El sector primario y la doble moral que se le aplica

Me desconcertó la respuesta de una chica, la cual observaba con indignación cómo, a raíz de la utilización de estas aplicaciones, los agricultores y ganaderos podrán estar "sentados en sus sofás"

Isabel Muñoz Cobos

Veterinaria y agente de igualdad de género

Las protestas de los agricultores que han cerrado Sevilla el 14 de febrero.
Las protestas de los agricultores que han cerrado Sevilla el 14 de febrero. MAURI BUHIGAS

Escribo esta reflexión a raíz de una formación que ofrecí en un instituto de secundaria y porque, probablemente, este hecho desencadenó una gran preocupación en mí. Soy veterinaria y experta en desarrollo rural y una de las funciones que realizo en la empresa en la que trabajo es la de formación y difusión a cerca de la importancia del sector  primario y de los territorios rurales. 

En dicha formación, se empezó hablando de los diferentes servicios que ofrecen los territorios rurales, el más conocido es el servicio de aprovisionamiento, los territorios rurales abastecen a la población de alimentos, pero también ofrecen muchos más servicios que disfruta toda la población y que no están monetizados. Un ejemplo de ellos puede ser los servicios de regulación, los servicios culturales y de ocio y los servicios de soporte, etc.

Hasta aquí, la reacción fue la que se obtiene normalmente, caras de sorpresa y de asentimiento de cabezas para indicar conformidad. Mi sorpresa fue en el siguiente ejercicio, donde se explican las nuevas aplicaciones tecnológicas que se utilizan en agricultura y ganadería, como pueden ser drones que controlan el riego de las plantas, en función de sus necesidades hídricas, con el ahorro de agua que esto supone, o la utilización de podómetros en vacas de leche que ofrece mucha información al ganadero,  y una larga lista de aplicaciones tecnológicas al sector primario. 

Cuando pregunté qué les parecía la utilización de las nuevas tecnologías, esperando la respuesta de asombro y admiración que normalmente recojo, me desconcertó la respuesta de una chica, la cual observaba con indignación cómo, a raíz de la utilización de estas aplicaciones, los agricultores y ganaderos podrán estar "sentados en sus sofás", en vez de trabajar y realizar correctamente su labor. 

La respuesta me sorprendió muchísimo, por muchos motivos. El primero, por la "discriminación tecnológica" que se quiere aplicar al sector primario. La tecnificación ha llegado a todos los sectores productivos, de manera que limitar el acceso de este sector a la misma, es inquietante e injusto. ¿Por qué no se va a poder utilizar la tecnología para optimizar la obtención de alimentos?, me cuesta encontrar respuestas. Y, por otro lado, ¿qué visión tan simplista que se tiene de la profesión de agricultor o ganadero? Ampliando la pregunta a un gran porcentaje de la sociedad y no a la opinión de esta chica. 

Realmente la sociedad actual, que acata el ideario urbanocentrista como dogma de fe, está ninguneando y minimizando la labor de las manos que nos dan de comer, hasta el punto de mirar con recelo los avances tecnológicos que permiten que este sector siga vivo y optimizando sus producciones para hacerlas más sostenibles. 

Las lecturas que se pueden destilar de esta reflexión son muchísimas. Tenemos una doble moral en relación con la innovación tecnológica. Se aplaude cualquier logro médico o informático, o de otras muchas disciplinas, que facilite la vida de las personas, pero condena la tecnificación que el sector agroalimentario realiza para poder dar de comer a toda la población, rural y urbana, cada vez más grande y más alejada de poder cubrir sus necesidades nutricionales de forma personal. Porque no olvidemos una cosa, de la misma manera que se necesitan médicos e informáticos, y otra infinidad de profesionales, para solucionar y ayudar a que la sociedad tenga una buena calidad de vida, se necesitan profesionales del sector primario para que esa misma sociedad pueda comer. Y creo que esta parte del libro de la vida, mucha gente no se la ha leído. 

Esta sociedad ilustrada, volcada en un cuidado medioambiental edulcorado, profundamente narcotizada por los dispositivos móviles, que cree que los lineales de los supermercados se rellenan de forma mágica cada noche, para que por la mañana se pueda disponer de alimentos suficientes para todos. Esa sociedad que mira sorprendida cómo los cortes de carreteras por los tractores les dificultan su tránsito por carretera. La misma sociedad que le pone un micrófono a Risto Mejide para escuchar que "ojalá los agricultores no lleguen a las ciudades", habría que hacerle entender, que lo mismo, si impedimos que los agricultores lleguen a la ciudad, también deberíamos impedir que llegaran sus productos, y aquí el cuento podría tener un final más dramático, ¿no?

¿Nadie se plantea con mucha angustia las consecuencias de lo que está pasando en el campo español? ¿Nadie atisba a preguntarse cuál podría ser el siguiente paso si la situación de los territorios rurales continua la senda que lleva actualmente?  

Una senda que estigmatiza a agricultores y ganaderos porque se defienden del lobo o porque realizan prácticas agrarias y que ve a los profesionales vinculados con el sector primario como profesionales de segunda.  

Un camino que no entiende que las explotaciones agropecuarias se enfrentan cada día a más trámites burocráticos, que solamente deben cumplimentar las producciones españolas, porque esta normativa es mucho más laxa en terceros países que compiten de manera desigual con nuestros productores.  

Un camino que ignora como la rentabilidad de estas explotaciones es cada vez menor, costes de producción por las nubes, incremento de salarios, energía cara y precios de venta que escasamente cubren costes, además del desdén a la profesión que le profesa la masa urbanita y que dictamina el ideario a seguir. 

Ese mismo camino que apuesta por tener cada vez menos territorio cultivable y que, de forma ilusoria, quiere que esta piel de toro vuelva a ser el monte boscoso, donde no se sabe muy bien cuando una ardilla podía cruzar desde los Pirineos hasta Gibraltar sin poner sus patitas en el suelo. 

¿No nos paramos a pensar que los fondos de inversión siguen comprando terrenos agrarios y, por otro lado, invitando a la masa 'no pensante' a estigmatizar el consumo de carne, para indicarles de la mano de gurús mediáticos a que consuman 'carne' artificial, que por su puesto no es carne? 

¿No nos planteamos que, si la rueda de la producción primaria un día se llegara a parar, nos convertiríamos en dependientes estrictos de la alimentación que otros países nos quieran vender, y al precio que nos quieran cobrar? No vemos las repercusiones tan severas que tiene seguir arremetiendo contra el sector primario, desde nuestros sofás, con nuestra nevera llena, con nuestros armarios a rebosar de ropa fabricada en países  que contaminan el medio ambiente bajo el amparo de un paraguas consumista, que mira para otro lado a la hora de fijar normativas de fabricación. Con la absolución moral de sabernos consumidores éticos por comprar soja procedente de territorios que hace dos  días era selva amazónica, pero no comemos cordero, producido de forma sostenible en nuestras dehesas, ¿no nos damos cuenta? 

Con este escrito quiero hacer partícipe a la sociedad de la doble moral que aplicamos al sector primario: 

- en primer lugar, nos sorprende que este sector esté tecnificado (muchísimo más de lo que la sociedad cree), porque debe ser un sector 'artesano', pero queremos que los precios sean accesibles a todos los bolsillos 

- nos rasgamos las vestiduras si un ganadero, por ejemplo de La Rioja, cansado de perder ganado por las manadas de lobos, se defiende, pero ninguno de estos urbanitas se postula para indemnizar de manera justa las perdidas económicas que este señor pueda tener.  

- Creemos que este sector no es parte activa del cuidado medioambiental, pero cuando vemos todos los servicios que la agricultura y la ganadería hace por la sociedad, no cuantificamos el esfuerzo, ni los beneficios de forma económica, para que la profesión de agricultor o ganadero sea más rentable. 

- Condenamos a toda la ganadería, sin entender la función de la ganadería extensiva en la prevención de incendios es vital, para que los territorios secos por la falta de lluvia, donde la hierba que no consumen los rumiantes se convierte en yesca en la época estival y no ardan con la mínima chispa. 

- Ignoramos todo el esfuerzo innovador que este sector hace para que su actividad, de la que disfrutamos toda la sociedad, tenga el menor impacto posible, porque si hay alguien a quien le gusten los animales y el campo, sin ningún tipo de dudas, es quien ha decidido dedicar su vida a su cuidado. 

- Nos sorprende que no haya relevo generacional, si la sociedad al completo, urbana y rural, continuamente arremete contra las profesiones que llenan nuestras neveras de alimentos, por las repercusiones que su actividad tiene, pero  nadie se postula para cultivar sus propios productos. ¿Y así queremos atraer talento joven que siga contribuyendo a alimentar a toda la sociedad? 

Y como estos ejemplos, se me ocurren muchos más, pero invito a quien lea esto a que saque sus propias conclusiones.  

Ojalá la doble moral fuera solamente de esta chica de secundaria que le molestaba la tecnificación de la agricultura, pero las raíces de este mal son profundas y ramificadas.  La sociedad vive de espaldas a las manos que le dan de comer, con orejeras de burro  impuestas por el ideario urbanistas, que dictamina, esta vez sí, desde su sofá, qué es  ético y qué no, pero que no se cuestiona quien llena las estanterías de los supermercados  a los que acuden a comprar y qué repercusiones tendría que estos profesionales no realizaran su trabajo.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído