Nos tendemos la mano, que se van al corazón. Descubro algo nuevo en su rostro, algo que siempre estuvo y que me doy cuenta de que se volvió más visible para mí. Pienso si será simpatía, pero tengo para mí que esa simpatía debe de ser la emoción que me produce lo que veo y no pongo todavía en palabras. Entonces surgen. Rezuma alegría y su estado de plenitud secreto. La voz de Amaia Montero, con La oreja de Van Gogh, suena inspiradora y memoria de unos tiempos que yo no conocí aquí. Su música, aunque empezó con el rock, enseguida buscó los ritmos del jazz y del soul. Los de un tipo entrañable que conocí al mismo tiempo que Cadi, con Cadi, como la piedra ostionera y las coplas de Carnavá, como la buena gente que me fue acompañando y que acompañé. Romancero, oreador de Cadi, cierra el Camba, el Cambalache, y todos nos quedamos un poco más huérfanos, todavía más, cuando a fin de año diga, por penúltima vez: ¡vamonoooo! El largo, larguísimo, verano que nos regaló Hassan va llegando a su otoño, él mismo parece empezar una primavera y Cadi, ¡ay!, Cadi entra en el invierno.
Una levantera revoleó el primer fin de semana fenicio de la ciudad que lleva teniendo más de tres mil años no se sabe desde cuándo. Saltó el Levante como nunca, saltó este viernes y mezcló a los fenicios con los capillitas que sacaban y metían santos, de acá para allá, y a løs vecinøs que esperaban a sacar la basura; al carrusel de la catedral con la luminaria que aspiraba a iluminar el antiguo canal fundacional de Cadi: nada que ver con aquella leyenda viva que sigue siendo Antonio Accame, y no porque haya que imitarlo; se trataría de mejorarlo. Yo tuve que reírme porque mi ropa tendida no terminó en el suelo de la azotea. Cadi, donde un amigo me acogió preguntándome que si había venido en el tren con la ventanilla abierta, él mismo es calvo. Cadi ya dice en sus lenguas del Carnaval fenicio y de una falla valenciana en las Puertas de Tierra. Nada parece que faltará, ni siquiera una Fura dels Baus de tercera división B.
El clérigo fenicio, con domicilio en Madrid, apareció muy crecidito, y quizá por eso no lo pudieron situar en la calle Ancha, donde apareció. Por lo demás, en Cadi sigue todo donde estuvo: El Levante, en la calle Rosario; La Clandestina, en su esquina; La Caleta, en la Caleta y Hollywood al lado. La Escuela de Náutica no abandona su ruina y Valcárcel no sale de la desidia. Me asombra la resiliencia de las mercerías y de esa gente de Cadi acostumbrada al Levante y al Poniente. El tranvía parece que lo hubieran instalado para que la ciudad pueda trasladar su domicilio cada vez más lejos en la bahía por culpa de los precios y la gentrificación.
El sueño del verano tardío, que septiembre es en Cadi, es realidad, a pesar de tantos lugares que cierran por vacaciones cuando los vacacionistas se han marchado. No se puede desayunar en lo de la belga, por ejemplo, de vez en cuando, y uno se ve con los churros de la guapa en el papelón y sin dónde sentarse. Monano pidiendo un director voluntario de la Fura dels Baus para una obra suya: ¿lo entenderán? No quieren. Mientras, Cadi sigue su vida después de tres mil años, o más, y los ensayos ya comenzaron: me atrevo a decir que entonces ya habría Carnavá y que los documentos se encontrarán, o no.
Los treinta mil dálmatas siguen en el censo y las botellitas del fairi de paseo para echar el chorrito. Bruno, con todo respeto, no es nombre para un alcalde, paro Cadi es asín. Y con estas pamplinas y las cuitas de verdad se van marchando los poquitos días que le quedan a este verano del 24 en este hemisferio.
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