Estoy viendo la serie Veneno y, antes que nada, admito que me está gustando mucho, que la estoy disfrutando y que estoy empatizando con Veneno, que al fin y al cabo es el objetivo de la producción de Los Javis. Me está gustando que se esté reflejando que ninguna mujer, ni trans ni cis, nace para puta, que nadie acaba en la prostitución porque quiere, sino que la sociedad las obliga levantándole un muro de exclusión laboral que es insalvable por subvertir las normas patriarcales del género.
Sin embargo, se repite en mí un malestar cada vez que termina un capítulo que tengo la necesidad de expresar, sin que ello signifique una crítica a la serie de Los Javis, gracias a la cual se va a dar visibilidad a la realidad trans. Veneno no es ningún ejemplo para las mujeres trans. Es más, espero que las chicas trans jóvenes vean en Veneno un ejemplo de cómo no afrontar sus vidas. Convertir a Veneno en una heroína, como se pretende, es hacer recaer en las mujeres trans todo el peso y la responsabilidad en la consecución de sus derechos y dignidad humana. Veneno no es un ejemplo de nada, pero tampoco es una heroína. Simplemente fue una superviviente que lo hizo lo mejor que pudo.
Veneno no hizo nada rompedor. Es más, todo lo que hizo fue tan aplaudido porque sirvió para perpetuar los clichés y prejuicios que la sociedad española tenía de las mujeres trans hace 20 años. Rompedor hubiese sido que con el dinero que ganó en televisión hubiese creado una fundación para favorecer la igualdad de las personas trans y luchar por sus derechos, que por entonces ni siquiera existía la posibilidad de cambiar el nombre en un DNI, ponerse a estudiar lo que de joven no le permitieron o invertir todo el dinero que ganó en un proyecto de futuro.
Rompedor hubiese sido crear una red de camaradería en el Parque del Oeste, no arrancarle el pezón de una teta a otra prostituta con la que rivalizó con ella por el espacio. Rompedor hubiese sido transformar toda la rabia acumulada por su infancia trágica en solidaridad, empatía y hermanamiento con sus iguales, no ir armada con una hoz en el bolso.
La serie Veneno da la impresión de que las mujeres trans sólo se pueden salvar desde la violencia, la exaltación de lo burdo, la hipersexualización y el individualismo. En una sociedad donde hubiese triunfado el modelo Veneno, las personas trans seguirían siendo miradas como un circo y no tendrían ni uno solo de los pocos derechos que tienen en la actualidad. Veneno entretuvo, pero no cambió en un milímetro la realidad de las personas trans. Es más, podríamos decir que el modelo Veneno ha servido para perpetuar la marginalidad que sufre el colectivo trans. Entre Veneno y Bibiana Fernández hay una amplia gama de mujeres trans que nunca han formado parte de la representatividad de lo trans.
Veneno gusta y queda bien en pantalla porque está completamente despolitizada, hipersexualizada, convertida en una caricatura perfecta de lo que le agrada al discurso dominante y que ha servido históricamente para encasillar a las personas transexuales. Precisamente por esta razón, porque es un cliché que legitima la imagen marginal que la sociedad tiene de las mujeres trans, Veneno es fácil de convertirla en una marca comercial que incluso puede gustarle a quienes niegan los derechos trans.
La vida individual de cada uno es muy importante para cambiar la realidad individual, pero lo que cambia el mundo es hacer piña, agruparnos, juntarnos, tener conciencia de que somos desiguales y enfrentarnos al poder que nos explota, oprime o domina de forma colectiva. La Veneno vivió como pudo, seguro que lo hizo lo mejor que pudo, y su vida merece ser contada para que este país sepa, sobre todo ahora que vuelven los discursos transfóbicos, todo lo que han sufrido las personas transexuales por conquistar su derecho a ser, pero Veneno no es un ejemplo de nada, salvo de sobrevivir a un mundo hostil.
Si en este país las personas trans tienen derechos –pocos— es porque ha habido mujeres y hombres trans que se han comportado en sentido contrario de lo que la transfobia esperaba de ellos y ellas y porque ha habido gente que de forma generosa se ha politizado. Las vidas de estas mujeres trans no caben en una serie, pero es gracias a su lucha colectiva y no a su vida individual por lo que las nuevas generaciones trans van a ser más felices que lo fue Veneno.