Nos soñamos volando cual pájaro libre, o nadando cual hermosa sirena. Nos imaginamos surcando cielos y mares en busca de nuevos horizontes. Nos sumergimos en el espacio con paracaídas, en el océano con aletas de buceo; transportes varios según las distancias, aviones o cohetes, barcos o submarinos. Un cielo para voladores, un mar para navegantes, sin embargo, la inmensidad del subsuelo carecía de valientes exploradores.
La infinidad del subsuelo adolece de un pobre vocabulario de fantasía y ensueño. En el imaginario infantil me imaginaba gusano, pero había muy pocas referencias. Había que elegir ser halcón o delfín, yo quería ser lombriz. Tremenda sensación la de toda una piel de un cuerpo humano adentrándose en el suelo, recorriendo milímetro a milímetro un espacio infinito, un suelo vivo que acaricia cada poro de tu piel. Convivir con millones de microorganismos, cada uno de nosotros –recuerdo mi identidad lombriz- vivimos sabiendo que nuestra mera existencia y continuidad llevan a mantener el planeta Tierra vivo. Millones de individuos conformando el mayor soporte vital, el suelo, pero este no es por estar, el suelo es, del verbo ser.
Su esencia es vida, pero en las últimas décadas hemos decidido asesinarlo. Conociendo la voracidad de las dinámicas de consumo, observamos como paulatinamente la acción de comprar se ha impuesto por encima del resto de acciones humanas. La conquista silenciosa de la transacción económica invade todos los ámbitos de nuestra vida. Si analizamos un día en una vida de ciudad, la monetización de las acciones es apabullante. Afortunadamente, aún el oxígeno no se vende en paquetitos, y los abrazos no se han capitalizado -del todo-. Sin embargo, la tierra que nos alimenta no se ha librado de estas dinámicas, por ende, haciendo inerte un suelo vivo se ampliaba el mercado.
Ingredientes de un suelo vivo: el flujo de carbono y oxígeno, más macronutrientes y micronutrientes orgánicos, más millones de microorganismos, más agua, más la interacción equilibrada con toda la flora y fauna del planeta tierra. Fotografía del suelo a raíz de la revolución verde: suelo muerto donde deja de fluir el carbono y el oxígeno armoniosamente, donde hay que comprar en sacos macronutrientes y micronutrientes químicos fabricados artificialmente, también en sacos adquirimos estiércol “puro concentrado”, en saquitos más pequeños micorrizas, hongos varios, en garrafas materia orgánica y té de humus de lombriz, el agua se privatiza y el regadío conquista los campos sin planificar cuánto puede soportar los embalses a largo plazo, la interacción de flora y fauna se desnaturaliza llevando a un desequilibrio preocupante.
Eché de menos en mi infancia un imaginario terrenal, un nuevo mundo en el subsuelo, fantasías subterráneas. Abundaban los dibujos de cielos y mares azules, el lápiz marrón cuasi intacto, menos el de mi estuche. Empezamos hace unos años a oscurecer el suelo, los cielos y los mares con un gris de contaminación. Afortunadamente se está desenmascarando una agricultura que no nutre la naturaleza, ni los cuerpos, ni los espíritus. Y volvemos a colorear con fuerza una naturaleza viva sin oscuridades. Tengo la certeza que cuando no esté, seguiré siendo, un gusano surcando las profundidades subterráneas del campo que tanto amo.
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