La historia de la España urbana está forjada en la tierra del extrarradio. Hace más años de los que me gusta admitir, cuando cursaba aún la carrera de Periodismo, escribí un reportaje en el que la condición era tratar un tema que me fuera cercano. Decidí abordar la historia de un viaje, pero nada exótico ni trascendental; nada de irse a la India a comprobar cómo cambia tu vida ver a gente en la miseria. Por aquel entonces, apenas había subido un par de veces a un avión. Opté por hablar del viaje como destino, como puerta abierta al camino que recorría cada día y que, de algún modo, había modelado mi ser.
Aquel reportaje se titulaba El 71. Ese era el número de la línea de autobús que unía mi barrio de periferia con el centro de la ciudad de Sevilla. Desde mi parada hasta la que me permitía tomar el siguiente bus hacia la Facultad había unos veinticinco minutos de trayecto. Hasta llegar al campus, cerca de una hora y media. Y así cada día, ida y vuelta, durante cinco años.
Por aquel entonces, el 71 ni siquiera tenía los mismos colores que el resto de autobuses urbanos de la ciudad, como si de algún modo aquella circunstancia sirviera para diferenciar al barrio y a los que veníamos de él. Para marcarnos. La frecuencia de paso tampoco era la misma, como pueden imaginarse. El 71 era la única manera de salir del barrio para todos los que no disponíamos de coche, pues, lejos de tener grandes zonas ajardinadas, el lugar donde yo vivía estaba pegado a una autovía. Nuestro autobús, aquel lugar en el que tantas horas he pasado a lo largo de mi vida, marcaba de algún modo la pauta de lo que podíamos o no hacer, de hasta dónde podíamos o no llegar. En sentido literal y figurado.
Creo que aquel reportaje sobre la vida a bordo del bus de periferia ―que con el tiempo eché en el olvido, pero que mi madre siempre me recuerda― es una de las causas de mi devoción por El 47, la película de Marcel Barrena estrenada este año y protagonizada por el genial Eduard Fernández. Si no la han visto ―yo lo he hecho tres veces― les recomiendo que no se la pierdan. A partir de enero, por lo visto, estará disponible en una plataforma de pago, pero tengo la esperanza de que su relumbrón en los Goya la devuelva a la pantalla grande. No en vano, es la cinta con más nominaciones para 2025, nada menos que catorce.
El 47 explica cómo se forjó España, desde la tierra del extrarradio y los autobuses de periferia. Cuenta cómo se construyeron barrios como el mío, en las afueras de las grandes ciudades a partir de los años cincuenta. Barrios de aluvión, que dirían los pijos progres de la época. Lugares en los que quienes llegaban del campo podían comprar una parcela y construir una casita con sus propias manos, levantando un sueño ladrillo a ladrillo. Zonas de tierra barata y pocos servicios. Desatendidos, olvidados, donde se manda lo que hace feo en la urbe monumental que hay que vender a los turistas. Así es Torre Baró, en Barcelona, el barrio de Manolo Vital, el protagonista de El 47. Así es Torreblanca, el barrio de El 71. La historia de España, esa que ahora el fascismo de TikTok pretende que olvidemos, está escrita con el sudor de los de abajo, que son también los de afuera. Con las paredes que levantaron los emigrantes en el extrarradio de las ciudades. La historia de nuestra lucha es el tiempo, son horas a bordo de un autobús.
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