Creo que sí, que la turistificación, como se viene practicando desde hace un par de décadas, es no solo el intento de hacer negocio sino que ofrece el resultado de la banalización de las culturas. Me explico. La cantidad de personas a las que traen y llevan los operadores turísticos para llenar hoteles en temporada alta y para evitar que queden vacíos en temporada baja busca la rentabilidad de los negocios ya abiertos y la oportunidad de seguir haciendo negocios con las personas que aspiran a disfrutar, quizá incluso a descubrir, de lugares desconocidos; muchas personas en busca de llenar de alguna manera su tiempo de ocio. ¿Lo podríamos llamar turismo de entretenimiento?
Nuestro director, Paco Sánchez Múgica publica una entrevista con Rafael Recio en la que este último ve que las políticas puestas en práctica por el Gobierno del PP convertirían la Cultura en una programación dedicada al turisteo y el entretenimiento; su reproche contra la Junta en relación con el flamenco tiene que ver con lo que para Recio sería una banalización política del flamenco.
Hay una tendencia a la turistificación de las expresiones culturales para aproximar al turista o visitante al lado más fácil de esas expresiones culturales. En el mundo del Carnaval hablamos de la espectacularización, proceso por el cual se produciría un Carnaval más comprensible para el visitante con el objetivo lograr un éxito de famoserío de la población y otro económico del sector turístico; un éxito psicológico de la población que vería, así, un reconocimiento mundial, por ejemplo, de sus expresiones culturales. Algo que suele llevar al orgullo local, aunque cada vez son más altas las voces que advierten sobre la banalización de las tradiciones y las costumbres. No estoy pensando ahora que los protectores de la esencia sean las voces criticas, para los que cualquier evolución, actualización o modernización de la tradición sería un atentado intolerable; estoy pensando en la modificación de determinados elementos de las expresiones culturales para que el forastero pueda comprenderlas: hablando del Carnavá de Cadi me referiría a dos temas muchas veces tratados, el habla gaditana y los localismos en las coplas.
Paco Sánchez Múgica está en mejores condiciones que yo, sin duda, para analizar por qué y de qué manera se intentaría materializar desde la política la turistificación del flamenco, pongamos, y los riesgos que esa turistificación pudiera suponer. No sería tampoco nueva en el flamenco esa banalización para que el turista pueda disfrutar de esa arte universal: nunca fue lo mismo ir a aquella Casa Patas de Madrid que a cualquier local para gringos, lugares donde se ofrecía cualquier cosa porque no entendían, los gringos.
En este sentido, todo se está turistificando, banalizando, y ya cualquier expresión cultural o cualquier lugar es un renglón más de la lista que el turista lleva preparada para ir marcando lo que ya hizo o vio. En este Río de la Plata, en el que todavía estoy, veo con preocupación, por ejemplo, la enorme falta de respeto que significa el tono de exigencia para ser atendido en inglés y no tomarse la mínima molestia en salir de casa con algo, al menos, de la lengua del lugar aprendida. ¿Qué se quiere de un lugar del que no se entiende nada? Ah, pero lo malo es que se pretende, además, sí entender la situación, el lugar y a sus gentes. Hoy mismo sorprendía una conversación sobre la política interna del Uruguay y la acción gubernativa de su actual presidente, una conversación que mantenían dos personas que no leen la prensa de Montevideo porque no saben castellano. Sinceramente me quito el sombrero ante esas personas, si pienso en lo complejo de alcanzar tales opiniones incluso leyendo varios diarios montevideanos. Toda simplificación conduce, como resultado necesario, la banalización y el riesgo gigantesco de entregarse a los análisis que puedan hacer las personas que escriban en inglés, por ejemplo, sobre el tema, a saber desde dónde y desde qué posición ideológica.
El perfil del turista turistificado es más que sencillo o simple, no nos vamos a engañar. Es ese turista al que ponen una pegatina en el pecho, lo hacen caminar tras un paraguas o banderita, llegado el caso incluso numerados, al que hablan en su propio idioma, y no en el del lugar, y al que ofrecen tapas desconocidas para los lugareños o producen espectáculos que pueda digerir con facilidad, despojados de cualquier complejidad local.
Varias personas, en Maimará, Quebrada de Humahuaca, se preguntaban ante mí para qué todøs aquelløs jóvenes llegaban hasta su pueblo por Carnaval, con sus camionetas, sus altoparlantes, las músicas de su preferencia grabadas y ocupaban lugares de su pueblo donde acampaban, hacían sus asados y se iban por donde habían venido. Esas personas me decían que no comprendían para qué llegaban a hacer algo que hubieran podido hacer en cualquier otro lugar y se daban cuenta de que su Carnaval no les interesaba lo más mínimo; se sentían invadidos y molestos. A alguna de aquellas personas les parecía incluso una falta de respeto. Es evidente que también en la Quebrada de Humahuaca habría un proceso de espectacularización de su Carnaval, quizá debido, sobre todo, al orgullo que produce su acogida por la masa de forasteros, la presencia de grandes medios de comunicación y que el sector turístico emplea a cada vez más personas en una región deprimida. Todo un asunto realmente complejo.
Existe un riesgo, el de vaciar de sus verdaderos contenidos las expresiones culturales para lograr el éxito de la llegada de forasteros. Esto en cuanto a la cultura popular. Pero este daño es también harto conocido en los productos de la llamada alta cultura: teatro, cine, literatura, música. Un daño que se practica mediante la financiación insuficiente y en el vaciamiento de los contenidos para que resulten comprensibles al gran público.
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