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Decía Freud que “cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco…” ¡Qué sabio era Don Sigmund! Los sueños son el único espacio donde no hay prohibiciones, donde no hay límites, donde es posible ir a la luna, bajar al infierno, travestirse, enamorarse, volar, encontrarte con tus muertos y hasta -por fin- hablar inglés… En realidad, soñar es vivir la suprema libertad, para cabreo de Fernández Díaz, Gallardón y la subdelegada Cifuentes.

Normalmente tengo sueños buenos, placenteros, de esos que da coraje despertarse. Pero otras veces son terroríficos. No sé…, como cuando se apareció Rajoy en chándal pegándome con el Marca enrollado en la cabeza y  culpándome de la crisis por haber vivido por encima de mis posibilidades… ¡Puff…! En esos casos despertarse es una liberación.

Últimamente tengo sueños extraños. Yo les llamo justicieros. Me explico. Sueños en los que la gente mala paga por el daño causado a sus semejantes. Con un par de ejemplos me entenderán. El otro día soñé con una mujer andrajosa que maldecía mientras rebuscaba en un contenedor de basura. No era vieja, ni joven, ni alta, ni baja. Era más bien gordita e incómoda de ver. La cosa es que me sonaba su cara. Seguro que la había visto en un telediario. Joder, hasta que la reconocí… No, no era Ana Botella, ni Soraya Sáenz de Santamaría, ni Mato, ni Aguirre… Sé que les tenéis tatas ganas como yo. Pero no. Era Mónica de Oriol, la dueña de la empresa Seguriber, encargada de vigilar el Madrid Arena la noche que fallecieron cinco jóvenes que asistían a una fiesta de Halloween. Sí, la misma que había dicho, cuando era presidenta del Círculo de Empresarios, que “cobrar el desempleo convierte a la gente en parásitos”. Al parecer, acabó en la ruina sin tener ni para comer. En mi sueño me iba hacia ella y le decía con sorna: ¿Qué pasa Mónica, la vida es dura no…?

Lo curioso es que no es la primera vez que tengo este tipo de sueños vengativos. En otra ocasión un tío calvo, bajito, feo y con cara y risita de ratoncito cabroncete, hacía cola en el comedor social de El Salvador. El gesto era como de darle vergüenza que lo viesen allí. Iba con un guardapolvo roñoso, pero le reconocí de inmediato. Efectivamente, aunque ya no llevaba gafas de diseño de dos mil pavos, era el que estáis pensado: el mismísimo Montoro. El que desmintió a Cáritas y dijo que “la pobreza no se soluciona con dinero público”. Y no me pude aguantar. ¿Que pasa Cristóbal...? le dije, ¿Te van mal las cosas, no? ¿Cómo se ve la vida desde el lado oscuro...?

En ausencia de que la justicia actúe contra quienes dictan las miserias de esta sociedad, estos sueños justicieros son muy reconfortantes, aunque te despiertes  y compruebes que  lo único que cambia en la vida de esta gente es el color del tresillo de cuero de su despacho y la marca del coche oficial que los lleva y los trae. Estaría bien que estos dioses y diosas del  olimpo neoliberal bajasen a la tierra y comprobasen que en España hay gente que rebusca en los contenedores, que no tiene trabajo ni donde caerse muerta  y que la única vida que les queda es la que puedan soñar. ¡Ay, si los sueños se hiciesen realidad…!

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