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La sociedad gobernada

No se puede cejar en los empeños de las políticas públicas europeas y los objetivos marcados en el Pacto Verde Europeo

26 de abril de 2025 a las 09:08h
La sociedad gobernada.
La sociedad gobernada.

Recuperando los peores rasgos del colonialismo, estamos asistiendo a una dolorosa horda de ataques a la democracia y al multilateralismo. No podemos dejarnos en Europa arrastrar por esa demencia y dejar que se imponga el obsoleto y dañino criterio de topdown. Tenemos que seguir construyendo sociedad anclada en los principios y valores del respeto propio de la multiculturalidad. Tenemos la obligación de seguir firmes y avanzar, aunque los vientos que lanzan unos pocos no quieren ser propicios y el escenario actual liderados por déspotas que se han apropiado del poder del pueblo nos arroja a potenciales situaciones de crisis que son económicas, sociales y ecológicas a partes iguales.

El cambio climático antropogénico trae un látigo que castiga a todos y su acción se sufre con mayor frecuencia y contundencia como hemos podido comprobar en otoño en el Mediterráneo español, este invierno en Francia y esta primavera en Ecuador.

En estos momentos, según datos de la Comisión Europea, el 90% de los ciudadanos europeos creen que el cambio climático es un problema muy importante, pero solo el 56% se siente responsable del mismo. Es decir, somos conscientes de la gravedad de la situación, pero por voluntad propia aún no estamos dispuestos a afrontar el problema. Hay un claro mensaje político ahí. No se puede cejar en los empeños de las políticas públicas europeas y los objetivos marcados en el Pacto Verde Europeo. Las políticas y presupuestos públicos siguen siendo imprescindibles pues en la práctica son el motor de esta necesaria transición ecológica para que sea justa y social.

En 1335 durante una excursión al monte Ventoux, Francesco Petrarca se preguntaba sobre la forma de disfrutar del paisaje como resultado del efecto de la belleza del mundo. Se da cuenta Petrarca, toma conciencia, de la necesidad que tenemos los humanos de contemplar la naturaleza para superar los agobios de la vida cotidiana y afrontarlos con audacia y entereza, logrando con ello hacer frente a situaciones trágicas.

Ocurrió que solo tres años después, en 1338, Ambrogio Lorenzetti traslada esta misma idea a tres murales del Palazzo Comunale de Siena que representan el Buen Gobierno, la Paz y el Mal Gobierno. En el primer mural, el mejor iluminado por su orientación, dibuja el Buen Gobierno, revestido de los atributos civiles de un soberano, y con el rostro barbudo de los emperadores y la loba amamantando a Rómulo y Remo. En el segundo mural se representa La Paz: campos ordenados conforme a las leyes del mercado, cercados para los animales domésticos, amplias zonas de cultivo de cereales, leguminosas y gramíneas, caminos. En la ciudad aparece un ambiente festivo con personas bailando y trabajando. El tercero describe el mal gobierno que se representa con los rasgos de un príncipe del Mal, un monstruo diabólico con una daga en la mano y sobre su cabeza las fuerzas de la confusión: el desorden, la avaricia, la vanagloria, el furor. Violencia, asesinatos, destrucción. Las consecuencias en el mundo rural del mal gobierno es la escena más traumática.

El dilema del rumbo europeo hoy, que está llamado a ser el del mundo, no cambia mucho respecto al que describen Petrarca y Lorenzetti en el siglo XIV, cuando los pensadores y artistas empezaban a atisbar un mundo global más allá del mediterráneo. ¿Queremos una sociedad feliz como la que aparece en la obra de Lorenzetti? Pues entonces solo cabe una respuesta, seguir construyendo una sociedad gobernada por la ragione que vigile de cerca los peligros que acechan a la naturaleza. Tiene que ser este el objetivo antes de que sea demasiado tarde.

La desazón que sentimos cada día más personas ante la duda de que vayamos firmes en esta dirección, está justificada. No porque sigan existiendo egoístas, desaprensivos y malvados, sino porque éstos son demasiado aplaudidos, seguidos y votados.

Mientras en el siglo XIV Petrarca reflexionaba y Lorenzetti pintaba, en la recién abierta ruta comercial entre China y el Mediterráneo se transmitió una terrible enfermedad que colapsó los Estados, la llamaron peste negra.

El verano de 1348 cambió la historia. Se extendieron los gestos piadosos, pero nadie tenía soluciones eficaces. Lo más grave era la pérdida de vidas humanas, pero los cronistas no se atrevían a proclamar en voz alta lo más importante que estaba causando la pandemia, el colapso de la economía.

Tuvieron que pasar algunos años, con mayor calma, acabó imponiéndose la idea de que reaccionar y superar una catástrofe colectiva forma parte de la vida y la sociedad, así que el reto fue convertir la peste en una oportunidad y un objetivo social. Esa actitud condujo a un salto hacia adelante que conocemos como Renacimiento.

Concebir la arquitectura y repercusiones de un colapso hoy de similar proporción al de la peste negra hace estallar la cabeza. La ciencia y la sensatez nos permiten anticiparla, frenarla, convertirla en una mínima caricatura de la que podría llegar a ser. Bien nos vendría hacer más caso a los científicos.

Sería demasiado reduccionista quedarnos en la idea de que el mundo social, económico y global de hoy no es el de Petrarca y Lorenzetti. Los principios democráticos, la capacidad de análisis colectiva, los principios republicanos configuran una realidad distinta, pero la solución es la misma, sacudirnos el lastre y salir reforzados de las situaciones difíciles.

Con la globalización, a la dimensión social y económica, se ha incorporado con fuerza el plano de responsabilidad ambiental. En el Antropoceno, hemos pasado de ser otra más de las miles de especies del planeta, a convertirnos en los conductores de esta gran nave tierra. No estamos siendo capaces de entender y asumir esa realidad de forma estúpidamente torpe porque, la vida continuará, somos nosotros y nuestro estilo de vida lo que primero se irá al traste.

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