Nadie discute la importancia que tienen para las mujeres, y para no pocos hombres, las caras que figuraban en el mural vandalizado, con motivo del 8 de marzo, en Ciudad Lineal de Madrid: Rigoberta Menchú, Lucía Sánchez Saornil, Rosa Arauzo, Angela Davis, Valentina Tereshkova, Chimamanda Ngozi Adichie, Emma Goldman, Frida Kahlo, Kanno Sugako, Liudmila Pavlichenko, Nina Simone, Billy Jean King, Gata Cattana, Rosa Parks y la Comandanta Ramona.
Son modelos de identificación que sirven a muchas mujeres que tratan de superar una socialización que busca subordinarlas a la supremacía masculina. De igual modo, las lesbianas conocidas, los homosexuales populares o las personas transexuales que se reivindican en los medios de comunicación ayudan a la juventud que trata de romper los moldes que limitan su desarrollo. Sabemos de la importancia que tiene la visibilidad de unas y otros, aunque cuestionemos muchas de las cosas que hacen o que dicen, aunque sepamos que no siempre superan la prueba del algodón que mide la distancia entre sus discursos y su vida personal, porque defender los cambios que necesitamos es más fácil que asumir las responsabilidades personales que nos demandan.
Igualmente es importante conocer a hombres en proceso de cambio, hombres que hablan de igualdad y que dicen sentirse mejor que cuando asumían acríticamente los modelos masculinos tradicionales. Conocer a hombres así ayuda a otros muchos a entender que la lucha por la igualdad no lo es contra los hombres por el hecho de serlo, sino contra los mandatos de género que reproducen las desigualdades entre los sexos. Ayuda a ver que los hombres no son personalmente responsables de lo que se les supone, sino de lo que hacen o permiten hacer en su nombre.
Sabemos por experiencia que los discursos igualitarios de estos hombres llegan mucho mejor a otros hombres que si los transmite una mujer, porque ellos son menos sospechosos de barrer para casa, aunque se les acuse de hablar más para caer bien a las mujeres que para ayudar a los hombres, y aunque se les reclame más complicidad que empatía. Todo proyecto de cambio social necesita de personas y gestos que lo representen, y esos hombres demuestran que el cambio es posible.
Por eso me cuesta entender las resistencias que muestran algunas feministas —y algún que otro estudioso de las masculinidades—, a que se dé apoyo institucional a los hombres por la igualdad (HX=), así como a los intentos que hacemos para visibilizar otras formas de ser hombres. Aplauden cualquier gesto de políticos, cómicos, influencers o pensadores que se dicen feministas, pero se incomodan cuando los HX= llaman a otros hombres a renunciar a sus privilegios y asumir sus responsabilidades, cuando exigen a las administraciones que dejen de tratar a los hombres como si solo fueran un factor de riesgo, y reivindican políticas públicas y programas de igualdad específicos que ayuden a los hombres a superar sus dificultades y les animen a incorporarse a la lucha por las igualdad.
Determinados sectores del feminismo exigen a los hombres que cedan poder y protagonismo, y a los activistas les piden que se limiten a ser referentes en su casa, el trabajo y el vecindario, dejando el activismo social o político —que procura visibilidad en el espacio público y en los medios de comunicación— a las feministas. Les molesta que los HX= organicen actos para tratar de llegar a la mayoría de los hombres, sea planchando en la calle para animarlos a asumir lo doméstico o bañando en público muñecos que parecen bebés para promover paternidades cuidadoras; sea marchando con faldas por las avenidas —“hartos de tener que llevar los pantalones”— para que se sepa que rechazan los privilegios masculinos, o convocando manifestaciones de hombres contra el machismo y sus violencias para acabar con los silencios cómplices.
Les acusan de tener afán de protagonismo y de que los medios les dan un trato privilegiado por el hecho de ser hombres. Olvidan que la noticia es "niño muerde a perro", no "perro muerde a niño", que lo llamativo es ver a hombres haciendo lo contrario de lo que han hecho siempre, y que en las ciudades en las que ellos forman parte del paisaje hace mucho que los medios también dejaron de prestarles una atención especial. Aunque siempre ha habido feministas convencidas de que la igualdad no pasará del plano de lo legal al plano de lo real sin la implicación activa y consciente de la mayoría de los hombres, nunca han faltado las que han querido ver en los defensores de la igualdad los nuevos semblantes del Patriarcado.
Aunque esta desconfianza ha ido desapareciendo en los lugares en los que los HX= llevan muchos años apoyando las iniciativas feministas y contando con ellas en las que impulsan, es una desconfianza especialmente arraigada en sectores feministas con poder institucional que ven amenazado su liderazgo y los recursos públicos que gestionan. Aunque la igualdad es una reivindicación democrática que nadie debe monopolizar, este liderazgo feminista nunca ha sido cuestionado por los HX=, ni siquiera como motor del cambio de los hombres que explica nuestra existencia, y siempre hemos dicho que no queríamos apoyos a costa de los recursos destinados a las mujeres. A veces pienso que son resistencias a perder protagonismo y poder, que quieren conseguir la igualdad entre los sexos sin contar con los hombres, sin deconstruir las masculinidades ni cuestionar las desigualdades entre las clases sociales y las razas.
Hace ya unos 20 años algunas leyes se aprobaban por unanimidad y la igualdad era el discurso social hegemónico al que solo se oponían las voces de algunos padres separados. Ya entonces los HX= advertíamos de que, si las políticas de igualdad se olvidaban de los hombres, se estaba propiciando un discurso machista que presentaba al feminismo como el enemigo, y a los HX= nos costaba llegar a los hombres por falta de esos recursos que muchas feministas con poder nos negaban. Ahora aquellas voces aisladas se han consolidado como discurso neo-machista, tienen presencia en las instituciones y suponen la principal amenaza para los feminismos. De aquellos barros estos lodos. Combatirlo obliga a desarrollar políticas públicas de igualdad para los hombres.