Acudí a una conferencia en la Facultad de Audiovisuales y escuché conversar a dos estudiantes. Uno se quejaba de que su profesor, cuando le preguntaba cómo hacer algo en el ordenador, él se lo hacía, pero no le mostraba cómo hacerlo y así no podía aprender.
Me sorprendía, esta mañana, cuando una vez más alguien más joven que yo, para un asunto tan trivial como dejar mi maleta hasta la hora de mi viaje, fuera tan insultantemente impaciente, tan autoritaria, especialmente con un sistema que no es el más extendido y resulta bastante complejo para quien no está familiarizado con él. Impaciente y maleducada. Pero la impaciencia es valor en alza en nuestra sociedad digitalizada, la de la generación de los 8 segundos, donde los individuos lo quieren todo no ya inmediatamente, sino para ayer mismo. Aunque este comportamiento no es tan novedoso: el capitalismo nos vino inoculando la necesidad de la prisa desde hace tiempo. Se vive tan reboleado que ni se sabe para qué ni adónde se va tan deprisa. Un malestar, sin embargo, que en lugar de revisar y reconducir lleva, a la mayoría de las personas, a seguir envenenando a la sociedad con su impaciencia y a seguir destruyéndose. No solo. La impaciencia lleva a las personas atrapadas en ella a no escuchar, a no empatizar y desarrollan actitudes despóticas; ajenas a sus ignorancias y dispuestas a disculparse, a sí mismas, todos sus disparates.
Los aspirantes a tirano y sus ideólogos descubrieron que la impaciencia era el mejor caldo de cultivo para sus fines. Una sociedad cuyos individuos aspiran a lograr lo que se prometían y les prometían para ganar unas elecciones, dejan aparecer sus conductas tiránicas porque su frustración les impide contenerse ante su deseo o necesidad insatisfechos. Ahí llegan con éxito garantizado los discursos tiranizantes que aportan, con rudeza y decisión, que todo se conseguirá e inmediatamente, frente al discurso moderado de haremos lo que vayamos pudiendo y al entretenimiento de la feria partidista. ¿Qué más quiere una sociedad impaciente con tendencias tiránicas para conseguir lo que siempre tarda una eternidad? Ese es el éxito de los Trumps, los Mileis y todos los que vayan viniendo. México es ahora el único lugar seguro, a la espera del futuro de Boric en Chile. En Europa, el lugar seguro sería Reino Unido, donde los laboristas pudieran lograr un cambio de rumbo real de la sociedad: ganar las elecciones no es cambiar un rumbo que todavía hay que consolidar. Veremos.
No toda la gente más joven es impaciente ni se revuelca en una modernidad de mesas pegajosas y una persona con su aspiradora haciendo levantar a los comensales del desayuno, cuando falta una hora para que termine, y nadie se incomoda tampoco cuando llega la de la fregona paseando entre los pies; una sociedad también con sus adultos con los pies calzados encima de una silla en la que ellos mismos no se sentarán y afirmaciones rotundas sobre tantas cosas que desconocen, en verdad. Conocer cómo funcionan los sistemas digitales es importante, muy importante, pero no es lo único importante ni siquiera lo definitivo. En cualquier momento se vuelve el viento y, como en estos días, de pronto la gente empieza a desaparecer de las redes antisociales. El cinismo, la amoralidad, del muchacho al que le pedí en el metro que bajara el volumen de su celular con sus vídeos, que lo apagó y me dijo sin rubor "¿qué sonido?, no estoy escuchando nada". No va a durar siempre y va a ir quedando aislado porque no todo el mundo es idiota, aunque los gritos sean, de momento, lo que más se escucha. Esta decadencia peligrosa no se resuelve, sin embargo, con represión o libertad para tomar cañas, sino con libertad para educarse en la crítica y la autocrítica, que es lo que todavía muchos no comprenden.
Comentarios