Se acabó la fiesta (de cumpleaños) en la que el niño ha cogido una descomunal rabieta porque este cumple no ha recibido, como siempre, sus 30 regalos de rigor. La fiesta acaba de mala manera porque al chiquillo lo han agasajado con solo 29 obsequios y no con los 30 que él esperaba. Este domingo ha resultado ser la fiesta en la que un elector con cerebro inmaduro, mal criado y engreído, ha dado la sorpresa cogiendo una pataleta solo porque desde muy pequeño le han hecho creer que es el centro del universo y que le bastaba con pedir para que se lo dieran absolutamente todo. Por eso no ha querido apagar las velas de la tarta y ha destrozado los juguetes gritando ¡se acabó la fiesta!
El niño ha salido acomplejado, vaya por Dios. Adopta el papel de víctima solo porque hay otros niños en la fiesta y porque esta vez todos los regalos no son suyos. Dice el psicólogo de la familia que hay que tener paciencia con el niño, no hacerle mucho caso y, sobre todo, no ceder a sus pataletas. El diagnóstico es que sufre el "síndrome del niño hiperregalado", cuyos síntomas son: caprichos continuos, incapacidad para valorar lo que tiene, consumismo desmedido, falta de creatividad, ninguna tolerancia a la frustración y desinterés por todo lo que le rodea. El niño no sufre carencias de ningún tipo. Al contrario, vive en una burbuja en la que dispone de cuanto pueda desear, incluso más de lo aconsejable.
El niño ha salido narcisista, qué se le va a hacer. Por eso cree que todo aquel que se pone a su lado solo busca hacerle sombra para oscurecer su brillo. Rechaza al diferente no porque sea racista o xenófobo, sino porque le disputa la luz que le permite ver en el espejo reflejada la propia imagen con todo su esplendor. El niño no es machista porque crea que las niñas son seres inferiores destinados a servirles y obedecerles, sino porque cree que él es el verdadero rey de la casa y porque de un tiempo a esta parte las niñas tienen todos los privilegios. Las redes le han hecho creer que existe una confabulación mundial "feminazi" para cortarles el pito a todos los niños que no sean afeminados. A los reyes ni se les hace sombra ni se les discute.
El niño ha salido paranoico, una desgracia. Todos están en su contra y el mundo es una jungla donde vence el más agresivo y despiadado. Por eso luce máscara de formas viriles, cultiva sus músculos y endurece sus sentimientos. No tiene sensibilidad para el otro porque la consume toda en sí mismo. Que a los demás les vaya mal en la vida, resalta que a él la va bien. Si a él no le va bien, al menos que tampoco les vaya bien a los demás. El que está abajo será por algo. Eso ha ocurrido siempre, dice, y lo que importa es estar arriba, sea como sea. Él se lo merece porque para eso tiene la suerte de haber nacido en una tierra rica y poblada de seres superiores, blancos y cristianos, acreditado por ocho apellidos europeos.
El niño ha salido con aires de grandeza, qué pena. No es que se crea el mejor, sino que necesita creerse el mejor, integrante de una nueva raza aria llamada a eliminar del mundo a políticos, feministas, ecologistas y maricones. Estos son los antipatriotas. Ser patriota es sacar pecho y lucir la bandera en pulseras, gorras y cinturones. Como buen patriota, el niño sigue a la manada porque le confiere fuerza y protección. Los otros no merecen estar vivos porque ensucian las calles con sus necesidades de apoyo social, sus oenegés y su buenismo. Las redes le han hecho creer que los extranjeros -seres inferiores, despreciable- tienen en sus cumpleaños más regalos que él.
El niño ha salido egocéntrico, menudo problema. Por eso proclama su derecho a la libertad. Ninguna obligación. Solo derechos y todos a pedir de boca. Para hacer lo que le plazca y cuando le plazca. Libertad para tirar al suelo su tarta de cumpleaños y mandar a paseo a todos los invitados proclamando que ¡se acabó la fiesta! Al niño habrá que llevarlo al psicólogo cuanto antes.
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