Cádiz vive del turismo. Eso dicen y eso puede parecer. Por tanto, y mientras nadie se decida en diversificar nuestra economía -lo cual tiene que ser con visión metropolitana dada la inexistencia de espacios en la ciudad-, seguramente será el sector en donde se encuentren los empleos y, en definitiva, las posibilidades de calidad de vida de los gaditanos y gaditanas. Ya saben, una economía basada en la hostelería y el comercio, camareros y dependientes.
Nuestra ciudad es lo que es, un puñado pequeñito de kilómetros cuadrados que, por mor de las modas, se ha puesto de ídem, y en temporada, fuera de temporada y en cualquier momento, es visitada por foráneos de todo pelaje: cruceristas de edad provecta, mesetarian que piden en el freidor “peces” y “chopitos”, y hordas de personas atraídas por una publicidad gratuita que nos hacen en por tierra, mar y aire. Cádiz no es “pa” tanto.
Estamos que nos salimos: nunca hubo en Cádiz tantas vocaciones en el mundo del empleado del sector de bares, restaurantes, hoteles y, también valen esos empleos, guías –muchos de ellos auténticos pimpis que te cuentan un montón de fakes news sobre la ciudad- y limpiadoras de pisos turísticos: kellys gaditanas que buenas que son.
Hasta ahí todo bien. Una ciudad en la que los gaditanos que quedamos como residentes tenemos la jubilación en mente, cuando no la disfrutamos ya, otro buen montón de funcionarios, pero jóvenes, lo que son jóvenes, pocos, muy pocos. Una pena pero, claro, no todos pueden aprobar una oposición al Ayuntamiento -o tener una buena amistad en los que deciden quien aprueba y quién no-.
Ni siquiera los camareros que normalmente nos dan los “clavazos”, como buena ciudad turística que se precie, son gaditanos, mejor dicho, son gaditanos que viven en el exilio metropolitano de San Fernando, Río de San Pedro, Chiclana… sitios en los que, parece ser, un alquiler solo te complica el noventa por ciento del sueldo que te paga el asociado de Antonio de María y su Horeca, mientras que si pretendes vivir en Cádiz, el alquiler no te llega ni para una covacha en Puntales.
Pero no, no tengo turismofobia, ni nada por el estilo, lo único que me da un poquito de coraje es que, por ejemplo, dado que esos turistas que llenan toda la ciudad, que comen, beben, duremen, gastan agua, luz, echan basura, van al médico… lo normal, pues esos turistas, que están pagando este año unos precios en nuestros hoteles que han subido una media de un veinticinco por ciento de sus habitaciones, tienen que saber que aquí, en esos precios, no está contemplada ninguna tasa turística.
Y no la pagan porque el Ayuntamiento, la Junta de Andalucía y los hoteleros y hosteleros dicen que ese impuesto –estamos hablando de un euro por pernoctación que redundaría en la mejora, por ejemplo, de los servicios de limpieza de la ciudad, convertida de manera sorpresiva en tacita de caca-, asustaría al turismo, espantaría a esos madrileños a los que esos mismos hoteleros les cobran este año, por la cara, una media de entre 23 y 27 euros más por noche en cada habitación.
Pero, ya se sabe, por estos lares, la cosa está en permitir los abusos a los abusones y mientras recordarnos continuamente que mejor estemos callados no vaya a ser que cierren todos los hoteles y todos los bares, no vengan mas mesetarios y nos quedemos sin esos empleos que hacen vivir como auténticos señores a los que siempre han vivido como dios. Pero es lo que hay, y lo que hay da vergüenza.
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