Sin riesgo no hay arte ni hay nada

Lo que no está muy claro es… ¿qué lleva a las musas a que ciertos poetas no dejen tampoco de repetirse?

Foto busto

Poeta y filólogo

Un retrato de Vicente Aleixandre.
Un retrato de Vicente Aleixandre.

Qué importante es el riesgo en el arte. Evitar repetirse, hacer algo nuevo, aunque solo sea novedoso dentro de la trayectoria de uno. Me parece fundamental. Sin ese extrañamiento el arte ya no es arte, es otra cosa. Siempre que un músico saca un disco idéntico al anterior… Venga, vale, no seamos tremendistas. Si eso pasa, no pierdo los estribos. Pero cuando el tercero sí es idéntico, entonces ya sí que sí. Ahí me siento estafado, ultrajado y me entra una mala leche que no puedo conmigo. Y lo digo sin acritud, Manuel Carrasco; pero lo digo.

¿De dónde viene este acomodo por parte de los creadores? ¿Por qué uno deja de buscar nuevas fórmulas, nuevos caminos, para expresar lo que lleva dentro? Todo apuntaría a que lo natural es el cambio. Uno no deja de evolucionar como artista. El poeta no deja de acumular más y más lecturas. Y no solo eso: profundiza en las que ya conocía y descubre dimensiones nuevas.

Para colmo, uno no deja de crecer y de cargarse de nuevas responsabilidades: uno se casa, tiene hijos, se muda, no llega a fin de mes (esto a Manuel Carrasco, sin duda no le pasa)... O sufre todo tipo de caídas: enfermedades, se muere alguien, uno ve que poco a poco envejece y va perdiendo facultades… Todas estas pequeñas –y a veces muy grandes– revoluciones en la vida del artista tienen que conducir necesariamente a una revolución en su propio arte. Solo se me ocurren dos posibilidades –muy emparentadas– para que esto no suceda, para que Manuel Carrasco o Alejandro Sanz saquen siempre el mismo disco pero con portadas diferentes. Para que Santiago Segura solo haya demostrado en los últimos años que sabe hacer dos tipos de películas: Torrente y la de los chiquillos. O para que Manuel Vilas siga atormentándonos con novelitas sobre el amor. Solo existe un causante para este vertedero artístico: la pasta (¡el capital!). Uno se pone a ganar billetes y claro…, las musas, que quieren mucho al artista, se inclinan por la opción estética y temática más acorde a sus necesidades económicas. La casualidad…

Lo que no está muy claro es… ¿qué lleva a las musas a que ciertos poetas no dejen tampoco de repetirse? El dinero desde luego que no. Vale, algunos venderán más libros por continuar escribiendo de cierta manera, pero tampoco merece la pena. Por 50 euros uno no deja de escribir el libro que quiere.

Ya lo decía Aleixandre –creo que era él–: de la poesía no se come; se merienda. ¿Qué sucede entonces? Sucede lo que les sucede siempre a los poetas. El ego. Cuando uno publica un libro y recibe aplausos y gana lectores… ¿Por qué acabar con la fórmula que tan feliz le está haciendo a uno? Y no digo que esta sea una decisión tomada conscientemente. En absoluto. Creo que el poeta, al sentir que todos coinciden en que está cultivando una tierra fértil, entiende que no debe probar en otros terrenos, quizá no tan fecundos. Uno asume que ese es su camino, que ahí es donde puede dar el do de pecho, y que ese estilo será el formato que empleará para contar todas las pequeñas revoluciones que le manda la vida. Hay algo de autocomplacencia en todo esto.

Un cierto conformismo: aquí soy muy bueno, así que continuaré en este sitio, donde me corresponde estar. Y ante esto solo puedo pensar en lo estúpido que es el aplauso, tanto el que engorda la cartera como el que hace lo propio con el ego. Cuántas grandes obras nos hemos perdido por navegar en la autocomplacencia. Cuánto talento desperdiciado por los vítores del público. Y por el vil metal. Cuánto artista cree que está vivo porque se mueve, porque nada siguiendo la corriente —esa corriente de aplausos— cuando en realidad está muerto.

 

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