Alejandro Hernández, el portavoz de la Vox en el Parlamento de Andalucía, se ha cabreado. Ea, ea, ea, el señorito se cabrea. Pobrecito. Qué lástima. Esto con Franco no pasaba. En lugar de mandar “a tomar por culo” a la presidenta de la Cámara, Marta Bosquet, y darle un puñetazo al micrófono, el señor Hernández podría haberla despedido por desobedecerlo.
¿Pero cómo se atreve una mujer a mandar a callar a un español mucho español? Esto con Franco no pasaba. Durante la dictadura, que es el tiempo al que Vox desearía que volviéramos, los señores de orden, que vestían pantalones gris marengo y esas camisas de mil rayas como el ilustre diputado Hernández, no se andaban con tanto remilgos.
Mandar a tomar por culo y darle un puñetazo al micrófono es todo un detalle por parte del diputado. Gracias, señor diputado. Sus referentes y padres ideológicos se las gastaban peor. A las criadas que tenían en sus casas las violaban, las embarazaban y luego, cuando parían, las echaban de casa con una mano delante y otra detrás. De propina, les regalaban la mancha moral de ser madres solteras, putas, mujeres de mal vivir y poco futuro, aunque la criatura tenía padre.
Tan aseado y tan bien vestido, el señor diputado Alejandro Hernández no fue capaz ni de sacarse la carrera de Derecho en la universidad pública. Eso de competir en igualdad de condiciones es de pobres, no de señoritos. Los padres del señorito tuvieron dinero suficiente para pagarle al niño la carrera en la muy católica y privada Universidad San Pablo CEU de Madrid. Allí se sacó la carrera de Derecho el frustrado poeta del 27. Lo que el esfuerzo y la inteligencia no te da, el dinero te lo compra.
Por eso estos días los de Vox —también los de Ciudadanos y PP— andan muy ufanos gritando libertad contra la ley de educación que va a aumentar las plazas públicas en la escuela y va a suprimir aulas en la privada subvencionada con fondos públicos. Cuando un español muy español grita libertad, échate a temblar: o te quiere explotar o te quiere robar.
En el fondo, lo que le ha molestado, al ahora diputado de Vox y futuro integrante de la Real Academia de la Lengua, es que dos mujeres se hayan referido a él con tanta libertad y sin genuflexionarse. En el régimen ideal del señorito Hernández, a las mujeres que contradecían y no eran sumisas con los españoles muy españoles se las aleccionaba como Dios manda.
El micrófono en realidad no era un micrófono, era la cara hecha metáfora de la presidenta del Parlamento, Marta Bosquet, y de Susana Díaz, que ha sido la diputada que con su pregunta ha motivado la ira desbocada del señorito Hernández, un español mucho español que tiene todas las papeletas para ingresar en la Real Academia de la Lengua y hacerle compañía a Pérez Reverte y a Víctor García de la Concha, esos dos grandes señores que dedican sus esfuerzos intelectuales a decirle a las mujeres que el lenguaje entiende de machismo, no de igualdad.
La soberbia del señorito no ha sido más que la teatralización con traje y corbata del machismo congénito de los españoles mucho españoles
De haber estado a menos de un metro y en privado, la presidenta del Parlamento andaluz, Marta Bosquet, habría sentido el golpe del micrófono en su cara. La soberbia del señorito no ha sido más que la teatralización con traje y corbata del machismo congénito de los españoles mucho españoles, que besan la bandera pero no tienen ningún problema en insultar, escupir o propinar un puñetazo a cualquier mujer que les mire de tú a tú y los mande a callar.
La reacción del diputado ultraderechista no es un gesto de mala educación, es un tratado ideológico, es su testamento político heredado del franquismo. El puñetazo iracundo contra el micrófono es una performance de cómo hay que tratar a las mujeres libres en el mundo ideal del fascismo.
Mañana el señorito se volverá a sentar en su escaño y nadie se acordará de lo ocurrido. Al fin de cuentas, ni lleva rastas ni viste con camisas de Alcampo y defiende a los ricos. Viste con pantalón gris marengo y grita libertad cuando le hablan de la ley de violencia de género o de enseñar valores feministas a los niños en las escuelas. Es un español mucho español, un señor de orden, un caballero que se viste por los pies, un buen heredero de los Principios del Movimiento Nacional y un señorito cabreado y frustrado porque la vida ha querido que sea coetáneo de una democracia en la que las mujeres mandan a callar a los fascistas cuando dicen cosas de fascistas.
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