Ayer vi una noticia importante. Entre la hiperinflación de noticias que estamos viviendo todos, me surgió una muy llamativa. Llegan a España, procedentes de China, cuatro máquinas para hacer mascarillas. Además, la empresa fabricante es española. Nada más y nada menos, el conocido Grupo Mondragón. Un nombre que a los más mayores nos trae ciertos recuerdos... Desde mi ignorancia sobre el asunto de la fabricación de este bien de lujo, y que durante un año al menos va a ser de primera necesidad, me quedé atónito.
Llevamos dándole vueltas al asunto del coronavirus casi dos meses. ¿Por qué se ha tardado este tiempo en traer ese artefacto, a la vista de lo que tenemos encima? Es más, me vuelvo a preguntar desde la candidez del ignorante en estas cuestiones, ¿desde Andalucía hasta China no hay ningún otro sitio donde se fabrique ese artilugio? ¿Hay que viajar a más de 9.000 kilómetros para conseguirlo? ¿No había otro sitio más cerca? Pues menos mal que vinieron en avión. Llegan a traerlos en un portacontenedores, y las mascarillas las iban a usar nuestros tataranietos.
En fin. Uno ya está harto de tanta incoherencia, de tanto dato sin sentido y de tantas cosas que está viendo. Lo siento. He decidido no caer en el optimismo inconsciente y anestésico que nos quieren insuflar desde todos los medios. Tampoco pretendo caer en un pesimismo interesado, irascible y cegador. Aún comparto esos eslóganes, tan manidos ya, probablemente elaborados por psicólogos, comunicadores o psiquiatras contratados al efecto: saldremos de esta, estaremos unidos y, además, falta un día menos. Pero eso no obvia un enorme cabreo por todo lo acontecido, a la vista del panorama.
Por un lado, tenemos un gobierno que día a día demuestra está totalmente desbordado. Ayer, tuve ocasión de escuchar a Pedro Sánchez cómo reconocía entre dientes, y de forma casi inaudible, que habían reaccionado tarde. Sorprendentemente no veo esa afirmación en los medios. Actúa a remolque de los acontecimientos. Es verdad que el bicho es algo desconocido. Pero, parece ser, a su familia la conocen los científicos de sobra. Luego tan desconocido no será… Digo yo. Pido disculpas por la posible boutade.
Pero la oposición tampoco se libra. Una oposición que lleva corbata negra de luto, pero probablemente en la intimidad, además de ir preparando su euskera, se frota las manos viendo cada vez más cerca su llegada al poder. Quizá sea muy duro decir, como he visto en algún comentario en lavozdelsur.es, que brindan con champán cuando salen las cifras diarias de fallecidos, pero una pequeña mueca de satisfacción le saldrá, incluso a la hierática Cayetana. Es más, Abascal irá preparando una correa más ancha, para cuando engorde como Ministro de Defensa o del Interior.
Y, por último, el grupo de los outsiders. Los que se creen que ellos lo arreglarían todo. Que el resto del mundo mundial es un grupo de ignorantes. A este colectivo les falta un hervor y no saben, no se imaginan o no quieren ni saber ni imaginar, lo que significa gestionar catástrofe de este calibre. Van de “salvapatrias” y luego no saben ni hacer la o con un canuto.
Pues bien, esta gentuza, porque no tienen otro nombre, tienen la enorme desfachatez de colocarnos bajo un sistema de vigilancia carcelaria. El argumento es falaz y, a la vez, muy sencillo: los españoles somos unos insubordinados y necesitamos el palo y tentetieso. Somos infantiles. Ya nos hemos acostumbrado, pero ¿es lógico que en las ruedas de prensa diarias aparezcan tres personas de uniforme relacionadas con el “orden público” (militar, policía nacional y guardia civil) y sólo dos miembros del gobierno? ¿Pero esto es un problema sanitario o militar? ¿Pero qué me estáis contando? Y ahí vemos a esas tres personas de uniforme, justificando su presencia diaria, detallando que han desinfectado unas dos o tres cárceles de las 92 existentes. Y mañana van a desinfectar tres residencias de ancianos. Incluso, hay quien ha aprendido darle cierta entonación al discurso, y construye un relato histriónico, irónico y paródico de las veinte multas puestas durante el día (recordamos en ese momento que el censo de la población española es de 47 millones) Quizá aspire a ser guionista de película de Almodóvar.
Frente a todos, están los demás. La gente corriente. Ayer también tuve ocasión de ver en televisión a un hombre y una mujer a más de dos metros del féretro de, posiblemente, un familiar en la puerta de una iglesia. Un sacerdote bendecía el ataúd también a la misma distancia, pero en el extremo opuesto. Todos con mascarillas. Esas personas estaban solas. Les daba igual Sánchez, Iglesias, Casado, Abascal, Arrimadas y sus puñeteras… Ellas eran “gente” comportándose como héroes. Es tan solo un pequeño ejemplo. La lista de personas que se están comportando como titanes es extensísima. Pero ellas son “gente”. Y hoy en día ser calificado de “gente” es un insulto.
Y frente a ellos, estos que nos controlan con la coacción, con la cárcel, con las multas, con gps y con helicópteros. Si te comportas como policía, me obligas a ser un delincuente, decía un maestro mío. Estos gobernantes y la oposición cómplice ordenan a los cuerpos de seguridad que controlen a quienes han demostrado de sobra a lo largo de estos últimos cuarenta años ser muy serios, muy responsables y ciudadanos muy cívicos, valga la redundancia. Miremos muy brevemente la Historia. ¿Cómo respondieron ante el robo de la crisis de 2008? ¿Cómo se comportaron ante el robo de mangantes que se llevaron —y se siguen llevando— millones de euros en comisiones a paraísos fiscales o cuentas en Suiza? ¿Asaltaron la Bastilla?
Este bicho está demostrando muchas cosas. Una es sin duda la “calidad” de una minoría que ejerce labores de gobierno y oposición. Y ante ellos, surge la famosa frase de Romanones: ¡Vaya tropa!
Vamos a por otro día. Queda menos.