¿Se preocupaba Franco por el ejército?

Los militares constituían un apoyo, pero siempre sin expresar ninguna posición corporativa

Francisco Franco en una imagen de archivo.

¿Fue el Ejército la verdadera columna vertebral del régimen franquista? Es cierto que el país, en 1939, tras el fin de la Guerra Civil, se había militarizado de una forma tan significativa como inquietante. En una primera, aunque breve etapa, los uniformes abundaron en el Consejo de Ministros. El general Fernando Alejandre Martínez, en un libro de 2022, afirma que esta circunstancia “no ayudaba a normalizar la relación entre los Ejércitos y la sociedad”. Pero, por entonces, la moda estaba en cuestionar la supremacía del poder civil característica democracias. A Serrano Suñer, el cuñadísimo de Franco, le parecía que esta hegemonía era estúpida: “¡El Poder civil! ¡El Poder militar! ¡Aquí hay un Poder único, total, indivisible y sagrado de la España unida!”. 

No obstante, por más que el jefe del Estado procediera del estamento castrense, no le prestó una especial atención, más allá de hacer los gestos indispensables para mantener la lealtad de los uniformados a su figura. La suya era una dictadura personal, no propiamente militar, porque las Fuerzas Armadas, como nos dice un buen especialista, Roberto Muñoz Bolaños, “no dominaron todos los resortes del poder”.  

Los militares constituían un apoyo, pero siempre sin expresar ninguna posición corporativa. Franco, en palabras del historiador Gabriel Cardona, “solo concedía a los demás generales atribuciones subordinadas”. Es a partir de este vínculo de dependencia que puede hablarse, siguiendo a Muñoz Bolaños, de dictadura militarizada. Los miembros de estamento castrense se hallaban presente en una amplia variedad de instituciones, desde el Consejo del Reino al Instituto Nacional de Industria, pasando por los clubs deportivos. El coronel José Vendrell Ferrer, por ejemplo, fue presidente del F.C. Barcelona entre 1943 y 1946, aunque no tenía ninguna relación con el mundo del fútbol. 

Mientras tanto, en el día a día, las fuerzas armadas siguieron mal pagadas y con un armamento que no era precisamente el último grito tecnológico. Por eso, haciendo de la necesidad virtud, en los cuarteles se repetía que lo importante no eran tener soldados con recursos técnicos, sino soldados valientes. Así, el general Dávila, en 1951, se felicitaba de que los soldados españoles no dependieran para combatir, supuestamente, de algo tan prosaico como los medios materiales: “Los valores espirituales y morales siguen teniendo primacía (…). ¡Desgraciados de los pueblos que asienten sus ilusiones de victoria exclusivamente en el número y perfeccionamiento de sus medios materiales!”. 

Además, ¿para qué necesitaban grandes arsenales, unas tropas enfocadas a combatir el enemigo interno, no el externo? El propio Franco reconoció, en un discurso de 1956, que la prioridad de sus fuerzas armadas no consistía en defender el país de los enemigos exteriores: “De los varios frentes de combate, los más peligrosos están hoy en el interior; el que presentan los que pretenden destruir la moral y disciplina del pueblo”. 

Ante el claro exceso de oficiales, buena parte del dinero se iba simplemente en pagar salarios. Alejandre Martínez da cuenta de la precariedad que producía una asignación presupuestaria insuficiente: “La conocida y proverbial austeridad del general (Franco) permeaba en las Fuerzas Armadas que empezaban ya por entonces un camino de penurias económicas que afectaba no solo a su preparación y dotación, sino a cosas más mundanas como el sueldo de sus militares, que llegó a alcanzar mínimos ridículos”. 

No obstante, también es cierto que las retribuciones que se percibían en el ejército, aunque no fueran ninguna maravilla, proporcionaban un mínimo de seguridad económica en una España donde la mayoría de la gente tenía problemas para llegar a fin de mes. 

El material bélico moderno no llegó a los cuarteles hasta los acuerdos con Estados Unidos, a principios de los años cincuenta. La potencia norteamericana entregó excedentes de la Segunda Guerra Mundial. Nada asombroso, pero mejor que el anticuado arsenal que se utilizaba hasta entonces. Habría que esperar la etapa democrática, con la incorporación la OTAN, para que España contara por fin con unas fuerzas militares homologables a nivel internacional. 

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