Desde siempre guardo un profundo respeto y admiración hacia los seres vivos en general. Pero en particular, derrocho admiración por unos seres vivos que vienen alimentando a la humanidad desde hace miles de años, unos seres vivos que también simbolizan la paz, la victoria y la armonía. Como bien dijo Columela (S.I d.C), me refiero al “primero de todos los árboles”, el olivo, su fruto, la aceituna y su zumo, el aceite de oliva virgen extra, el alimento vertebrador de la dieta mediterránea.
En la provincia de Málaga, tierra de balates, pendientes y gente valiente, existe un museo al aire libre, con la única techumbre del cielo, regado por sus lluvias, mecido por los vientos, alimentado por el suelo y mimado por sus transitorios propietarios. Un museo de reliquias vivientes, pasado, presente y futuro de generaciones de olivareros, que han ido dejando su impronta año tras año en estos majestuosos y venerados seres vivos, los olivos y olivares singulares de Málaga. Olivos que han sido merecedores del premio al mejor Olivo Monumental de España instaurado por AEMO (Asociación Española de Municipios del Olivo); entre ellos, el Olivo de Arroyo Carnicero de Casabermeja (2013) o el Olivo Caracol de Periana (2017).
Hasta hace muy poco tiempo, han sido seres vivos que prácticamente han pasado desapercibidos para la ciudadanía en general e incluso para los vecinos de muchos de los pueblos que lo abrigan en su término municipal. Sólo el fiel y comprometido olivicultor los saludaba, mimaba y hasta hablaba con ellos durante sus faenas agrícolas, permitiéndose la osadía de “desnudarlos” con la poda de su parte aérea en invierno o de sus chupones en verano.
Hoy día, pueden contemplarse verdaderos monumentos naturales de retorcidos troncos y formas increíblemente bellas, que hacen que nuestra imaginación eche a volar. “Al acercarnos a ellos notamos que desprenden energía positiva. Estos longevos olivos continúan produciendo excelentes frutos capaces de elaborar aceites de oliva virgen extra de magnífica calidad. Su existencia es símbolo de una tradición y de un respeto de generaciones de olivicultores que han mimado estas catedrales arbóreas. Su existencia es un tesoro genético con el que perpetuar la especie ante el infatigable avance de la nueva olivicultura”.
El paso del tiempo ha ido labrando formas inverosímiles en estas esculturas vivas de madera que han resistido impertérritas las inclemencias de la naturaleza y de las diferentes civilizaciones que han dejado su impronta. Durante siglos, las estaciones se han ido sucediendo y cada año, puntual a su cita, han dado su cosecha de aceitunas que, junto a su madera, han servido para alimentar a la población, iluminar casas e iglesias, calentar fuegos o elaborar remedios caseros, como dice el refranero sabio, “el remedio de la tía Mariquita, que con aceite todo lo quita”. Poder observar y pasear entre estos majestuosos seres vivos es una experiencia única donde comprobar las “huellas” que el paso del tiempo y el ser humano, han ido labrando en sus retorcidos troncos.
Es justo reconocer el mimo en el trabajo de generaciones y generaciones de olivicultores sobre sus troncos y ramas, injertando, podando y labrando sabiamente sus tierras para obtener el máximo provecho de un producto mágico: el Aceite de Oliva Virgen, “la fuente que devuelve al corazón el alma de la tierra”.
Aunque durante años se han venido arrancando sistemáticamente algunos de estos vetustos olivos por su poco carácter productivo, hay que agradecer a los propietarios actuales su tenacidad en mantener a toda costa su presencia para el disfrute y asombro de las futuras generaciones de malagueños y visitantes. Algunos proyectos, alentados por almazaras locales, han sacado del anonimato a estos olivos, elaborando de sus aceitunas, AOVEs patrimoniales y diferenciadores que, de algún modo, dignifican la labor de sus olivicultores y hacen más sostenibles comarcas únicas de la provincia de Málaga. Es el valor añadido de estos zumos de aceitunas, un sincero argumento que puede hacer frente a los nuevos olivares y una magnífica tesis comercial para evitar su desaparición o venta al mejor postor.
Estos seres vivos garantes de cultura y patrimonio, merecen una oportunidad, merecen continuar viviendo allí donde nacieron. Rincones mágicos rebosantes de vida y embrujo. Allí, donde las sabias manos de las mujeres y hombres del campo, supieron injertar los pies de los acebuches, los olivos silvestres, hasta convertirlos en seres de paz, victoria y armonía. Paz sostenible medioambientalmente, victoria por alcanzar la mejores de las calidades y armonía paisajística, por saber complementarse con otros cultivos, haciendo del olivar, un paisaje único.
La geografía malagueña cobija algunos de los olivos y olivares singulares más impresionantes que pueden visitarse en toda la Cuenca Mediterránea. Muchos de ellos tienen nombre e historia propia: El “Olivo de Santa Ana” en Tolox con su majestuoso tronco injertado en la variedad aloreña de Málaga; el “Olivo de Arroyo Carnicero” en Casabermeja, una verdadera catedral de madera; el “Olivo de Caín” en Alfarnatejo con sus descomunal tronco hueco; el “Olivo de Casa Arias” en Casabermeja, un verdadero tornillo natural, el “Olivo Parra” camino de Alcaucín con sus dos gigantescas ramas principales o “El Abuelo” en Algatocín y sus más de 8 metros de perímetro de tronco. Pero son muchos más los que merecen de nuestro respeto y admiración.
Diferentes instituciones culturales se han preocupado por poner en valor estos monumentos cargados de vida e historia. Entre ellas, la asociación Olearum, Cultura y Patrimonio del Aceite o la asociación La Almazara de Periana, que organizan rutas para contemplar estos testigos mudos de la historia. Poder pasear entre estas catedrales arbóreas es una experiencia única, donde se mezclan sentimientos de mediterraneidad, inmortalidad y grandeza. Una práctica muy recomendada pero siempre con el máximo de los respetos. Nosotros estamos de paso, los olivos llegaron para quedarse. Luchemos por ello.
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