Que el tiempo pase

Un día, ya jubilado, te miras en el espejo y no reconoces al viejo que te observa desde el otro lado. Quién es, te preguntas. Quién es este tipo y dónde está el chaval que yo conocí

06 de junio de 2025 a las 06:33h
Fotograma con Harold Lloyd en 'El hombre mosca', de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor (1924).
Fotograma con Harold Lloyd en 'El hombre mosca', de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor (1924).

Cuando eres pequeño quieres que el tiempo pase. Ser niño está bien, pero nada comparado con ser mayor. Quieres que el tiempo pase porque los mayores pueden acostarse tarde, jugar a los videojuegos las horas que les vienen en gana y comer pizza hasta que no pueden más.

Quieres además que el tiempo pase en las aburridas clases de matemáticas y en las extraescolares de inglés. Luego te haces adolescente y entras en el instituto. Ahí quieres que el tiempo pase porque los minutos son eternos dentro del aula y porque, aunque ya dispones de más libertad, aún no tienes toda la que te gustaría. Todavía no has besado a ninguna chica y no ves el momento de que el tiempo pase para saber al fin a qué saben los labios de una mujer.  Sabes que los universitarios sí que viven bien y quieres que el tiempo pase para convertirte lo antes posible en uno de ellos. Lo consigues.

Llegas a la universidad y esa es una buena época. Haces amigos, sales de fiesta, vas a la playa con los compañeros de clase, pero quieres que el tiempo pase porque casi siempre estás pelado de pasta y ves muy cerca el momento de comenzar a trabajar y poder hacer todas esas cosas con los bolsillos llenos. Cuando acabas la carrera, consigues unas prácticas en una oficina. Pasas así un tiempo y luego te contratan. Al fin tienes un sueldo a final de mes, pero quieres que el tiempo pase cada interminable jornada de trabajo.

Te pasas el día tecleando un ordenador viejo mientras miras de reojo cuánto queda para tus próximas vacaciones o, al menos, para el puente más cercano. Quieres que el tiempo pase para salir cuanto antes de esas cuatro paredes que, si no son una cárcel, no las sientes muy distintas. Un poco después tienes un hijo y quieres que el tiempo pase porque los bebés no pegan ojo en toda la noche y tú sales de casa agotado cada mañana. Quieres que el tiempo pase para que se haga un poco más mayor y no andar todo el día apartando peligros para que no se abra la cabeza durante alguna de sus trastadas.

También quieres que el tiempo pase cuando su madre y tú le dais un hermanito, y luego, años más tarde, quieres que el tiempo pase cuando se acerca la edad de jubilación. Ahí quieres que el tiempo pase porque no aguantas más dentro de tu empresa y anhelas la libertad que te promete la vida de pensionista. Podrás viajar, jugar alguna partida con los amigos, salir a comer con tu mujer. Por eso, más que nunca, tachas los días en un calendario deseando que el tiempo pase.

Un día, ya jubilado, te miras en el espejo y no reconoces al viejo que te observa desde el otro lado. Quién es, te preguntas. Quién es este tipo y dónde está el chaval que yo conocí. Y justo entonces te das cuenta de que ya es tarde y de que no hay vuelta atrás. Que empujaste el tiempo y que la vida se te fue en todos esos momentos en los que, maldiciendo el jugoso presente, deseaste que el tiempo pasase para no regresar jamás.          

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