Se está conmemorando en estos días en Puerto Real la batalla del Trocadero en la que hace justo doscientos años las huestes llamadas los Cien Mil Hijos de San Luis con el mando del Duque de Angulema. Conmemoramos, por tanto, una derrota, el fin del trienio liberal y constitucional a través de la invasión de la Santa Alianza constituida en el Congreso de Verona que dio carta blanca a Francia para intervenir en España para restituir el poder absoluto del nefasto Fernando VII y abolir la Constitución de Cádiz que, por liberal, era considerada una infamia para las casas reales de la Europa más reaccionaria. Una vez más la clave de la invasión francesa era Cádiz, pues hasta llegar a los alrededores de la ciudad, las tropas francesas no habían tenido especial oposición en el resto de España y, nuevamente, Cádiz se convertía en el bastión que trataría de resistir las acometidas del ejército intruso. La toma de Cádiz por parte del Duque de Angulema era necesaria en tanto en cuanto el rey felón estaba retenido en la ciudad, concretamente en el edificio de la Aduana, hoy Diputación Provincial, desde cuya azotea pudo contemplar la desigual batalla, pues la guarnición española defensora de la Constitución era clamorosamente inferior en número y medios que la que trataba de restituir en su poder absoluto a Fernando VII.
Terminada la batalla dio comienzo la llamada década ominosa, un tiempo histórico negro de nuestro país donde la abolición del legado del Doce trajo, persecuciones, represión, ejecuciones, exilio y desde luego se volvió a esa España lúgubre, desigual hasta el extremo, donde los pobres, la mayoría, lo eran de necesidad, donde los poderosos vivían a sus anchas, donde la incultura, el abuso y la crueldad fueron las características de una España que en ese momento, en el año 1823 se escapa, y por muchos años, de la estela de la modernidad, de las luces de la ilustración, de la incipiente revolución industrial. Todo comenzó ahí. Las dos Españas que tanto ha dado para hablar, escribir o sufrir surgen en ese terrible momento histórico. De la alegría de la Constitución de 1812, a las tinieblas del poder absoluto, de la corrupción moral y real de un régimen que solo cuatro locos son capaces hoy de defender, y los hay.
Por tanto, sirva esa conmemoración de la derrota para reflexionar sobre nuestro presente y nuestro futuro, porque si bien no hay, que se sepa, cien mil hijos de San Luis dispuestos a invadirnos por la fuerza de los cañones, sí que hay una corriente cada vez menos subterránea que trata de llevarnos con guante de seda por esos territorios. Por eso no es de recibo que no se cuente la historia, tal y como fue, que se elimine de nuestro repertorio de la memoria todo lo que significó ese primer tercio del siglo XIX. Por cierto, es curioso, como siempre se ha dicho, y siempre se ha puesto como ejemplo de resistencia, el que los franceses no pudieron tomar Cádiz cuando el asedio. Curioso, sin embargo, que no esté en nuestro conocimiento popular el que sí que nos invadieron, en 1823, y que se quedaron en la ciudad esos invasores hasta 1828, cuando dieron por innecesaria su presencia. Es nuestra historia, nuestra memoria.