¿Te das cuenta? Hemos cubierto un cuarto de siglo. Veinticinco años de paz. El tiempo pasa, se escurre entre los dedos sin dar lugar a que podamos ni siquiera tomar conciencia de todo lo que ha ido ocurriendo en estos cinco lustros.
Para los que, ya sin ambages, tenemos cierta edad y vemos más por el retrovisor de la vida que por la luna de enfrente, parece que fue un suspiro, pero no, fueron, teniendo en cuenta que la primera infancia apenas reporta recuerdos bien anclados en la conciencia, intensos y, desde luego para mí y seguro que, para muchos de vosotros, llenos de relatos, de historias que merecen recordar. Para mí, el siglo comenzó con el nacimiento de mis hijas, y eso no me dirán ustedes que no marca…
Evidentemente siendo fecha tan señalada y coincidiendo con el fin de siglo e inicio de la nueva centuria, es lógico que mi forma de medir el tiempo o situarme en él no se escribe con las siglas a.c. (antes de cristo) o d.c. (después de cristo), más bien serían a.h. y d.h (antes de hijas y después de hijas). En cualquier caso, cualquier referencia nos puede servir para darnos cuenta que, a pesar de que todo pasa tan deprisa, a pesar de que no nos da tiempo ni de disfrutar demasiado, ni a sufrir exageradamente, sí que han ocurrido cosas y, lo peor o lo mejor, nos han pasado muchas cosas.
El tiempo sigue comiéndonos de manera contundente, inexorable, el que pierdes y el que ganas, ni falta que hacía que Proust nos dedicara un tostón (una obra imprescindible de la literatura, un tostón) porque cuando cumples cierta edad o las circunstancias lo hacen posible, ya sabemos que la magnitud tiempo nunca es recuperable, ni siquiera estoy seguro que el tiempo se pierda, solamente pasa. Lo tenemos tasado, nadie escapa al fin del tiempo, que es la muerte.
"El tiempo pasa para todos, y lo que más podemos desear, es que sea igual de bueno para todos"
Mi madre, una mujer alegre, de un senequismo al modo de estas niñas de posguerra que ya todo lo vieron cuando no les correspondía, un día, estábamos los dos viendo la televisión, estaban dando la noticia de que la enorme actriz, Lauren Bacall, había fallecido. Mi madre, bastante enferma ya en esos momentos, estuvo un rato callada para al final dictar una sentencia de vida, casi de manera egoísta, pero estoy seguro que muy compartida.
Dijo: "Menos mal que las ricas y las guapas también se mueren, porque ya sería lo que nos faltaba". Lo que recoge esa frase no es, ni más ni menos, que el resumen de toda una vida, la de tantos momentos vividos, de tanta verticalidad, de disgustos, de paso del tiempo que, al fin y al cabo, es lo más democrático que existe.
El tiempo pasa para todos, y lo que más podemos desear, es que sea igual de bueno para todos porque, al fin y al cabo, nadie se queda indefinidamente por estos lares y nadie se muere sano. El tiempo pasa y como no podemos impedirlo, intentemos vivir alejados del avinagramiento de nuestro carácter, alejémonos del odio y de los que lo practican, no nos merece la pena.
Vivir es lo único que podemos hacer, aunque cuando ya no lo hagamos, sábelo bien, no lo vamos a echar de menos, fundamentalmente porque al igual que las cosas que hicimos en el siglo pasado, no nos daremos cuenta, y las primeras señales de un nuevo acrónimo más allá de ese a.h. o d.h., sería el momento en el que ya, al principio de manera casi imperceptible para, poco a poco, ser de una manera clamorosa, las cosas más importantes no te pasan a ti, simplemente te las cuentan o te las resumen. Bienvenidos al segundo cuarto de siglo d.h.