Torrijos y la independencia de América

A Torrijos tampoco le guía la pasión partidista. Dedica palabras de reconocimiento a los hombres que defendían en América del Sur la causa hispana, pero no por eso deja referirse con simpatía a los patriotas que luchaban por su libertad.

Fusilamiento de Torrijos, de Gisbert.
Fusilamiento de Torrijos, de Gisbert.

Si nos damos una vuelta por el Museo del Prado, podremos admirar el increíble lienzo de Antonio Gisbert sobre el fusilamiento de José María de Torrijos (1791-1831), el militar liberal ajusticiado sin juicio previo por sublevarse contra el absolutismo de Fernando VII. El héroe aparece majestuoso, afrontando con dignidad sus últimos momentos. Espronceda le dedicó un soneto en el que decía que él y sus compañeros, con su muerte, habían dado “almas al cielo, a España nombradía”. Lo que viene a demostrar que, en aquellos momentos, el patriotismo español no era cosa de carcas sino de progresistas. 

A Torrijos acostumbramos a recordarle como protagonista de la lucha por la democratización en la península. No tenemos tan presente, en cambio, su relación con la independencia de América. No como soldado sino como traductor del libro de John Miller sobre su hermano Guillermo, un general que desempeñó un papel protagonista tanto en la emancipación de Chile como en la de Perú. Torrijos le había conocido algunos años atrás, en 1812, cuando ambos se enfrentaban a la invasión de las tropas napoleónicas. 

Nuestro protagonista elogia, en primer lugar, la objetividad de Miller. Constata que su obra contiene serias acusaciones contra España, pero afirma que éstas no vienen motivadas por un espíritu de “encono o parcialidad contra ella”. El autor, por el contrario, no pierde ocasión de “hacer justicia al carácter nacional español”. 

A Torrijos tampoco le guía la pasión partidista. Dedica palabras de reconocimiento a los hombres que defendían en América del Sur la causa hispana, pero no por eso deja referirse con simpatía a los patriotas que luchaban por su libertad. Considera que ambos bandos fueron culpables de actos de inhumanidad, aunque, por otro lado, disculpa los horrores por la fuerza de las circunstancias: “En tales ocasiones se ve el hombre arrastrado a pasos que su voluntad y sensibilidad reprueban”. No obstante, su posición dista de ser equidistante. Afirma que los independentistas se presentaban como defensores de su tierra mientras que los realistas, al actuar como opresores, acabaron por enajenarse las simpatías de la población. 

El militar español es plenamente consciente de que América, un continente de proporciones descomunales, presenta importantes diferencias de un lugar a otro. Buenos Aires, Chile o Perú son tan diferentes entre sí como España, Francia o Inglaterra. De esta forma, Torrijos evita caer en generalizaciones fáciles. No conoce América por sí mismo porque nunca cruzado el Atlántico, pero posee la sensibilidad justa para evidenciar empatía hacia unas gentes que se han enfrentado a su país. Como militar que es, no habla desde el odio sino desde la caballerosidad. 

Nos encontramos ante un inequívoco patriota español, que precisamente por la intensidad de su sentimiento nacional está interesado en ofrecer su versión sobre lo que hoy denominaríamos “leyenda negra”. En tanto que liberal, condena sin paliativos el sistema colonial, que califica de “injusto y desastroso”. A continuación, sin embargo, precisa que las demás naciones siguieron el mismo proceder en sus respectivos dominios ultramarinos. Incluida la Francia republicana, que tanto presumía de sus principios revolucionarios. Por eso, todos los extranjeros que censuran a España emplearían mejor su tiempo en dirigir sus críticas contra los desmanes que sus propios gobiernos cometen en las colonias que poseen. 

No se puede, en su opinión, culpar a España por oprimir América. La responsabilidad recae sobre los reyes, los mismos monarcas que también han tiranizado a los propios españoles. Éstos hicieron cosas malas, pero también otras muchas positivas, como la creación de Universidades o de un sistema de leyes justas. Si la vieja metrópoli no dio más de sí, fue porque no podía dar lo que ella misma no poseía, es decir, la libertad. 

Al tratar el espinoso tema de la conquista, Torrijos denuncia con dureza la tendencia a enjuiciar a los españoles según los principios de la actualidad. Eso le parece presentista y una injusticia descarada. El siglo XVI, al contrario que el XIX, vivía en medio de la superstición. Las costumbres, por entonces, no eran “tan morigeradas”. España, en esta reconstrucción de los hechos, habría salido perdiendo con el descubrimiento. La plata de América habría servido a sus reyes para acrecentar su poder con la destrucción de la vieja monarquía moderada o representativa, todo con el apoyo de una institución tan siniestra como el Santo Oficio. Nuestro hombre, por tanto, establecía una relación de causa-efecto entre el descubrimiento colombino y la derrota de los comuneros en Villalar. Gracias a las riquezas que enviaba las Indias, los soberanos de la casa de Austria “pudieron hacerse independientes del pueblo”. 

El relato histórico contradice así los tópicos absolutistas, que presentaban el liberalismo como una innovación foránea y antiespañola. Era justo al contrario: las ideas de libertad hundían sus raíces en la Edad Media hispana. El despotismo monárquico, en cambio, sí que venía del extranjero, la Francia borbónica, y era relativamente reciente. 

Desde el punto de vista de Torrijos, tanto América como España han sido víctimas de la tiranía perpetrada por una Corona sin ningún control. A su entender, los criollos tiraban piedras contra su propio tejado al denunciar el régimen español puesto que españoles habían sido sus antepasados. Una vez que la guerra ha terminado, carece de sentido perpetuar viejos odios. Ha de ser la simpatía la cualidad que distinga las relaciones entre España y sus antiguos dominios ultramarinos. Lejos de considerar a los americanos como “hijos rebeldes”, los españoles deben considerarle patriotas que han actuado como ellos lo habrían hecho en las mismas circunstancias. A su vez, los americanos no deben ver a los españoles como opresores sino como víctimas de unos mismos abusos. Torrijos, de esta forma, aboga resueltamente por la conciliación. ¿Por qué no restablecer el entendimiento si eso es lo que han conseguido Estados Unidos y Gran Bretaña?

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