De abuelos a nietos

No hay nada más andaluz que transmitir de generación en generación lo más único que tenemos en nuestra tierra: nuestras tradiciones y costumbres

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(Carmona, 1985) Periodista, profesor de Secundaria, licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster en Dirección en Comunicación Empresarial e Institucional por la misma universidad. Posgrado en Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Inglés como Lengua Extranjera por la Universidad Europea del Atlántico. Profesor titulado en Inglaterra y Gales. Comencé en 2003 en medios como Onda Carmona, TV Carmona, Estadio Deportivo, Grupo Publicaciones del Sur, 16 Escalones Producciones (Canal Sur) y, desde 2014, en las aulas y corresponsal para El Correo de Andalucía. En los últimos años, me he especializado en periodismo cultural, Geopolítica, Historia, Educación y el fascinante mundo de los libros. Y siempre llevando a Andalucía por bandera.

El misterio de la Sentencia, de la Hermandad de la Macarena.
El misterio de la Sentencia, de la Hermandad de la Macarena. MANU GARCÍA

Son las 11 de la mañana. Curro sale al patio con más ganas que nunca, después de la lección de Matemáticas en la que doña Rosario ha explicado la división de dos cifras. Algo complicado, pero Curro para los números es un artista, no se le escapa uno. Su abuelo le dice que será un buen director de banco y él se lo cree, porque lo que le dice él va a misa. En medio de sus amigos, tras jugar algo con la pelota y comerse el bocadillo que en casa le han preparado, se pone a hablar de Semana Santa. A pesar de sus apenas diez años, la pasión con la que habla de marchas, imágenes y chicotás bien merecería una tertulia cofrade, a pesar de su corta edad.

Curro vuelve a casa contento, porque la alegría, a pesar de lo duro que ha sido el día entre divisiones, adjetivos y ríos de España que han tenido que aprender, es su santo y seña. Una alegría que nace ahí, donde debe nacer, de donde nunca has de tener que huir, de tu núcleo más puro. Tu casa. Es el origen de lo que somos, de lo más andaluz, de lo más nuestro. Tras comer el puchero con sus abuelos, corre veloz a terminar un ejercicio que le quedó pendiente, pues tiene academia de inglés y allí también tendrá tiempo de cambiar alguna estampita de su cofradía con la de sus amigos. El taco que tiene no le cabe ya en la caja de zapatos que le regaló su padre forrada de terciopelo morado y una cruz dorada. ¡Por no hablar de las bolas de cera que tiene de todos los colores, hasta de las hermandades de Gloria!

Durante el almuerzo, Curro solo hace preguntas a Paqui y a Manuel, sus abuelos. Queriendo saber cómo era la vida antes. Imagínense la cantidad de sapos que han tenido que tragar para evitar que Curro crea que sólo había penurias y dificultades. Al contrario de lo que se pueda pensar, tanto él como ella le cuentan miles de historias de alegría, de disfrute, de charlas con los amigos y de esfuerzo, mucho esfuerzo. Pero siempre, llevando por bandera la alegría, la felicidad y el optimismo. "No sabes, Curro, lo bien que nos lo pasábamos tu abuelo y yo en la Feria. Antes todo era diferente. ¡Nos podíamos llevar la comida en un papelón y compartirla con nuestros amigos!". "Currito, tanto que te gustan los pasos… Tu hermandad antes no tenía dinero ni para llevar banda y montaron un centurión con gente del pueblo… ¡Las plumas de los romanos las cogían de los pavos de la granja de Manolo y tocaban con más ganas que muchas bandas de ahora!".

Curro se queda embobado. Sus padres trabajan hasta las cinco de la tarde y mientras las fuerzas aguanten, son sus abuelos su mejor aula vespertina. Gracias a Dios han podido llegar a los setenta años mejor que algún chaval de los de ahora, como diría Paqui. Ella había trabajado en el campo de sol a sol. Él era trabajador de la Renfe. Y han podido jubilarse con una paga más que merecida. Y tienen por bandera transmitirle a sus nietos lo bonito de nuestra tierra. De lo malo ya le contarán los adultos, los medios, las televisiones. Mientras tanto, que se lleve esa píldora de positivismo que tanto necesita nuestra sociedad.

Son las seis y Curro vuelve a Casa. Sus padres se desviven por él. La tarde la pasan hablando y, de fondo, vídeos de Youtube con imágenes de la Semana Santa de ayer y de hoy. Es la pasión del chico, de su padre y de su madre, que se conocieron en la hermandad cuando eran dos adolescentes limpiando cera y montando altares en cada Cuaresma. Entre ejercicios y ejercicios de la escuela, que lleva bastante bien, Curro solo hace preguntas. Está en la edad. Tomás y Macu, padre y madre, podrían soltar aquello de "Curro, hijo, venimos cansados y necesitamos desconectar. Toma la tablet". Sería la perdición. Sería desconectar, sería perder ese hilo que nos une a nuestra historia, a nuestras tradiciones, a nuestras raíces. Al contrario, exhaustos, caen casi agotados entre anécdotas que les ponen los ojos llorosos de emoción, recordando tantos buenos momentos.

Tocan las diez en las campanas de la parroquia. Un campanario que ha visto pasar el tiempo, marcar horas, repicar por alegría y tañer por seres queridos que se fueron y no volverán. Curro se va a la cama feliz, tarareando la última marcha de su banda preferida, soñando con una Semana Santa más, con quinarios, ensayos y viacrucis. Soñando con la Cuaresma eterna que es nuestra Andalucía. No sabemos si Curro, el día de mañana, será ateo o creyente, capataz o pasota, porque de eso no hay nada escrito. Pero no hay nada más andaluz que transmitir de generación en generación lo más único que tenemos en nuestra tierra: nuestras tradiciones y costumbres. Siempre con alegría, mal que les pese a algunos. Y que sigan por los siglos de los siglos.

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