Cualquiera que siguiera la información política sabía que Isabel Díaz Ayuso iba a ganar las elecciones madrileñas, y, pese a ello, parece que la victoria ha generado gran sorpresa. Todas las encuestas —sin excepción— la daban ganadora en una comunidad que el PP lleva gobernando 26 años. Pero ahí estamos: sorprendiéndonos al descubrir quién es el asesino después de ver la misma película una y otra vez.
Y tras los resultados, los análisis. Por llamarlos de algún modo. Porque afirmar que todo votante de la derecha prefiere cañas a sanidad, que vota mal o que es fascista no es un análisis; es solo una rabieta. Legítima y hasta saludable, pero solo eso. Y no se trata de hacer autocrítica o autoflagelación; se trata de entender qué ha pasado para conseguir mejores resultados a la próxima. Porque yo, como ciudadano, comparto el estupor por la gestión política de Ayuso y, más aún, el peso de la ultraderecha —algo de lo que he dejado testimonio en numerosos artículos en este diario—. Pero el caso es que, para ganar unas elecciones, es necesario convencer, y parece evidente que la izquierda no lo ha conseguido.
Desde mi punto de vista, la clave principal está en la absoluta carencia de estrategia por parte de la izquierda en estas elecciones, algo que me gustaría plantear a través de tres breves apuntes.
a) Los marcos, ay, los marcos. Desde que el lingüista George Lakoff publicó hace años sus primeros ensayos en relación con el framing en el ámbito político, sabemos que es importante no entrar a combatir en los marcos de nuestros adversarios. Por ejemplo, cuando Nixon dijo, al hilo del escándalo Watergate, aquello de “No soy un delincuente”, estaba cayendo en este error, penetrando en el relato creado por sus adversarios aunque fuera para negarlo. En Madrid, Ayuso ha ido sido la protagonista absoluta e indudable de la campaña y quien ha creado cada marco. Y la izquierda, líderes y electores, ha caído en todas. Sin faltar una. Se ha dado difusión a todas sus ocurrencias. Se ha caído en todas sus provocaciones. Da igual si hablamos de los exs, de las carreritas por Madrid o de las cañas. Por no hablar de la entrada en tromba en el marco creado por Ayuso sobre “Comunismo o libertad”. Allí estaba la izquierda para darle difusión y combatir en su campo de batalla. La izquierda ha jugado cada partido fuera de casa, si me permiten la metáfora futbolera. Y, para colmo, lo ha hecho con memes y aspavientos, mucho más que con argumentaciones. La izquierda ha combatido en los marcos que interesaban a la derecha. Y, ojo, es cierto que la derecha y la extrema derecha tienen desde hace años un gran poder en España, pero hacía mucho, muchísimo tiempo que el PP no marcaba la pauta en el debate político.
b) Una campaña en negativo. Eso ha sido esencialmente la campaña de la izquierda —y quien más ha subido dentro del bloque ha sido precisamente el partido que propuso una campaña más en positivo—. La propuesta de Ayuso era desconcertante, claro, de eso se trataba. Pero también era inteligente. En un contexto de hartazgo después de un año muy complicado para muchos ciudadanos, se ofrecía un mensaje en positivo. Uno que, además, pese a tocar teclas políticas para provocar a la izquierda, era esencialmente un mensaje aparentemente ajeno a lo político. Cuando había que explicar en qué consistía la libertad, se hablaba de tomar cañas, de ir de tiendas, de no ver a tu ex, etc. Y mientras tanto, la izquierda ha echado el sermón. Y, ojo, no quiero frivolizar: he escrito repetidamente en este diario sobre el serio peligro que constituye la extrema derecha. Pero esa seriedad no implica que la comunicación de la izquierda deba ser constantemente un sermón y un discurso en negativo. Quizá el ejemplo más conocido de lo que digo sea la campaña por el no en el plebiscito nacional de Chile en 1988. Se trataba de pedir el voto para la no-continuidad del dictador Augusto Pinochet, el ser sanguinario y abyecto que gobernaba Chile desde 1974. Sin embargo, pese a que la lógica aparente podría empujar a centrar la campaña en narrar los crímenes del régimen, la Concertación adoptó un enfoque alegre y optimista que se podría sintetizar en el eslogan “Chile, la alegría ya viene”. El “no” ganó el plebiscito y el resto es historia. Así pues, podemos y debemos concienciar, pero todo se puede comunicar de otra manera. Y a la izquierda madrileña le habría venido bien un discurso más positivo, empático y comprensible para el ciudadano.
c) Más de medio Madrid sería facha o tonto. La campaña de la izquierda ha partido de una infravaloración del rival. Y, honestamente, no creo que Ayuso sea una persona excesivamente inteligente en términos estrictamente intelectuales, como tampoco lo son Donald Trump o Jair Bolsonaro. Pero sí son hábiles y astutos. Y esto puede ser tan importante como lo anterior. Sea como fuere, infravalorar al rival no suele ser demasiado interesante. Así se hizo en la campaña Trump-Clinton, con resultados conocidos. Y, en cambio, Joe Biden se tomó muy en serio a Trump. Pero, en fin, más allá de esta apreciación, lo más problemático resulta despreciar y descalificar al electorado, por equivocado que consideremos que está. Se ha llamado facha incluso a personas de centro-izquierda con las que no se compartían según qué posiciones concretas; se ha llamado al pueblo de Madrid analfabeto, ignorante, cateto o tabernario. Juan Carlos Monedero salió el otro día diciendo que “Los que ganan 900 euros y votan a la derecha no me parecen Einstein”. Y por no hablar de tuiteros muy populares que se han dedicado a desear enfermedades a los votantes del PP. Y, claro, me pregunto varias cosas. ¿Podemos compartir que hay una clara incongruencia entre los intereses y el voto de muchos ciudadanos sin atacar a quienes deberían ser tu base electoral? ¿Podemos ser de izquierdas sin gustarnos los trabajadores? ¿O es que para estas cosas del poder popular solo se va a contar con profesores universitarios? ¿A quién pretendemos que vote un obrero, a quien le intenta atraer o a quien le dice que es imbécil? ¿De verdad creemos que esto tiene algún tipo de sentido desde un punto de vista estratégico? Sería más razonable, en fin, emplear la empatía y la pedagogía.
La izquierda tiene las mismas opciones que antes de seguir gobernando este país en el futuro —porque, de hecho, es absurdo extrapolar los resultados de unas elecciones madrileñas al conjunto de España, como si en Madrid no llevara 26 años ganando el PP—. La cuestión es si quiere trabajar estratégicamente para conseguirlo. Porque yo pienso que la izquierda tenía razón en lo que ha defendido en estas elecciones; pero no era a mí a quien tenían que intentar convencer.
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