¿Por qué los poderes de raíz antidemocrática quieren reducir Podemos a cenizas? Porque ha sido el movimiento político capaz de romper el bipartidismo y llevar a la izquierda al gobierno de España. Porque desde el gobierno, con la estrategia de Pablo Iglesias, se ha integrado a ERC y Bildu en la dirección de estado. Porque esa suma plurinacional es la que, en una legislatura complicada con pandemia y guerra en Europa, ha logrado numerosos avances en derechos sociales y feministas, ha frenado el deterioro empresarial, y ha amortiguado las políticas de sumisión neoliberal.
Lo importante de Podemos son sus logros y su fuerza simbólica. Mientras sea fuerte, podremos aspirar a tener un acuerdo equilibrado de las demandas territoriales, a profundizar en la democratización de la justicia, las policías, los medios de información, las políticas feministas, de derechos o ecologistas. Con Podemos fuerte el PSOE estará presionado para cumplir sus promesas y sus acuerdos, aunque sea con “ruido” dentro y fuera del gobierno.
Ese Podemos en Unidas Podemos lo heredó la vicepresidenta segunda del gobierno, Yolanda Díaz. Un legado que pasará a la historia. Los logros de ese legado son también de la ministra de Trabajo. Imposibles sin el empuje de Podemos. De bien nacidos es ser agradecidos; Alberto Garzón jamás hubiese sido ministro, Yolanda Díaz tampoco, los Comunes jamás hubiesen optado a un ministerio sin la generosidad de Podemos para ampliar el espacio de representación.
Yolanda Díaz podía haber dedicado su estilo a la tarea para la que estaba llamada: ampliar el espacio de aceptación de la izquierda y su potencial electoral, sin despreciar lo que Iván Redondo llama el motor Podemos. Tender puentes con Más Madrid o Compromís no pasaba por poner fuera de foco a Podemos. La vicepresidenta segunda ignoró la Mesa Confederal del congreso y dejó de coordinar la acción de gobierno de los ministerios de UP. Abandonó la estrategia de dirección de estado despreciando a ERC en la negociación parlamentaria de la reforma laboral. Solo la torpeza de un diputado del PP la salvó de una dimisión torpemente confesada a Jordi Évole. Son muchos los momentos en los que sus manifestaciones han sido comprensivas con el PSOE: el envío de armas a Ucrania, el cambio de posición respecto del Sahara, la cumbre de la OTAN, la propuesta de que Victoria Rosell estuviese en el CGPJ si se llegaba a un acuerdo con el PP, son ejemplos vívidos.
La vicepresidenta segunda ha señalado como ruido lo que era presión política desde Podemos para que el PSOE no diera marcha atrás en derechos feministas. Lo mismo ha hecho cuando el PSOE ha impedido sacar adelante la derogación de la ley mordaza; cargar contra los aliados estratégicos ERC y Bildu, en lugar de contra quién es tapón para avances democráticos, son ejemplos paradigmáticos.
Le bastaba trabajar la ampliación del espacio político sin destruir lo existente. Sumar sin dividir. Llamada a plantar cara democrática al bipartidismo, le pone pista de aterrizaje al Partido Popular. El primer ensayo fue en Andalucía, el resultado una catástrofe electoral, la suma no fue más. Ahora intenta reproducir el modelo andaluz a nivel de Estado, con su liderazgo despejado de la ecuación y el apoyo del PCE. intenta achicar la fuerza de Podemos, su condición simbólica. La presión a Podemos se está haciendo como en los juegos de agón. Se agota el tiempo con el anhelo de que se puede llegar a un acuerdo decente, se llega así al borde del precipicio y, una vez ahí, en el último segundo se da a elegir entre el precipicio o la unidad de Yolanda Díaz. El modus operandi que la ministra alimentó contra Podemos en Andalucía.
Con el ánimo de que la gente progresista y de izquierdas reflexione, escribo esto porque creo que es de la dinámica de agón de la que se debe salir, la unidad es deseable, pero no es un fin en sí mismo. ¿Para qué sirve la unidad si conduce a una izquierda que aspira a la subalternidad, a ser un PSOE bis, a ser tratada con condescendencia por el Ferri sin capacidad alguna de transformación?
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