El triunfo de ser fiel a uno mismo

Esa gente que ha dejado de querer, que ha dejado de abrazar porque quizá los otros no te devuelven lo mismo, es absurdo

Poeta y filólogo

La Vuelta ciclista 2024 en Jerez.

Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer. Cada vez lo tengo más claro. Esto era algo que sabía racionalmente, es decir, que no sabía; ahora, en cambio, lo sé de verdad. Con el corazón. No es lo mismo saber con 17 años que vas a morir que hacerlo con 70, cuando has perdido a familiares y amigos y le ves las orejas al lobo. La diferencia es radical. Así he asumido una verdad que se me presenta ahora clara y distinta: uno tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Y tiene que hacerlo contra todo pronóstico, aunque no vaya a recibir nada a cambio. Uno tiene que seguir a rajatabla los principios en los que cree, aunque reciba desaires, aunque tienda la mano y nadie se la dé. Uno tiene que morir por sus principios. Porque si uno hace lo que tiene que hacer, aunque se quede solo, el regusto amargo desaparece antes. Uno tiene la conciencia tranquila y los demás están simplemente equivocados. Tú has hecho las cosas bien. Ellos son viles; tú eres un triunfador. Vivir siguiendo, uno a uno, los principios que uno tiene. Vivir así, aunque nadie jamás te devuelva nada. Nada de replegarse: ser desleal a uno mismo es nefasto; pero serlo porque te has contagiado de la vileza de los otros es mucho peor. Es detestable.

Esa gente que ha dejado de querer, que ha dejado de abrazar porque quizá los otros no te devuelven lo mismo, es absurdo. Es algo así como mancharse de la estupidez de los otros, desviarte del camino que consideras válido. Pegarle una patada a la ética. A la verdad. La tuya, al menos, que ya es bastante (la otra a saber cuál es). ¿Acaso vamos a dejar de decir que la tierra es redonda porque en el camino nos hemos topado con un puñado de terraplanistas? ¿Hay que volverse gilipollas por culpa de otro? Traicionarse a uno mismo, a tu manera de ver la vida, aquella que consideras es la correcta, la buena, la que nos hará vivir mejor, es la forma suprema de ser gilipollas.

Decía el narrador de El Placer, de Gabriele d'Annunzio, que el hombre desea convertir la propia vida en una suerte de obra suya. Una obra quizá equivocada, pero una que habrá merecido la pena haber escrito. Una vida que habrá merecido la pena ser vivida.

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