Mi amiga María Jesús, persona de enorme sabiduría a la que adoro, siempre me recuerda que no se debe hacer caso a lo que los demás deban pensar, y seguramente piensen, de nosotras. Quiero que tenga razón, lo necesito. Y es mucho el cariño que se percibe en sus generosos consejos, pero yo vengo con la rebaja, y seguramente no descubra nada nuevo, si afirmo, de forma sentenciosa, que buena parte de lo que podemos llegar a conseguir en la vida, no sólo depende de los demás, ya que vivimos en sociedad, sino que es por los demás que caminamos y vivimos.
Es inútil resistirse, huir, esconderse, hacerse la tonta y la loca. Al final, la fuerza de las lenguas viperinas nos alcanza, nos golpea y si somos blancos frágiles y fáciles, puede terminar por destruirnos. Y dejo claro, por los que siempre protestan por todo, que la enfermedad del chisme y la rumorología malintencionada no es cuestión de género, claro que no, y afecta a todos por igual. La mala leche, con perdón es algo pandémico desde siempre, aunque aparentemente no mate, pero enferma igual. La cuestión, y por eso escribo sobre esto y barro para casa, es que también somos nosotras, y entre nosotras, las más sufridoras de los prejuicios que se verbalizan, corren como la pólvora y devastan, como una onda expansiva, la autoestima, el entusiasmo y las ganas de vivir. También ocurre lo contrario. Más vale ser estrella que terminar estrelladas, ¿verdad?
Dice Baltasar Gracián que la perfección debe estar en sí, la alabanza en los otros. Claro. Si se tiene la suerte de caer en gracia, ser o intentar ser graciosas no vale de nada. Es triste. Pero no vengo a desmoralizar a nadie con este artículo, sino a darle la vuelta a la cuestión. Encontrar el equilibrio, que lo tóxico no lo sea tanto, o incluso usar el venenito para las malas hierbas es cuestión de voluntad y mucha fuerza mental. Consejos vendo y para mí no tengo, vale, pero el proceso es ahora y desde este mismo momento en que estoy escribiendo y esto, y tú leyéndome, hay ganas de cambio para construir, más que para derrumbar.
Aquella energía que proyectamos en los demás también se nos devuelve, de algún modo, las más de las veces transformada, o mejor dicho, deformada, y si lo que se pretende es recibir energía buena, hay que manejar bien los vientos y dominar la cometa. No podemos ignorar los malos aires ajenos, y las zancadillas, hay que verlas antes para no caer de bruces. A lo mejor deberíamos plantearnos de una vez por todas que no tenemos, sobre todo nosotras, que estar demostrando méritos todos los días, y que nuestra existencia sola es válida para la gloria, porque hasta aquí hemos llegado.
Mi amiga María Jesús tiene razón, claro, en que hay que tirar para adelante e ignorar lo que piensen, lo que digan, e ir esquivando minas. Por supuesto. No creo que llegue tarde para salvarme a mí misma, lo intento. De lo que sí estoy a tiempo es de inculcar a mis hijos y a mis alumnos (son las huellas que dejamos lo realmente importante), igualdad, equidad, sentimientos sanos y recursos para no ahogarse en competiciones continuas que mermen la libertad y la alegría. Un ejercicio maravilloso es hablar bien de los demás, de ellos, de ellas, a ver qué pasa. Salud.