valores del destino.