Las defensas indias se caracterizan por responder a d4 con Cf6. Conocemos múltiples modalidades de estos esquemas: Nimzoindia, India de dama, India antigua, Bogoindia, Benoni, Grünfeld, etc. Aunque pueden rastrearse defensas de este estilo en pleno siglo XIX (por ejemplo, las habidas entre Cochrane y el jugador indio Mohishunder), fue el ajedrez hipermoderno, en el primer tercio del siglo XX, quien las puso definitivamente en circulación a nivel magistral. No todas tienen la misma consideración y, de hecho, el que se juegue esto o lo otro tiene algo de veleidad. No obstante, algunas gozaron de reconocimiento desde el principio, como la Nimzoindia (por algunos considerada como la mejor de las defensas), mientras que a otras les costó mucho más obtenerlo.
Este es el caso precisamente de la Defensa india de rey, definida por una estructura de peones que involucra entre otras cosas fianchetar el alfil por g7. Además, el peón suplementario (como decía Alekhine) es el peón de d, que avanzará a d6 (en la Defensa india de dama, que involucra fianchetar el alfil por b7, el peón suplementario es el de e, que avanzará a e6). Pues bien, ese peón de d6 era la objeción liminar respecto de la validez general de este planteamiento defensivo (Tarrasch jugó alguna, pero sin especial repercusión) y lo que hizo que tardara tanto en generalizarse. Por ejemplo, durante el Torneo AVRO de 1938 (Holanda), donde participaron los mejores jugadores del mundo (Capablanca, Alekhine, Euwe, Botvinnik, Flohr, Fine, Keres y Reshevsky, con la excepción de un ya mayor Lasker), no se jugó ninguna india de rey, abundando por el contrario las nimzoindias o las indias de dama o las Grünfelds. En consecuencia, llevó mucho tiempo darse cuenta de que la debilidad de ese peón de d6 acabaría siendo solamente una presunta debilidad. El descubrimiento de esa presunción fue mérito de la escuela ucraniana de ajedrez. Aquí han de resonarnos los nombres indelebles de Isaak Boleslavski, David Bronstein o Efim Geller, entre otros. El lugar más significativo de esa puesta de largo es el legendario Torneo de Candidatos de Zürich, ya en 1953, comentado profusamente por Bronstein en un libro magnífico, pero también por Najdorf.
Pues bien, ¿por qué ese peón no era tan débil? ¿Y por qué lo parecía sin embargo? La razón de su presunta debilidad es que las rupturas negras son e5 y c5, lo que hace que el peón de d6 se quede sin compañeros que lo apoyen. Además, se va a encontrar en una columna semiabierta, expuesto al ataque. ¿Qué decir a su favor? Pues lo que decía Bronstein: que la mejor casilla para el caballo de rey blanco es d4, desde donde fiscaliza casillas importantes (b5, c6, e6 y f5), neutralizando de paso al alfil negro de g7. Ahora bien, esa estupenda ubicación provoca que las piezas blancas interfieran entre sí a la hora de atacar d6. Las piezas mayores blancas chocan con su dichoso caballo, como muriendo de éxito. Así las cosas, la solución para ganar ese peón de d6 pasa por desprenderse del alfil de casillas negras del bando blanco, pero, como suele ocurrir, eso aumenta ipso facto el valor del alfil indio fianchetado, que se encontrará sin oposición en la planicie abierta de su gran diagonal. Esta es de manera precisa la compensación estratégica y lo que convenció a centenares de jugadores de ajedrez (empezando por Fischer o Kasparov) para incorporarla finalmente a su repertorio de aperturas.
Pero lo de menos es comprender con detalle estas sutilezas; uno se puede pasar toda una vida desentrañándolas sin acabar de comprenderlas del todo. Lo de más es comprobar cómo una debilidad se vuelve menos débil cuando la forma de atacarla pasa por tenerlo todo a favor. Es como si el numerador de la relación de asalto no hallara la forma de conformarse, tal vez porque las cosas son siempre demasiado complicadas. No olvido, por otro lado, que la ley de Lanchester (1868-1946) reza que la fuerza de un ejército es proporcional al cuadrado de los efectivos utilizados. Esa es de hecho, a mi juicio, la cuestión: la imposibilidad de la utilización de esos efectivos o la mengua del coeficiente de los mismos.
Se me ocurre ahora que tal vez esté haciendo un favor a aquellos que siempre están dispuestos a extraer lecciones del juego del ajedrez, es decir, siempre dispuestos a aplicarlas más allá de tablero y escaques. Pero, bueno, tal vez no deba preocuparme en exceso. Mis contemporáneos han decidido no leerme y confío como en ninguna otra cosa en el principio de no redundancia entre sistemas semióticos. ¿Que no se entiende? Eso te pasa por leerme.