San Martín es un santo que se hizo famoso por entregar la mitad de su capa a un pobre. Alguien dijo no demasiado impresionado con su gesto, dijo que había actuado así porque era francés. Si hubiera sido español, le habría dado la capa entera. Podemos pensar que este comentario no deja de ser una fanfarronada nacionalista, pero yo prefiero ver algo más profundo, una apuesta en la que la identidad nacional significa ayudar a los más necesitados, vengan estos de donde vengan. Ser español, por tanto, equivaldría a ser desprendido. Por eso sentí orgullo cuando Pedro Sánchez mandó acoger a un barco que iba por el Mediterráneo, a la deriva, con cientos de inmigrantes a bordo. Ese es mi ideal de lo que debemos ser como país.
La ultraderecha, sin embargo, prefiere ver en los extranjeros una amenaza. Ese es el discurso de Vox, con su discurso alarmista sobre una supuesta desnacionalización de España. Hasta ahora, creíamos que la xenofobia era un vicio de los nostálgicos del franquismo, esos a los que les encanta enfundarse en la rojigualda como si fuera solo de ellos. Pero… Oh, sorpresa. Resulta que entre los independentistas catalanes hay gente que defiende exactamente lo mismo. Lo acabamos de comprobar con la irrupción de un nuevo partido denominado Alianza Catalana.
¿Es el miedo a la inmigración un fantasma que solo agitan unos cuantos extremistas del “procés”? Me temo que el peligro cuenta con raíces mucho más profundas. Solo hay que ver a Lluís Llach llamando a afrontar el problema migratorio y votar a la derecha de Puigdemont porque lo primero es lo primero. Solo hay que ver a Ramón Cotarelo, el antiguo socialista, el antiguo nacionalista español, afirmando que España usa a la inmigración para desnacionalizar Cataluña. Llach, por cierto, también cree que Cataluña puede dejar de ser una nación. Basta, a su juicio, con que gobierne el PSC. ¿No es este el mismo mensaje que difunde Vox, solo que adornado con barretina? Los ultraderechistas de la rojigualda y los de la estelada coinciden en que la nación son solo ellos, los que piensan de una determinada manera, los puros.
Resulta de lo más curioso observar como tantos independentistas, se llamen Pilar Rahola o Ramón Cotarelo, son partidarios acérrimos de Israel. La misma autodeterminación que piden para los catalanes no es buena, por lo que parece, para los palestinos. Quieren entonces maquillar su hipocresía con el argumento de que los palestinos son gentes retrógradas, pero… ¿Qué porquería de argumento es ese? Se parece mucho a las justificaciones de la conquista española con los sacrificios humanos de los aztecas.
La crítica a los palestinos, en ciertos medios independentistas, refleja una islamofobia galopante. Así, en las redes sociales, vemos a gente que no tiene ni idea de historia religiosa confundir, interesadamente, el fundamentalismo islámico con el Islam. El Islam, según ellos, sería una religión criminal y totalitaria. Mahoma, un pederasta. Así, envueltos en un discurso de apariencia laicista, esta gente puede vomitar su discurso de odio y seguir sintiéndose progresista. Los únicos fachas, para estos aprendices de Bolívar, son los españoles. ¿Debemos perder el tiempo en refutar tanta tontería?
Sospecho que a ciertos independentistas les encantaría que la Cataluña del futuro se pareciera a Israel y que los hijos de los inmigrantes fuéramos como los palestinos, ciudadanos de segunda en nuestra propia tierra. Hace poco, leía en Twitter a uno de estos iluminados: prefería una Cataluña de solo cinco millones de habitantes con tal de no ver tantos delincuentes y anticatalanes. El nacionalismo es siempre así, un programa para excluir de la nación a los que forman parte de esa nación, pero resultan incómodos por cualquier pretexto.
En el otro lado, por desgracia, nada hay tampoco que invite al optimismo. Pienso en ese partido que se presenta a sí mismo con el lema de que si la izquierda no es española no es izquierda. ¿Qué quiere decir? Ser español es algo que compartimos todos con independencia de nuestras ideas. No hay motivo para sugerir que alguien del PSOE, de Podemos o de cualquier otra formación es menos nacional.
Una nación no es una esencia, sino una existencia, algo vivo y plural, sometido a los incesantes cambios de la historia. Las definiciones restrictivas, excluyendo del “nosotros” a los que nos caen bien, siempre nos llevarán por el mal camino.