Redondeando la economía del olivar

Hay una cuestión importante, a este respecto, a la que se hace poco caso (por no decir ninguno), me refiero a la grave carencia de materia orgánica que sufren los suelos de los olivares andaluces

Manolo Pajarón

Ingeniero agrónomo

 Imagen de archivo de un olivar.
Imagen de archivo de un olivar.

Acabo de leer en la prensa (es una forma de hablar, lo he leído en la pantalla del móvil) que la Universidad de Jaén en colaboración con una empresa ha desarrollado un proyecto en el que se aprovechan los restos de poda del olivar -sus fibras- para dar resistencia a determinados plásticos. Una nueva utilidad para un subproducto que se genera masivamente y no tiene valor comercial; lo más notable es que consigue un ahorro importante en el uso de materiales procedentes del petróleo (los plásticos), pues la fibra vegetal llega a suponer hasta el 40% en peso de la pieza final. Aunque solo sea por esto, por reducir la dependencia del petróleo, ya supone un avance sustancial. Si, además, fuera capaz de añadir un ingreso, por pequeño que fuese, al escaso margen bruto de los sufridos olivareros, sería de premio gordo.

Hasta aquí muy bien, una buena noticia - cosa de la que no estamos sobrados - , pero al periodista, o a quien comunicaba la noticia, le parecía poco y alargaba la lista de los beneficios que el invento proporcionará cuando se ponga en práctica, y la alargaba por el camino de moda: la mitigación del cambio climático, al reducir las emisiones de dióxido de carbono, y el acercamiento del olivar a la deseada “economía circular”.

Quizás algo haya de cierto, si se reduce el consumo de petróleo, se evitan las emisiones de gases de efecto invernadero que suponen su extracción, transporte y transformación, que no son pocas. Pero, hay poco más; la criatura está bien, muy bien, pero, creo que es mejor no exigirle demasiado, no pedirle lo que no puede dar.

Ahora que la mayoría de los restos de poda (el ramón) se trituran, no se queman, y se dejan sobre el suelo para que se descompongan lentamente, no sé si transportar estos restos hasta un polígono industrial – que quizás no esté muy cerca- para que acaben formando parte de un coche o cualquier otro objeto, que acabará sus días amontonado en un desguace, es de verdad circular y si emite menos carbono. (Es cierto que únicamente se trituran las ramas menos gruesas, lo que se llama el “ramón”, las gruesas, la “leña”, se suelen retirar para dedicarlas a arder en chimeneas o estufas).

De lo que no hay duda es de la necesidad de redondear la economía del olivar (y de todos y cada uno de los cultivos agrícolas), y de reducir las emisiones de CO2 o -lo que viene a tener el mismo resultado- aumentar la fijación de carbono.

Hay una cuestión importante, a este respecto, a la que se hace poco caso (por no decir ninguno), me refiero a la grave carencia de materia orgánica que sufren los suelos de los olivares andaluces, cuyo contenido solo excepcionalmente supera el 1% en peso. La materia orgánica del suelo es la responsable de una serie de virtudes fundamentales de las tierras de cultivo, como la fertilidad y la capacidad de infiltración y retención de agua. Además el incremento del contenido de materia orgánica en el suelo constituye la forma más eficaz de secuestro de carbono, que queda retenido en compuestos muy estables, contribuyendo directamente en la mitigación del cambio climático. De ahí la importancia de triturar y dejar sobre el suelo los restos de poda.

Convendría, ya que estamos, no olvidar que hay otro subproducto, también masivo y sin valor comercial (su retirada supone un coste), que sí que permite redondear, de una vez, una parte importante de la economía olivarera. Me refiero al “alperujo”, esa pasta semisólida y pringosa, compuesta por los pellejos, los trozos de hueso y la pulpa molida de las aceitunas, una vez extraído el aceite.
La aplicación del alperujo al suelo del olivar -una vez compostado convenientemente (lo cual no es difícil)- permite cerrar, prácticamente, el ciclo de los nutrientes minerales. Devolver a la tierra los nutrientes que el árbol extrajo para formar la cosecha, eso sí sería redondo, economía circular de la buena.

En la naturaleza, en los ecosistemas no alterados, los nutrientes minerales (nitrógeno, fósforo, potasio y demás elementos menores) se usan indefinidamente, una y otra vez, en ciclo cerrado, con distintas velocidades y ritmos. Extraídos del suelo por las plantas e incorporados a su organismo, pasan al herbívoro que las consume y de este al carnívoro, si antes no ha vuelto al suelo con las hojas o frutos caídos o en los excrementos, para finalmente, en cualquier caso, terminar sobre el suelo con el cadáver del último consumidor o con la madera muerta del tronco caído.

Ahí no termina el proceso, pues en el suelo una legión de seres - la mayoría microscópicos- aprovecha para vivir la energía ligada a los enlaces químicos de esa materia orgánica, descomponiéndola y liberando de nuevo los minerales, que vuelven a estar a disposición de las raíces de las plantas, y vuelta a empezar. Los espacios naturales - bosques, selvas, praderas y demás- no necesitan que se les aporte abonado de ningún tipo. En los espacios cultivados este ciclo se interrumpe, pues una parte de lo que se produce se saca fuera: la cosecha (también otras partes, en el caso del olivar la leña de poda, por ejemplo); estas extracciones son las que hacen indispensable la fertilización para devolver al campo los nutrientes que nos hemos llevado y que, de otra forma, acabarían agotándose.

El caso del olivar de almazara es especial -juega con ventaja con respecto a otros cultivos- en este asunto del cierre de los ciclos de los nutrientes minerales. El producto que se envía al mercado, el aceite, está compuesto casi en exclusiva por carbono, hidrógeno y oxígeno, elementos que el olivo toma del aire y del agua. Se podría decir -sin mentir- que el aceite de oliva virgen es “agua, aire y energía”. ¿Dónde se quedan esos nutrientes que tanta falta hacen y que son tan caros de reponer? ¿Dónde se han quedado? (Por si no se les ocurriera, les soplo: en el alperujo).

Devolver a los suelos de los olivares los restos de poda triturados y el alperujo compostado sí es secuestro de carbono y economía circular “sensu stricto”.

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