Siempre ha sido mi artículo favorito, principalmente por ese romanticismo idealista que buscaba que todos los trabajadores que habían tenido que emigrar para mantener a sus familias ante la falta de trabajo durante el franquismo pudieran volver a casa. Afectó personalmente a mi familia, ya que, entre muchos otros miles, mis abuelos y sus hermanos fueron algunos de aquellos emigrantes que trajeron todas aquellas divisas que sin saberlo levantaron este país. Es irónico. Parece que se consiguió y que este artículo quedaría desfasado, sin embargo, cada vez son más los jóvenes que tienen que salir del país ante la falta de oportunidades. El problema renació con la crisis del 2008, pero como muchos otros tantos, este artículo de la constitución cayó en el olvido.
Nacer en una tierra tan hermosa como Andalucía debería ser una bendición, pero cada día el calvario que supone es mayor. Me siento más solo y roto por momentos. En un lento goteo mis amigos y conocidos van clavándose como chinchetas a lo largo del mapa de Europa, como alguna vez hicieron mis abuelos. Berlín, Praga, Dublín, Oslo, Zúrich… La última en irse ha sido mi novia a Suiza con un contrato de seis meses prorrogable. El mantra es que a la vuelta se la rifarán las empresas, sin embargo, no tengo mucha fe en la mina de parados que es Jerez o la provincia de Cádiz, donde pocas oportunidades tiene un científico. Es inevitable pensar en aquellos que nunca volvieron, siendo el teléfono su último lazo con su tierra y su familia, en llamadas cada vez más infrecuentes. Un buen día te das cuenta de que dejan de llamar y te da hasta miedo contactar con tal de evitar malas noticias.
Ironía pura. Mis abuelos hicieron la maleta sin saber leer ni escribir, su generación animó a las siguientes a estudiar para no verse en la misma situación. Hoy precisamente, quienes se van son las personas más formadas de este país. Hemos cambiado las planchas de acero de las fábricas de coches por las probetas de los laboratorios. Aunque eso es con suerte, los hay que acaban poniendo copas en Londres o sirviendo hamburguesas en algún McDonald’s de París a pesar de ser ingenieros.
Si el Estado quisiera hacer valer el artículo 42 haría todo lo posible para evitar la popularmente conocida fuga de cerebros. Pero lo más probable es que por varias razones no interese. Por muchas veces que se pida, parece que la investigación no llegará al 2% del PIB. Es algo que no parece interesar con casi un billón y medio en deuda pública. Por otra parte, por muy polémico que sea formar a profesionales con dinero público para que luego sirvan en otros países, hay quien se lo toma como una inversión de futuro. Se espera, que al igual que sus abuelos, ahorren todo lo posible y traigan ese dinero a España, si es que no mandan ya una parte a sus familias. Pura exportación de trabajadores cualificados, a falta de otras cosas que podamos exportar. El problema está, en que como nos demostraron nuestros abuelos, no todo el mundo vuelve. Sin posibilidades reales de volver, el artículo 42, al igual que la mitad de los derechos fundamentales de la Constitución, es solo papel mojado.
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