A ningún hombre en su sano juicio le sorprenden los comportamientos ni las preguntas del juez en el caso de Íñigo Errejón. Tampoco nos sorprenden los alegatos en los medios que defienden la presunción de inocencia del político, cuestionando de manera sutil la credibilidad del testimonio de Elisa Mouliaá. Alegatos que no se muestran con la misma vehemencia cuando la imputada es una mujer.
Creo que todos los hombres sabemos que el político denunciado es culpable y que la denunciante tiene razón. Lo sabemos porque todos llevamos en nuestra cabeza a un Errejón o un Carretero, y entendemos perfectamente cómo funcionan nuestras mentes masculinas cuando se trata de las mujeres: su posición social, la función que deben cumplir y la actitud que se espera de ellas en relación con nuestros deseos, comportamientos, actos y perversiones.
Por eso no me sorprende que este juez haga esas preguntas ni que utilice un tono que parece más propio de un interrogatorio a una mujer cuya única intención es que la ley, la justicia y la sociedad en su conjunto reparen el daño sufrido. Debe ser terrible acudir a un juzgado en busca de protección y encontrarse con ese escenario. No es de extrañar que muchas mujeres decidan no denunciar situaciones de acoso, abuso o violencia sexual que sufren.
Vivimos en una sociedad envenenada por el pensamiento masculino, donde todo se analiza desde su prisma, sus valores, creencias, principios e intereses. Así, las mujeres siempre tienen las de perder, porque en cualquier litigio o conflicto prevalecerá la lógica de una masculinidad tóxica que, desde hace miles de años, ha dominado el mundo, para desgracia de ellas.
Ahora asistimos al resurgir de un machismo sin complejos, con ejemplos como el de Mark Zuckerberg, quien dijo tener hijas y haberse criado entre mujeres, pero no ve mal fomentar la faceta violenta y agresiva de la masculinidad, y lo dice abiertamente, sin pudor.
Debe ser esta una realidad muy dura para las mujeres, porque si a la violencia y discriminación que sufren a diario han de añadir el constante cuestionamiento de sus testimonios, el desamparo legal, judicial, social y mediático al que se les somete, y el juicio crítico de una cultura machista y patriarcal, el panorama debe ser desolador.
Porque en una sociedad sana y democrática, este político y este juez no deberían volver a ejercer nunca más. Somos los hombres quienes debemos actuar, comenzando por reconocer que algo en nuestro mundo funciona muy mal.