Por razones obvias —soy andaluz, nací en Puerto Real, estudié con los salesianos de mi pueblo y luego en Sevilla— me interesa profundamente todo lo que está relacionado con aquella parte de España. Luego, los avatares de la política, o mejor dicho la voluntad de Alfonso Guerra, secundado de la eficacia de Carmeli Hermosín, me llevaron a Almería, provincia por la que fui elegido diputado en dos legislaturas completas y donde he pasado ocho años inolvidables de frenética actividad política que culminaron con el triunfo de Felipe González en las elecciones de 1982. A la sazón yo acababa de cumplir 40 años.
Decía don Miguel de Unamuno que “el hombre y la tierra que le vio nacer forman una unidad consustancial”. Y debe ser verdad porque yo nunca he perdido la conexión con mi tierra. Pero fue en Barcelona donde encontré a las personas y los medios necesarios para proyectar al resto de España la idea de que se debía poner fin a la marginación de siglos que los gitanos padecíamos. Al mismo tiempo empezó a germinar entre los gitanos más jóvenes un sentimiento político de rebeldía contra el poder establecido. Nosotros reclamábamos el derecho a ser tratados en igualdad de condiciones que el resto de los ciudadanos. Hasta que, por fin, el artículo 14 de nuestra Constitución logró —al menos sobre el papel— que nuestra lucha tuviera un horizonte esperanzador.
Y así hemos llegado a la primavera de 2022
He dicho lo anterior con el fin de justificar este comentario al hilo de la campaña electoral que llevará a los andaluces, el próximo domingo, a decidir su futuro para los próximos cuatro años. He seguido día a día la actividad electoral. Me he chupado los dos debates televisados sin perder ripio y he seguido luego las mesas de los comentaristas para saber, de primera mano, qué habían concluido tras las intervenciones de los líderes de cada partido. Y mi decepción se ha visto plenamente justificada porque ni los candidatos en sus intervenciones ni los comentaristas en sus análisis han prestado la más mínima atención a la cultura del Pueblo Andaluz.
Confieso que ambos debates suscitaron mi atención y no me aburrí en ninguno de ellos. Es cierto que unos líderes, o lideresas, me gustaron más que otros. Y alguno/a, no me gustó nada, pero no me manifestaré en este comentario ni a favor ni en contra de sus propuestas electorales. No es esa mi intención porque la crítica que voy a realizar va contra todos ellos.
Todos se olvidaron de Andalucía
Eso sí, se les llenaba la boca pronunciando el gentilicio de “andaluces” o “andaluzas” pero ninguno habló de Andalucía, la tierra de historia milenaria cuya cultura tiene el poder de generar la cohesión social de la identidad, que incentiva la participación ciudadana. No oí en sus ofertas electorales las acciones que deberían propiciar el reconocimiento de la personalidad colectiva del Pueblo Andaluz.
Tuve el honor de conocer al profesor José Acosta Sánchez, catedrático de Constitucional en la Universidad de Córdoba, que antes, en 1970, había ingresado en la Facultad de Derecho de Barcelona como profesor en dedicación exclusiva de la cátedra de Derecho Político, dirigida por el doctor Manuel Jiménez de Parga. Acosta fue el primer diputado andalucista en el Parlamento de Cataluña y él supo establecer las claves de sus grandes períodos progresivos —representados por las culturas de Tartessos, la Bética y Al-Andalus. “La identidad andaluza, dejó escrito, está marcada a fuego por el contraste dramático entre aquellos soberbios avances de la Antigüedad y el Medievo, que colocaron al país andaluz en las cimas de la civilización universal, y los profundos retrocesos de la Edad Moderna y la Contemporánea, —esto lo escribía antes de la aprobación de la Constitución española en 1978— que nos traen hasta la Andalucía subdesarrollada y marginada de hoy”.
Me hubiera gustado que alguno/a de los intervinientes hubiera manifestado su preocupación por conseguir que la cultura andaluza jugara su papel dentro del proceso de socialización de los andaluces. El profesor Isidoro Moreno Navarro, que es catedrático de antropología social y cultura, dice que, para llegar a un proceso de socialización, es decir, de bienestar, de progreso y de convivencia, intervienen elementos culturales y sociales que son los que se convierten en parte de la personalidad, la moral, las reglas y las maneras de pensar, de sentir y de actuar de los individuos. Nada de esto fui capaz de vislumbrar en los debates.
El arte en la cultura de Andalucía tampoco estuvo en el debate
Fabián Gonsalves es un docente de la Universidad de Colombia que sostiene que son muchos los beneficios que obtiene nuestro cerebro a través del arte. Por ejemplo, al pintar o dibujar desarrollamos la motricidad fina. Bailar o escuchar música nos permite coordinar mejor y mantener el equilibrio, además de que ayuda en gran parte a la habilidad cognitiva. A través del arte aprendemos a sentir y a expresarnos, nos enseña a manifestar y desarrollar habilidades diferentes. Las artes incitan a la creatividad y estimulan al cerebro al darle diferentes imágenes o representaciones a las situaciones que se viven en la vida cotidiana, y esto hace que desarrollen un pensamiento más profundo.
En el debate se habló mucho y bien de los problemas materiales a los que nos enfrentamos los andaluces y de forma muy especial los más necesitados. Se hizo especial hincapié en los valores que reclamamos como propios y que están en el ámbito de la empatía, la libertad, la educación, la sanidad y el trabajo. Valores que algunas veces están tan idealizados que hicieron decir a Blas Infante en “El ideal andaluz” que “A Andalucía apenas se le encuentra el pulso”. Por eso somos muchos los andaluces y las andaluzas que creemos firmemente que el arte es quien se hace portavoz de dichos valores.
El arte, la cultura y los 350.000 gitanos andaluces
Es tan solo una parcela de la cultura de Andalucía, pero en ella los gitanos y las gitanas tenemos mucho que aportar. Lástima que a nuestros políticos más eminentes se les olvidara decir, lo que Julio Caro Baroja manifestó con absoluta clarividencia: “En la hospitalidad y la generosidad del pueblo andaluz residen una de las razones que explican el hecho histórico, único en España, de la fusión de los gitanos con el pueblo andaluz”.
Y aquí debemos acudir al término “flamenco” que constituye otra de las manifestaciones más importantes de la cultura andaluza. Pero déjenme que sea el profesor Juan José Sánchez Bernal, (q.e.p.d., victima del Covid) docente asociado a la Universidad Nacional de Educación a Distancia y gran propagador de la “Escuela de Frankfurt” quien en 1977 dejara escrito: “Aunque en su origen, pues, el flamenco no sea genuinamente popular, sino creación estrictamente gitana, constituye, sin duda, un lugar privilegiado de sedimentación de la dramática experiencia popular andaluza en los dos últimos siglos, de forma que hoy lo andaluz es difícil de desgajar de esa unidad con lo gitano. Esto es así sobre todo desde que Falla y García Lorca lo proyectaron sobre todo el pueblo, como expresión de sus experiencias y aún de experencias existenciales profundas de alcance universal".
En la democracia cada persona es un voto
Eso no lo podemos olvidar. Y quienes arrimamos el hombro para conseguir que los españoles fuésemos personas libres, artífices de nuestro destino, con capacidad para poner o quitar a nuestros gobernantes, no debemos desaprovechar cualquier posibilidad de introducir una papeleta de votación en una urna. A nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que todos los gitanos y gitanas españoles vayamos a votar al mismo partido, lo que no impide que una comunidad compuesta por más de 350.000 personas represente una fuerza electoral nada despreciable.
Pues no lo duden. Vayamos a votar, aunque al ejercitar nuestro derecho sagrado al voto demos un tirón de orejas a quien, aún siendo candidato/a de nuestra simpatía, se olvidó de nosotros.
Nadie debe quedarse en su casa el próximo domingo. Es mucho lo que nos jugamos.
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