La editorial Renacimiento, en su colección Espuela de Plata, ha devuelto a las librerías dos nuevas obras de la escritora y abogada Mercedes Formica (Cádiz, 1913 – Málaga, 2002), La ciudad perdida, publicada originalmente en 1951, y El secreto, novela corta divulgada en 1953. Se sigue así un recorrido iniciado en 2015 con la reedición de Monte de Sancha, de 1950, impactante testimonio novelado de los primeros meses de la Guerra Civil en Málaga; en 2018, con A instancia de parte y dos obras más, la novela corta Bodoque, difundida en dos fascículos en la revista Escorial en 1944-45; La mano de la niña, cuento aparecido en 1951 en la revista Clavileño, y la célebre novela A instancia de parte, de 1955.
Tres obras donde se revelaba la valentía de la autora en denunciar la terrible situación jurídica en la que vivían las mujeres y la descendencia de un matrimonio por culpa de leyes ancestrales, recogidas en el Código Civil de 1889, vigentes en la monarquía de Alfonso XIII, la II República y el franquismo, con un avance a partir de 1958, cuando se produjo la primera reforma de este cuerpo legal para incluir derechos a las mujeres, impulsada por Formica, la “reformica”, con la modificaron de 66 artículos que ayudaron a disminuir la distancia existente en derechos entre los sexos. Los cambios afectaron a la Ley de Enjuiciamiento Civil, Código de Comercio y Código Penal. Y, por último, en 2020, con los tres tomos de memorias de la autora, Visto y vivido (1982), Escucho el silencio (1984) y Espejo roto. Y espejuelos (1998), reunidos en el volumen Pequeña historia de ayer. Estos títulos se presentan a nuestro cuidado y se aportan datos inéditos o desconocidos en los estudios introductorios y apéndices documentales con interesantes textos de la época que complementan las ediciones. Por su parte, al volumen reciente le acompaña un prólogo de Luis Antonio de Villena.
La trayectoria literaria y profesional de Mercedes Formica es una de las más sugestivas y comprometidas con los derechos humanos que existen en la segunda mitad del siglo XX. En su caso destaca el hecho de haber ejercido como abogada, una de las tres letradas dadas de alta en el Colegio de Abogados de Madrid en los años 50, lo que le permitió vivir de cerca injusticias, abusos de poder, maltratos, trampas y corrupción, hasta el punto de que determinados sectores quisieron quitarla de en medio, al apreciar su voluntad de denunciar irregularidades, no solo en los juzgados sino igualmente en la ficción narrativa. Las mujeres, los niños, las minorías étnicas, los “vencidos” de la contienda, los exiliados, los condenados a muerte inocentes, encontraron un canal por el que dar a conocer sus historias, la memoria necesaria para que sus testimonios no fuesen silenciados u olvidados.
El secreto narrativo de Mercedes Formica está por desvelar, por dar a conocer el estilo literario y la técnica de una narradora a la que no le importó vivir en una dictadura para mostrar una escritura insumisa, rebelde y solidaria con las personas que no tenían voz, que estaban excluidas de todo orden, originando con ello un código de inteligencia en el manejo de las palabras y del espacio-tiempo capaz de burlar los férreos límites de la censura. En los años duros del franquismo, en las décadas de los 40 y 50, no existen testimonios literarios como estos que reflejen realidades al margen de lo establecido, que hablen de vidas truncadas, de seres asfixiados por unas circunstancias adversas de las que no tenían salidas, porque no se contemplaban segundas oportunidades. Tampoco era habitual en aquellos años elaborar productos artísticos con influencias de las mejores firmas de la literatura universal, tales como Joyce, Faulkner, Steinbeck, Woolf, Dostoievski, aparte de Galdós, Baroja u Ortega y Gasset, y menos una mujer autora. Eso llegó después, en los años sesenta. Por tanto, el foco de atención, además de en sus actuaciones como jurista (que ni en el ámbito del Derecho se conocen bien), debe ponerse en su literatura.+
Su figura sufre la desconsideración, el silencio y los agravios más despiadados que pueden sentirse. En Cádiz, su ciudad natal, el equipo de gobierno municipal retiró en octubre de 2015 su busto de la Plaza del Palillero, según manifestaron, por “fascista, instigadora del Golpe del 36, fiel a la obra de Franco y seguidora del modelo de mujer del Régimen”. Se retiró el busto de una de las feministas que más han trabajado por la igualdad en España, la cual no solo reivindicó cambios en el papel o través de su voz, sino que sus aspiraciones quedaron recogidas en leyes. Todo porque, al producirse el divorcio de sus padres, en octubre de 1933, la madre, ella misma y sus hermanas quedaron en una situación lamentable, ya que la Ley de Divorcio del 32, pionera en España, protegía los intereses de los hombres, y decidió afiliarse a la Falange, que en aquel momento surgía. No se sabía bien qué era aquel movimiento más que la oposición al gobierno republicano, el que le había destrozado su mundo y su familia. Personalidades como Baroja, Azorín, Ortega y Gasset, Unamuno sintieron en algunos momentos fascinación por la retórica joseantoniana, y también Ridruejo, Torrente Ballester o Pedro Laín Entralgo.
Hay que recordar que el artículo 44, apartado segundo, de la citada ley regulaba el humillante “depósito de la mujer casada” por considerarse el domicilio conyugal “casa del marido”. La esposa en trance de divorcio (o de separación antes de la República) debía ser “depositada” en el domicilio de un familiar/conocido, un “depositario”, concertado por el marido, aunque este fuese un maltratador, lejos de donde vivía o, si no había opciones, en un convento, durante el tiempo del proceso que, con apelaciones, podía extenderse entre siete y nueve años, con restricciones para ver a sus hijos, como le pasó a la familia de Formica, al quedar el único varón en poder del padre y alejado para siempre de su madre y hermanas. La repartición de los bienes se hacía sin ninguna garantía de equidad, nada más por favorecer al marido, incluso pasaban a su poder aquellos que eran propiedad de la esposa antes de contraer matrimonio. Carmen de Burgos o Margarita Nelken ya habían denunciado en su tiempo la misma situación que denunció Mercedes Formica en el suyo. Era la misma realidad con distinto disfraz, en lo que al Derecho privado se refiere. Por fortuna, en mayo de 2017, el Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, con Manuela Carmena al frente, le dedicó una calle en su honor en el distrito de Salamanca.
Formica abandonó Falange, la primitiva, en 1936, cuando se produjo el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, y nunca más tuvo implicación en política. Jamás aceptó el decreto de unificación de abril de 1937. Es decir, su militancia se reduce de 1933 a 1936, de los 20 a los 23 años. Luego evolucionó y comenzó su interés en llegar hasta donde no llegaba nadie. Tres años de juventud que no debieran ser una marca para la eternidad, capaz de obstaculizar cualquier tipo de reconocimiento. Del mismo modo, falta a la verdad quien recalca su militancia falangista, sin fisura, como si hubiese sido perenne su vinculación al mismo nivel que Pilar Primo de Rivera, con quien mantuvo serias tensiones, para presentar una cara amable de la propia Falange o del franquismo, como si desde estos prismas se hubiese luchado alguna vez por la igualdad y las libertades individuales, que fueron las obsesiones de Formica. Desde mediados de los cuarenta, iba por libre y los sectores más conservadores y la Sección Femenina la acusaron de no ser “trigo limpio”.
En La ciudad perdida, finalista del Nadal de 1950 y del Premio Ciudad de Barcelona, Formica escucha el silencio de Rafa, un excombatiente republicano que se infiltra en España para luchar por los ideales de su juventud. Habían pasado doce años desde el final de la contienda. La autora concede la dignidad ultrajada de tantos “vencidos” simbolizados en el personaje de Rafa, quien se mantiene fiel a sus pensamientos hasta su final, aspecto que molestó enormemente a la censura, que veía intolerable que el “maquis” no pidiese perdón y se arrepintiese de sus actos. Mercedes Formica se vio obligada a modificar el desenlace en varias ocasiones y determinados pasajes, incluyendo la rendición del protagonista, si quería publicar la obra, por lo que, en su resultado, esta fue tildada de fascista y ultracatólica con la llegada de la democracia. Por eso es tan importante la revisión de la vida y obra de la autora. En esta edición se exponen por primera vez aquellas partes del original entregado a la censura con los cambios que tuvo que hacer en la novela, a fin de presentar el verdadero sentido que poseía. La ciudad perdida tuvo una adaptación cinematográfica en 1955, con el mismo título, en coproducción italiana, dirigida por Margarita Alexandre y Rafael Torrecilla, y tuvo los mismos problemas con la censura, de forma que los directores se vieron en la necesidad de cambiar aquellos aspectos que atacaban a los principios del Régimen y a la moral, ya que Rafa secuestra a María, viuda de un aviador del bando nacional, y en el tiempo que están juntos por las calles de Madrid, la “ciudad perdida” de Rafa, ambos se entienden, abren sus galerías interiores, se sienten derrotados por el mismo hecho, la guerra, episodio que cambió el devenir natural del tiempo, y se enamoran. Asimismo, en 1961, Luis Escobar llevó la obra a escena con el título de Un hombre y una mujer, estrenada en el teatro Eslava.
El secreto, por su parte, se publicó en la colección La novela del sábado, que dirigía Formica en los años cincuenta. Parte de un suceso real que conoció en su profesión: un hombre inocente es acusado de incesto, de inducción al suicidio y, finalmente, de parricidio. Condenado a muerte, el sistema judicial no daba cabida a su testimonio, tampoco las pruebas de su inocencia sirven para nada, en un contexto de venganza y chivatazos. Adalberto encarna este personaje real. La autora logró pasar la censura situando los hechos en Brasil y en fecha anterior a la dictadura franquista.
La obra de Formica tiene su base en sus propias vivencias, tanto personales como profesionales. El secreto de su narrativa consiste en descifrar sus argumentos, descorrer el velo para conocer el mundo que le rodeaba. Siempre contra el predominio de los fuertes. Ese parecía ser su lema, el espíritu de su lucha que percibió desde niña en la vida matrimonial de sus padres, en especial, en los diferentes tipos de violencia que sufrió su madre, Amalia Hezode, el faro que siempre iluminó su camino, incluso cuando la luz era la de una España sombría que la vedaba.
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