Querida Pilar Alegría, ministra de Educación de España:
Permíteme este tono de cercanía, a fin de cuentas, somos colegas. Espero que desde tu cómodo sillón de portavoz en Moncloa te encuentres bien, sin agobios y disfrutando de tu puesto, muy alejado de las aulas que, por vocación, elegiste en su día antes de que el presi te llamara para entrar en el grupo de ministros y ministras. Debes estar hasta arriba entre amnistías, elecciones y Koldos varios. Después de todo, ¿quién necesita lidiar con los sinsabores de nuestra realidad educativa cuando se puede debatir sobre temas más mundanos?
Me gustaría compartir contigo un asunto que me preocupa. No solo es mío, sino de tantos y tantas colegas profesores y maestros de la educación patria que comparten la fatiga mental que nos provoca la burocracia y el papeleo interminable. Parece que cada nueva ley que se promulga sólo sirve para complicar más las cosas a los jóvenes, el futuro de nuestro país, y a los que debemos ponerla en práctica. Te has lucido con la LOMLOE, aunque no es culpa tuya, más bien de tu amiga Celáa. Bromas aparte, uno podría pensar que en lugar de allanar el camino hacia el conocimiento, estas leyes están construyendo una especie de laberinto burocrático del que es difícil salir ileso. Ni en una partida de paintball, oye. Ahora, la ratio de fracaso escolar, va a bajar de lo lindo.
Y hablando de laberintos, cada vez más profesores están considerando seriamente salirse de él. Alguno incluso va al psicólogo. No es de extrañar. Otros, medio en broma, medio en serio, han dicho en el café de las once que no descartan hablar con Juan Roig, a ver si le queda hueco en algún supermercado. ¿Te imaginas Mercadona como la nueva tierra prometida para los educadores, exhaustos por la maraña de trámites y responsabilidades en la que se ha convertido enseñar?
Pero no todo es culpa de la burocracia, las cosas como son. La Inspección Educativa, teóricamente diseñada para ser nuestra aliada y acompañarnos, a veces se convierte en una piedra en el zapato, sembrando temor y desconfianza en lugar de ofrecer soluciones y apoyo. ¿No sería ideal contar con un cuerpo de inspectores resilientes que no solo vigilen, sino que también faciliten? ¿O que estén verdaderamente al tanto de nuestras necesidades y nos tiendan una mano amiga en lugar de generar más estrés? Haberlos, haylos, como las meigas. La mayoría, las cosas como son; pero depende del barrio en el que enseñes. Y que en junio no se achanten ante algún suspenso, que los que bregamos día a día en el aula somos los docentes.
No obstante, también te digo, querida Pilar, que me gusta hacer autocrítica, porque somos humanos y también cometemos errores. Muchísimos. Como educadores, no siempre llevamos la razón y debemos estar abiertos a sugerencias y a consejos sabios de compañeros, familias o superiores. Incluso de nuestros chicos y chicas. A veces nos cuesta entender la realidad de nuestros estudiantes, muchos de los cuales afrontan situaciones dolorosas ajenas a ellos, en gran parte debido a la cerrazón y al egoísmo de los adultos. Pero, ¿sabes qué? Aquí podríamos mejorar bastante si tuviéramos menos papeles que rellenar que acaban siendo obstáculos de nuestra tarea diaria.
En fin, querida ministra, mantengo la esperanza de que algún día se nos tenga en cuenta para crear una ley educativa que perdure en el tiempo, independientemente de quién esté en el poder, sean azules, colorados o amarillos. Una ley donde el esfuerzo, el trabajo y el corazón estén verdaderamente en el centro de nuestras aulas.
Esperando que la leas con atención y puedas responderme, recibe mi más cordial saludo. Feliz Semana Santa.
PD: Sigo evaluando criterialmente por competencias, asociando saberes básicos para un buen perfil de salida. Que no falte.