Las lecturas tienen una gran influencia en nuestra forma de pensar. El origen de este texto se encuentra en el libro Las personas más raras del mundo, escrito por Joseph Heinrich, y en numerosas horas de lectura y pensamientos feministas.
A menudo me pregunto por qué a lo largo de la historia el mundo ha estado dominado por los hombres. Desde tiempos remotos, los hombres han ocupado el poder apoyándose originalmente en su fuerza física, relegando a las mujeres a roles secundarios. Las tribus y clanes se organizaron en torno a estructuras patriarcales lineales basadas mayormente en el parentesco. Incluso llegaron a darse situaciones en las que las mujeres eran excluidas de toda relación con los hijos e hijas, considerándolos exclusivamente parte de la genealogía paterna.
Los ritos, el honor y las tradiciones han moldeado normas sociales, creencias, dioses y religiones que han influenciado en la psicología de los pueblos y han creado instituciones que “casualmente” siempre establecían prohibiciones y condiciones desfavorables para la mujer. Se castigaba el adulterio y se permitía la poligamia solo para los hombres. Las hijas eran consideradas objetos de intercambio para transacciones económicas, prestigio social o la ampliación de redes sociales. Además, en muchas culturas, aún se practica la mutilación genital femenina. El matrimonio, por otro lado, servía como garantía de autenticidad de la paternidad, y las mujeres eran excluidas de todas las estructuras de poder.
Es evidente que, al leer o estudiar historia, se encuentran diferencias abismales entre los roles del hombre y la mujer, con la exclusión, el castigo, la culpa y la vergüenza que recaen sobre la dignidad y el menosprecio que las mujeres han sufrido en todas las sociedades, pueblos, aldeas, estados y culturas.
La evolución cultural tiene la capacidad de cambiar incluso la estructura de nuestro cerebro, modificando las competencias de sus partes y determinando nuestros pensamientos, sensaciones, creencias, ética y moral. Los ritos de iniciación para los chicos, imprescindibles para ser hombres, y las creencias en lo sobrenatural, junto con las normas sociales y tradiciones, nos hacen diferentes. Por lo tanto, no somos uniformes en cómo pensamos, sentimos, interpretamos o reaccionamos frente a un mismo hecho o situación, aunque todos y todas seamos hombre y mujer.
De hecho, la lectura ha demostrado tener un impacto en este sentido, y un mayor nivel de alfabetización hace que pensemos de manera diferente y que nuestros gobiernos y sociedades sean diferentes en comparación con aquellas con menor nivel lector. Un ejemplo notable de esto es el impacto del protestantismo y la obligación de lectura de los textos bíblicos, en el desarrollo de la sociedad occidental y su posición privilegiada en el mundo.
Ante esto, ¿no será posible que toda esta estructura de normas sociales e instituciones, que hemos mencionado y que se remontan a los orígenes de la humanidad, sea responsable de la forma de pensar que tenemos los hombres, tan diferente a las mujeres? ¿Existe la posibilidad de que esta evolución cultural haya generado cambios en nuestra biología, afectando a nuestro cerebro, el hemisferio derecho y el izquierdo, las partes prefrontales y el cuerpo calloso, de manera que hayamos desarrollado distintos estados mentales según nuestros genitales?
¿No será que hemos interiorizado todo esto y que nuestros cerebros masculinos son incapaces de pensar en clave de igualdad porque nunca hemos experimentado lo contrario, y por eso nos cuesta tanto trabajo, no ya aceptar (lo hacemos por imposición social), sino comprender la necesidad y la justicia de crear normas sociales, instituciones, creencias, símbolos y ritos que favorezcan la igualdad?
Es por esto por lo que, a pesar de los esfuerzos públicos y la incesante lucha protagonizadas por el feminismo, continuamos viviendo en sociedades y culturas patriarcales, muy masculinizadas. ¿No necesitamos reiniciar nuestro sistema operativo para modificar el actual estado del mundo y crear una cultura, normas, instituciones, dioses y rituales que se fundamenten en la exigencia de generar acciones igualitarias y justas entre las personas, sin importar el sexo, género ni otra condición?
Esta ambivalencia ocurre en todas las culturas, grupos y países del mundo, y parece que, en estas cuestiones relacionadas con mujeres y hombres, hay un sustrato ancestral que nos une. Ya sea en Tanzania, Pensilvania o en nuestro país, el pensamiento de los hombres tiene demasiados puntos sospechosos en común.
O, ¿no será también que la igualdad deba ser causa y objeto de selección natural, para que nuestra especie sea factible?
Preguntas.