El tormento de los hipócritas

El hipócrita mata, porque, aunque no ejecute ―o sí―, aniquila la verdad, convirtiéndola en moneda de cambio que vender demasiado barata

06 de diciembre de 2024 a las 07:27h
'El tormento de los hipócritas', acuarela de Dalí para ilustrar 'La Divina Comedia'.
'El tormento de los hipócritas', acuarela de Dalí para ilustrar 'La Divina Comedia'.

Ni siquiera Dalí lo podía todo. Durante casi cuatro años, Salvador Dalí dedicó sus esfuerzos a realizar obsesivamente un centenar de ilustraciones paraLa Divina Comedia, la obra inmortal de il sommo poeta: Dante Alighieri. En 1950 el Gobierno italiano encargó al pintor catalán, a través del Instituto Poligráfico de Roma y de la Librería Dello Stato, la ilustración de esta joya literaria para conmemorar el quinto centenario del nacimiento de Dante.

Por desgracia, una vez realizado el trabajo, el encargo se anuló y, finalmente, las cien acuarelas originales del artista fueron reproducidas en una edición limitada de la obra gráfica, publicada por el editor francés Joseph Foret, en colaboración con Éditions d’Art Les Heures Claires. Más tarde, vieron la luz ediciones de La Divina Comedia daliniana en francés, italiano, alemán y español ―unos 250 ejemplares en nuestra lengua―, que resultaron ser bastante cotizadas. Pero ni siquiera Dalí lo podía todo, pues no consiguió librarse de la proliferación de falsificaciones. Existen más de un millón de grabados de Dalí sobre La Divina Comedia, y resulta muy difícil distinguir entre auténticos y falsos, pues los originales ni siquiera estaban firmados. Como de costumbre, la falsedad es uno de nuestros grandes males pasados y presentes. 

Pensaba sobre ello mientras recorría con la mirada las cien bellísimas ilustraciones que el genio de Figueras ejecutó con maestría ―34 para el Infierno, 33 para el Purgatorio y 33 para el Paraíso― para desentrañar con colores el mundo dantesco. Y me detuve sobre aquella que más se sobrecogió: El tormento de los hipócritas. Es la que ilustra el canto vigésimo tercero del Infierno de Dante, el que nos sitúa en la sexta fosa del octavo círculo, donde son castigados los hipócritas. La imagen es difícil de describir, pero si no la conocen los animo a buscarla. Quizás resulte curioso que entre el universo demoníaco, mítico y fantasmagórico que Dante creó y Dalí recreó, mi atención se centrase en los hipócritas, pero para quienes no comulgamos demasiado con aquello del cielo y el infierno, los temores terrenales suelen ocasionarlos los que nos engañan: ellos son a menudo nuestro purgatorio por aquí abajo. 

El hipócrita es amarillo, del color del miedo, como en la acuarela de Salvador Dalí. El hipócrita es capaz de disfrazar su fascismo de progresía y de proclamar el derecho a la libertad de expresión, enarbolando esa bandera como salvoconducto para la mentira más execrable, para la manipulación más atroz. Para el daño verdadero.

El hipócrita mata, porque, aunque no ejecute ―o sí―, aniquila la verdad, convirtiéndola en moneda de cambio que vender demasiado barata. El hipócrita es capaz de vejar a una mujer y de bramar contra la violencia de género desde un supuesto activismo de izquierdas. Menosprecia, por convicción, la coherencia. Desde sus púlpitos, desde sus atriles, desde sus tarimas, desde sus altavoces, los hipócritas son capaces de convencer a quienes los miran con deleite de que son quienes nunca fueron. Y pueden dormir por las noches, sin percibir del todo esa afilada hoja de la contradicción entre el personaje y la persona. Me gusta pensar, pese a todo, que el hipócrita vive atrapado al borde de la fosa, a la espera de recibir su castigo. Como en el Infierno de Dante, como en la acuarela de Dalí.

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