Cuadernos de viajes

Algún día igual me atrevo y escribo un cuaderno de viaje por Cádiz como lo hicieron Edmondo de Amicis, Lord Byron, Richard Ford, H.J. Rose y tantos otros

Dos viajeros.
Dos viajeros.

Toda persona que suela escribir −me refiero a que tenga entre sus ocupaciones la de ponerse delante de un portátil o una hoja de papel a producir para que los demás lean lo que produce− encuentra el momento para ponerse en la casi necesidad de contarnos su experiencia viajera. Nos escriben eso que comúnmente llamamos cuadernos de viajes, y verdaderamente hay en la literatura autores que lo han hecho con tal éxito que precisamente son conocidos y reconocidos por esas labores: Leguineche, Chatwin, Steinbeck, Kipling, Reverte… y un largo ecétera de los que seguro han leído alguno de sus libros o, como poco, los conocen por referencias. Los libros de viajes, y no solo los que están escritos desde la alta literatura sino cualquier guía, es una experiencia de la que poca gente, que tenga entre sus vicios los viajes, pueda evitar.

Viajar, conocer mundo, es el primer deseo que manifiestan las personas cuando se les preguntan cual es su deseo, su mayor disfrute y aquello en lo que les gustaría invertir el tiempo de ocio; y aquellos que lo hacen es probable que terminen escribiendo un diario, un cuaderno, un recopilatorio de sensaciones de su experiencia viajera. 

Yo viajé bastante en mi juventud y hasta no hace demasiados años, fundamentalmente por España, aunque no desdeñe otros destinos. Placer, trabajo… la cuestión es que hubo un tiempo en el que realmente pude y tuve que tener una maleta preparada para salir de viaje, de ruta en cualquier momento… Nunca escribí ninguna de esas experiencias, y hoy lo lamento, la memoria es frágil y lamentablemente solo quedan en ella flashes de lugares, fotografías mentales, más que reales, de sitios espléndidos. Pero no lo hice y ahora apenas salgo de mi pequeña península suroccidental, con lo que me temo que no podré culminar ningún cuaderno que le pueda servir a alguien para visitar extraordinarias ciudades, pintorescos pueblos, paisajes alucinantes. 

No obstante, cada día, experimento la sensación de mis paseos por la ciudad, salir a la avenida temprano, cuando una gran parte de la gente aún duerme. Patear el barrio, emboscado en el frescor de la inminente mañana, cruzándome con otros que como yo, se afanan para acudir raudos a sus puestos de trabajo. Yo, mientras camino, escucho la radio, tapo mis oídos con los auriculares y me centro en lo que me cuentan aquellos que andan espabilados desde más temprano que yo. Ni siquiera presto atención al rápido despertar de los viejos edificios del XIX, no me sorprende ese crucero anclado en el muelle, que emerge entre el claroscuro de la hora y que me parece un descomunal edificio, un nuevo rascacielos que acaba de construirse. No hago nada por entusiasmarme con el paseo, las noticias me lo impiden y yo me entrego a la actualidad ajeno, equivocadamente, del sentimiento y legítimo orgullo de estar caminando por un sitio que muchos consideran un paraíso. Algún día igual me quito los auriculares, paso de noticias y me centro en tener la experiencia viajera que cada día, durante unos 25 minutos, me ofrece la ciudad. Algún día igual me atrevo y escribo un cuaderno de viaje por Cádiz como lo hicieron Edmondo de Amicis, Lord Byron, Richard Ford, H.J. Rose y tantos otros. Un viajero como yo, un aventurero de la ciudad, bien podría ponerse a la labor.

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