Estamos atrapados entre lo posible y lo deseable. Así andamos en el conflicto del Sáhara desde hace casi cincuenta años. Tic tac tic tac, el reloj juega a favor de Marruecos desde que Hassan II montó en 1975 la marcha verde aprovechando el momento de desconcierto de los estertores de la dictadura franquista. En este asunto, la política exterior española está metida en un callejón sin salida, mientras Marruecos, por la fuerza de los hechos consumados, ostenta la posesión de la antigua colonia española. Y la mayoría de los saharauis condenados a permanecer en la provisionalidad sin fin de los campamentos de Argelia. ¿Podríamos seguir así para siempre? Claro que sí. Hasta el infinito y más allá.
¿Hay una solución satisfactoria (o al menos aceptable) para todos? No lo parece. Los saharauis llevan en este momento todas las de perder. Marruecos tiene la sartén por el mango y la posición más cómoda. Ocupa el territorio, que es lo principal. Y cuando España le incomoda en el seno de la ONU, Marruecos responde que Madrid no puede hacer alardes de pulcritud en política colonial porque ocupa Ceuta y Melilla desde 1580. En Europa, a España le toca el papel de agente de fronteras del flanco sur y eso le obliga a buscar la complicidad de Marruecos si no quiere verse cuestionada un día sí y otro también por los socios de la UE. Marruecos vuelve al chantaje abriendo o cerrando rendijas en las alambradas de Ceuta y Melilla.
Suele decirse que la política es el arte de lo posible. Eso es lo que han debido de pensar quienes han llevado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a aceptar la propuesta Rabat de reconocer el Sáhara como territorio marroquí a cambio de concederle un estatuto de autonomía al modo de las comunidades españolas. Con gran escándalo de casi todo el mundo. No les falta razón a quienes critican esa salida porque supone traicionar el sueño de independencia de un territorio que fue provincia española hasta 1975. El 6 de noviembre de ese año, el entonces rey de Marruecos lanzó a 300.000 civiles a tomar "pacíficamente" el Sáhara. Franco murió 14 días después, el 20 de noviembre.
Desde entonces Marruecos ocupa el Sáhara sin que hayan servido para nada las sucesivas guerras contra Marruecos emprendidas por el Frente Polisario, las numerosas resoluciones del consejo de seguridad de la ONU, los amagos de referéndum o la mediación de los enviados especiales de EEUU. Desde 1975, la palabra traición es la más repetida cuando se habla del problema saharaui. Traición se dijo ante la pasividad del franquismo frente a la ocupación marroquí. Traición 47 años después cuando se habla de un estatuto de autonomía bajo soberanía marroquí. Entrega del pueblo saharaui a cambio de control de la emigración por parte de Marruecos, a cambio de abrir la espita del gas argelino, a cambio de estabilidad para flanco sur de una Europa convulsa en el este. Traición.
¿Qué hacer para no traicionar, una vez más, al pueblo hermano? La verdad, no tengo respuesta a esa pregunta. Por un lado, cuesta plegarse al chantaje de Marruecos, extorsión que dura ya medio siglo. Cuesta sobre todo aceptar el sacrificio del sueño de los saharauis. La política no puede ser sólo el arte de lo posible. Eso se llama posibilismo y entraña una actitud groseramente conformista. La política debería ser el resultado del equilibrio entre lo ideal y lo posible. De la tensión entre lo deseable y lo alcanzable nace lo nuevo. Renunciar a lo ideal es aceptar el quietismo. Es el conservadurismo descarnado. También es verdad que instalarse en lo ideal conduce al idealismo estéril que impide avanzar. Pero lo contrario tampoco lleva a ningún sitio.
Así que no sé cuál es la salida al problema saharaui. Lo que sé es que mientras seguimos buscando una solución, Marruecos ocupa el territorio del Sáhara. Y van 47 años. Podemos seguir así otros 47 años más y hasta 477 años más. Cuando pasen 477 será el año 2499 y la mayor parte de los descendientes saharauis que en 1975 fueron expulsados del territorio hará 524 años (cinco siglos y cuarto) que nacen, crecen y mueren en otra parte, posiblemente en Argelia. La población que logró quedarse en el Sáhara seguirá sometida y, mientras tanto, Marruecos ostentará la soberanía de un territorio que ya nadie recordará que un día fue provincia española. Tic tac tic tac. El reloj juega a favor de Marruecos.