Vaya semanita. La calima presagiaba calor y moscas… Y trajo el diluvio universal. Las cosas del cielo. Ya tenemos a los embalses soltando agua, en apenas dos meses. Qué cosas estas del cambio climático. De bañarnos este verano con ollas como antaño a ver la playa de San Nicolás del Puerto en plena Sierra Morena de Sevilla como si fuera Pontevedra. Y, entretanto, una Semana Santa pasada por agua que ha vuelto a dejar momentos para la historia y para el análisis. Disculpen si lo hago con una semana de retraso, pero es que las cosas, con cierta perspectiva y frialdad, se dicen más claras. O eso creo yo. Encima, es lunes.
Han sido unos días en los que las redes sociales han mostrado lo mejor y lo peor del ser humano, del homo cofradiensis. Capítulo aparte merecen ciertos momentos de la televisión local de Sevilla. Pero no mezclemos. En pleno siglo XXI, saber por dónde viene la tormenta va más allá de mirar hacia el Aljarafe. Ya aquello pasó. Tenemos aplicaciones, radares, modelos… Y hasta meteorólogos al servicio de corporaciones centenarias. Aún así, hay quien prefiere poner en riesgo patrimonio heredado de generación en generación para tener su momento de gloria frente a un micrófono de Canal Sur Radio. Pero, no contento con ello, porque somos humanos y podemos errar y tropezar dos y tres veces con la misma piedra, el perdón no existe. ¿Tanto cuesta asumir responsabilidades?
Con la Semana Santa de Sevilla llega también el inevitable desfile de comentarios, tanto piadosos como profanos. Ya saben ustedes, la Sevilla de siempre, la que la hace única. Entre saetas que parecen lanzarse al vacío, petaladas que encuentran su destino en el suelo y las juntas de gobierno reunidas en Cabildo que ya quisieran los canarios, uno no puede evitar preguntarse: ¿Para qué tanta pompa? Por cierto, hago un inciso: dejen ya de utilizar Cantillana y su idiosincrasia de forma despectiva. Es la más rancia muestra del clasismo trasnochado y con aires de superioridad de entendidos de tres al cuarto que se creen más que nadie por haber nacido en la antigua Hispalis. Abran sus mentes, señoros.
No obstante, y a pesar de numerosos agitadores que incluso intentan agredir al que no piensa como el de enfrente (valiente cristiano), el fervor cofrade, ese movimiento de masas que hace temblar los cimientos de la ciudad, ¿qué tiene de malo? Después de todo, la Semana Santa no sólo hace de las calles de Sevilla un lugar único, sino que también proporciona refugio y sentido de pertenencia, algo que muchos políticos podrían aprender para conectar con la juventud, si es que se molestan en levantar la vista de sus disputas partidistas. Cuánta buena labor hacen los grupos jóvenes, bandas, agrupaciones musicales, tertulias cofrades en mantener más viva que nunca la llama de nuestra semana más grande. Y cuánto mal quitan más allá de las bolsas de caridad.
Y en este runrún alrededor del mundo cofrade, afirmar que la Semana Santa está agonizando sería tan exagerado como decir que los vestidos de faralaes están de moda en la alta costura parisina. Las discusiones sobre las famosas 'sillitas' ya parecen haber perdido su chispa, dejando paso a debates más elaborados, desde análisis exhaustivos de los ropajes de muchas de las dolorosas o cuál es el mejor imaginero del siglo XXI. Que sigan matándola las lenguas viperinas y aquellos que critican que un joven, quizás ateo, se emocione escuchando La Esperanza de María tocada por Virgen de los Reyes gracias a la maestría del músico Alejandro Blanco. Larga vida a la Semana Santa. Muera siempre el inquisidor.
Ahora sí. Ya termino. Pero párese un segundo. Respire. Respiremos. Lanzo preguntas: ¿no necesitamos, tal vez, un poco más de educación, un toque de refinamiento que nos haga apreciar tanta solemnidad y grandeza? ¿Por qué no empezar en casa, enseñando a nuestros hijos valores de respeto en lugar de dejar que lo aprendan de los programas de televisión basura o de cuatro tuits en X y dos stories de Instagram? ¿Y qué decir de las instituciones educativas? ¿No sería maravilloso si dejaran de tratar la Semana Santa como si fuera una reliquia del pasado y reconocieran su importancia cultural? Dejemos de rasgarnos las vestiduras. Lo que mueve la Semana Santa es tan grande que parece un milagro. Cómo que lo parece: lo es. Y que siga per secula, seculorum.